Incluso para
alguien con tan poca experiencia en duelos como Rego resultaba evidente que no
era un combate igualado. Bant era un excelente espadachín, con una destreza que
parecía rivalizar con las tropas de élite de su padre, el duque de Aquaviva.
Dominaba las bases de la esgrima, sabía cómo mover los pies e incluso con sus
ropas holgadas y la máscara que le dificultaba la visión era tan ágil como una
mangosta plantando cara a una víbora.
Pero a pesar de toda su habilidad,
Grim era muy superior. Más fuerte, más rápido, más diestro. Sus ataques se
sucedían a un ritmo frenético, encadenados con una fluidez y una maestría tan
grande que cuando acababa una maniobra la otra ya estaba empezando, sin pausa,
sin respiro. Certeras estocadas, poderosos mandobles, engañosas fintas seguidas
por golpes tan veloces que Rego apenas podía verlos. Ante una exhibición de
destreza tan majestuosa, tan hermosa, el heredero de Aquaviva sólo pudo tragar
saliva, tan impresionado que durante unos segundos incluso se olvidó de
respirar.
Creía
que Grim se iba a dejar ganar, pensó Rego, estremeciéndose
involuntariamente cuando un poderoso mandoble mandó a Bant trastabillando hacia
atrás un par de metros, aun habiendo bloqueado correctamente el golpe. Está claro que me equivoqué.
Sin embargo el enmascarado resistía,
mostrando una determinación y resistencia que no desmerecían a la de su
oponente. El sonido de las espadas entrechocando entre sí resonó con fuerza en
el jardín durante unos minutos.
Un fugaz revés de Grim logró al fin
atravesar las defensas del enmascarado, causándole un corte en la pierna
derecha y provocando una exclamación de temor de Rego. Bant se llevó la mano a
la herida, manchándose el guante con su sangre, para comprobar su gravedad. Por
suerte no era más que un rasguño, pero parecía que el enmascarado ni lo había
visto venir.
Mala señal, pensó Rego, mala señal.
El combate se reanudó con un torbellino de violentos ataques de Grim,
ante los cuales Bant no pudo hacer otra cosa que retroceder mientras se
defendía tan bien como podía. Pero por más desesperada que fuese su defensa,
por más rápido que se moviese para apartarse de su rival, Grim le perseguía y
le acosaba constantemente sin darle tiempo a descansar. Un quejido de dolor
salió de los labios del enmascarado cuando la espada de Grim le rozó en el
hombro, y otro más le siguió cuando recibió una fuerte patada en las costillas
que le hizo retroceder hasta el límite del círculo.
Cansado y con la respiración agitada, el heredero de Nagareth se llevó
una mano a su dolorido costado, mientras que con la otra sostenía la espada
ante su rival para que no se acercase. Al menos tras este último ataque había
conseguido separarse, ganar algo de espacio para recuperar fuerzas por un
momento y pensar qué hacer.
—Es inútil —mencionó el maestro de armas, más para si mismo que para
Rego. —Nada funcionará contra Grim.
Cogiendo aire, el enmascarado flexionó levemente las rodillas y se colocó
de perfil contra su oponente, la punta de su espada apuntando directamente
contra el pecho de Grim. Entonces,
cuando su respiración recuperó la cadencia habitual, cargó.
Las estocadas eran tan rápidas que Rego sólo podía ver un borrón plateado
golpeando una y otra vez la enorme figura de Grim. Pero el heredero de La
Tierra de las Espadas se deslizó entre ellas como si su cuerpo fuese de agua y
no de carne y hueso, esquivándolas con una increíble facilidad para
contraatacar justo cuando Bant retrocedía, golpeándolo en la cabeza con su puño
en vez de con la espada para sorprenderle. El enmascarado fue a parar al suelo.
En su posición como testigo, Rego observaba el duelo con el corazón en un
puño. Vio como Grim avanzaba prudentemente hasta su amigo caído, y, tras
comprobar que no era ninguna trampa y que el enmascarado se había desmayado de
verdad, alzó la espada para ejecutar el golpe que acabaría con su vida.
No, no puedes morir. ¡Levántate,
lucha!
—¡Bant! —gritó Rego, un grito que cargaba con toda su desesperación, con
todo su deseo de que su amigo sobreviviese a este duelo. Ignorándole, Grim bajó
su espada dispuesto a acabar la batalla.
Pero sólo toco tierra. El enmascarado se giró en el último momento y
evitó el golpe mortal, rodando por el suelo hasta que estuvo a suficiente
distancia del heredero de La Tierra de las Espadas como para ponerse de pie, a
salvo.
Rego soltó un suspiro de alivio al ver que su amigo conseguía salir con
vida, aunque daba la impresión de que tan sólo había logrado aplazar lo
inevitable. Agotado, herido y casi sin fuerzas, el heredero de Nagareth tenía
que servirse de una de las espadas clavadas en la periferia del círculo de
combate para mantenerse en pie. A unos metros de él, sin ninguna herida y con
tan sólo una fina capa de sudor que traicionaba su aspecto descansado, Grim
alzó de nuevo su espada.
El mundo pareció detenerse mientras los dos herederos se preparaban para
el final del combate. Entonces el espadachín que no podía perder un duelo
atacó, una estocada tan rápida como una centella estuvo a punto de atravesar el
pecho del enmascarado cuando éste consiguió rechazarla a un lado con un último
estallido de fuerzas. Grim se sorprendió tan sólo durante una fracción de
segundo ante esta inesperada reacción, pero ése era todo el tiempo que el
enmascarