Tras despedir al posadero Rego se aseguró de que la puerta y las ventanas
estaban bien cerradas; no quería ningún testigo para lo que iba a hacer a
continuación.
Se sentó en la cama al lado de su amigo enfermo, mirándolo preocupado.
Desde el principio de su aventura se había preguntado cómo sería su rostro, ése
que siempre ocultaba tras su máscara. Habían pasado por muchas cosas desde su
partida de Aquaviva: el festival en el sur, el primer desafío y los que le
siguieron, el viaje en el carromato por las tierras de Jötum, el torneo de
cartas en La Costa Verde, el duelo a muerte contra Grim… Tantas aventuras en
tan poco tiempo. Ahora conocía mucho mejor al misterioso heredero de Nagareth,
sabía que a pesar de sus secretos y de las acciones, algunas de ellas discutibles,
que había realizado para ganar los desafíos, era una buena persona, amable,
sacrificado y valiente, y podía decir sin duda que era amigo suyo. Pero en
cuestión a su aspecto seguía tan ignorante como en aquel lejano día en el cual
apareció en su vida, en el palacio de su ducado, pidiendo una audiencia.
Pero este misterio llegaba hoy a su fin.
Llevó las manos a la cabeza del enfermo, y, despacio y con mucho cuidado
procedió a quitarle su máscara. Sentía que estaba traicionando la confianza de
su amigo al despojarle así del que fuera quizá su mayor secreto, sin su
consentimiento, pero era necesario para tratarle la fiebre. No tenía más
remedio.
Dejó la máscara a un lado, desvelando así un rostro que sólo había visto
antes otra persona fuera del ducado de Nagareth. El cabello castaño corto,
ligeramente rizado en las puntas. Los ojos pequeños de un apagado color verde,
los labios finos, las facciones suaves. Era un rostro normal, como el de
cualquiera.
Como el de cualquier otra mujer.
Rego se quedó inmóvil, tan aturdido por esta revelación que no podía ni
formar un pensamiento coherente. Desde la derrota de Helena que se le había
pasado por la cabeza esta posibilidad, pero nunca había llegado a tomársela en
serio. Ahora que resultaba que tenía razón no sabía qué hacer.
Se quedó momentáneamente paralizado, mirando el rostro de su amigo –no, se corrigió a si mismo; de su amiga-. El heredero de Nagareth,
Bant, la persona que había viajado, luchado, reído y llorado a su lado, era una
mujer. Siempre había sido una mujer.
Me has pillado, a mí y a todo el
mundo, había dicho Helena al verle el rostro, y Rego podía entender muy
bien su reacción. Con sus amplias ropas y su máscara que además de ocultar su
rostro le distorsionaba la voz había logrado ocultar su sexo, y todos habían
dado por supuesto que era un hombre. Y Bant les había seguido la corriente,
jamás negándolo, pero jamás diciéndolo abiertamente, engañándolo desde el
principio tanto a él como al resto del mundo. Que astuta había sido,
asegurándose ya desde entonces su victoria sobre Helena.
La bendición que hace que ningún
hombre se resista a su belleza no sirve de nada contra una mujer, pensó
Rego con admiración.
Un súbito arranque de tos de la enferma devolvió a Rego a la realidad de
la situación, que se apresuró a taparla con un par de mantas y a colocar un
paño húmedo sobre su ardiente frente.
—Cona, amor mío, por qué me abandonaste? —preguntó Bant entre delirios—. Por
qué te fuiste y me dejaste sola?
Rego coloco un nuevo paño húmedo sobre su frente mientras intentaba
ignorar las palabras que la fiebre había arrancado a la herdera de Nagareth,
aunque no pudo evitar preguntarse quién era ese tal Cona y dónde estaba ahora.
Aquella fue una noche muy larga, durante la cual la enferma no dejó de
luchar contra la fiebre y Rego no se apartó de su lado, cambiándole los paños
cuando se secaban o simplemente cogiéndola de la mano, dándole fuerzas y
haciéndole sentir que no estaba sola.
En uno de los muchos delirios que tuvo, la heredera de Nagareth sujetó
con fuerza su mano y le habló con la mirada perdida en el pasado.
—Sé que no querías que hiciera esto, Cona, que es muy arriesgado. Pero es
mi decisión, soy libre para elegir mi destino y éste es el camino que he
tomado, el que creo que los puede salvar a todos. Lo entiendes, Cona? Puedes al
menos perdonarme?
La fiebre la había trastornado y le hacía ver a otra persona en el cuerpo
de Rego, pero la desesperación de su ruego conmovió al heredero.
—Yo… yo te perdono.
Tras esto Bant pareció calmarse, cerró los ojos y durmió plácidamente, su
rostro por fin libre de sufrimiento. Rego, que aun sostenía su mano, suspiró
aliviado, y se sorprendió a si mismo acariciando suavemente la mejilla de su
amiga con la punta de los dedos.
Que frágil se ve ahora, pensó
Rego, tan distinta del misterioso
enmascarado que parece invencible.
Con la llegada del nuevo día la fiebre que acosaba a Bant desapareció,
dejándola dormida pero con una expresión descansada en el rostro. Rego, por su
parte, se sentía tan hecho polvo como si le hubiesen dando una paliza, pero no
tenía nada de sueño. Quizás por la impresión del descubrimiento o la tensión
dejada por una larga noche de preocupación, pero se veía incapaz de dormir. Así
que decidió salir a que le diese el aire frío de la mañana, esperando que al
menos así se despejaría un poco.
Después de comprobar una vez más que Bant estaba bien, salió de la
habitación y bajó al comedor. Allí se encontró con el posadero barriendo, que
al verle se detuvo y le preguntó por el estado de su compañero.
—Está mucho mejor. Creo que tras un día de sueño y descanso se pondrá
como nuevo. Quiero decir, como nuev…
—cerró la boca de golpe al darse cuenta que había estado a punto de
revelar el secreto de Bant, una traición que no tenía la más remota intención
de realizar—. Está bien, no te preocupes.
El posadero asintió, aliviado. Era evidente que se había quitado un gran
peso de encima, lo que hizo que a Rego le cayese bien enseguida. Parecía un
buen hombre, preocupándose de ese modo por un desconocido.
Rego se despidió de él para salir a pasear por el camino cercano y
disfrutar del aire fresco de la mañana, que buena falta le hacía tras una noche
tan larga. Se dirigió hacía el bosque, lejos de la vida que empezaba a
despertar en el pueblo. Por una vez, quería descansar de las miradas de los
curiosos.
Caminó entre un grupo de pinos, con los brazos cruzados para resguardarse
del frío y atento a no perder de vista el pueblo. Lo último que quería en estos
momentos era perderse en el bosque y morir congelado, o acabar en la panza de
algún oso.
Se detuvo cuando vio a una pequeña
ardilla roja que, a pocos metros de un solitario abeto, mordisqueaba un pedazo
de nuez. Sonriendo como un niño pequeño, Rego se acercó a ella caminando de
puntillas para no asustarla, pero el graznido repentino de un cuervo la asustó.
La ardilla salió corriendo y trepó por el abeto, perdiéndose entre las ramas
del árbol. Maldiciendo al inoportuno pájaro, Rego dejo ir una bocanada de aire
que formó una pequeña neblina. Hacía frío, desde luego. Puede que fuese verano
en los siete ducados, pero aquí, tan cerca del Note y su invierno perpetuo,
nadie lo hubiese dicho.
—Te está utilizando.
Rego dio un bote al escuchar la voz. Miró a su alrededor buscando su
origen, pero allí no había nadie más. Tan sólo un cuervo apoyado en una rama,
mirándolo fijamente con sus ojos violetas.
—No eres más que un peón para el heredero de Nagareth, Rego —dijo el
cuervo. Rego frunció el ceño, pues a pesar de lo extraño de la situación
reconocía esa voz. Y al cuervo, también.
Elisee, la gran maga, pensó
haciendo una mueca.
—Qué quieres de mí, maga? —preguntó mascando las palabras. El recuerdo de
su último encuentro con ella era desagradable, como poco. —Has mandado hasta
aquí tu cuervo para burlarte de mí, o estás planeando algo?
—Ay, pequeño Rego, tan ingenuo, tan inocente—. El cuervo ladeó la cabeza,
y por un instante Rego puedo escuchar la risa de la maga en su cabeza.
Resultaba tan espeluznante que se abrazó a si mismo—. No te das cuenta, no lo
sientes en los huesos, en la sangre que corre por tus venas? Se acerca un
momento decisivo para los siete ducados. Estáis llegando al final de vuestra
aventura.
—Y qué? No me dices nada nuevo.
—Debes dar un paso adelante, Rego. Olvídate de las tonterías con las que
has desperdiciado tu vida y asume la responsabilidad de tu posición. Abraza de
una vez la posición que tu herencia y yo te hemos concedido.
—No acabo de entenderte, pero en
todo caso, no, gracias. No tengo intención de “abrazar” nada, ni de asumir
ninguna responsabilidad. No va conmigo.
El cuervo graznó, furioso.
—Crees que esto es un juego, niño estúpido? Si no haces nada para
evitarlo será Leyre, la Reina de Invierno, quien gane el siguiente desafío. Es
una chica lista, decidida y sin escrúpulos. Gobierna con mano de hierro y no
comete errores. Si no estás dispuesto a todo, será ella quien unifique a los
siete ducados.
El cuervo miró fijamente al heredero, y en su ojos se reflejaban la llama
y la sombra, la ruina y la muerte que aguardaban en el futuro. Rego retrocedió
tambaleándose, horrorizado ante el aluvión de imágenes de destrucción que
invadieron su cabeza en un instante.
—Guerra —susurró Rego, cayendo de rodillas—. Una guerra sin fin.
—Sólo tú puedes evitarlo, Rego.
—Yo? —preguntó el heredero, con la voz temblorosa tras la espeluznante
visión—. Por qué yo? Tú eres la maga con grandes poderes y que sabe que es lo
que está pasando, tú puedes evitarlo. Yo no.
—La magia es el arma más poderosa que existe. Fue la Guerra de los Magos
la que provocó la devastación de Nagareth, la eterna lluvia de ceniza que cae
sin cesar, las bestias mágicas, los volcanes en erupción. De la misma manera
también desató el inverno perpetuo sobre el Norte. Las más grandes calamidades en
la historia de los ducados han sido culpa de la magia. Estás seguro, Rego, que
quieres que yo intervenga?
Rego no dijo nada.
—Bien, no eres tan tonto como parece.
Rego se encogió, herido en su orgullo, pero siguió sin decir nada.
Ninguna replica mordaz, ningún chiste a su costa para quitar hierro al insulto.
Se quedó en silencio durante casi un minuto hasta que de repente se puso en
pie, la espada recta y el puño alzado frente al cuervo.
—Bant puede lograrlo —afirmó casi gritando, desafiante—. Es astuta como
un zorro, valiente y nada la detiene. Yo soy irresponsable, un perezoso sin
remedio que odia las complicaciones. Soy un buen amigo, pero no soy un héroe.
—Pequeño Rego —dijo el cuervo con la
voz de la maga—, el heredero de Nagareth es todo lo que dices y más. Leyre y tú
siempre habéis sido mis dos favoritos, pero ella es… especial —dijo, con una
sombra de lo que podría haber sido envidia—. Sin embargo, en el fondo, no es
más que una humana.
—Escúchame, Rego —ordenó Elisee—.
Estoy cansada. Quiero acabar con esta tradición de los grandes magos que me ata
al destino de los herederos y olvidarme para siempre de este mundo. La cruda
verdad es que me da igual si Leyre gana, mientras el reino se restaure.
—Entonces, porqué me cuentas todo
esto?
—Porque a la mujer que yo era antes,
antes de la guerra y de que muriesen todos aquellos que amaba, le hubiese
importado.
El cuervo grazno de nuevo y partió
al vuelo, dejando a Rego sólo entre los árboles y con una carga que no sabía si
podría soportar.
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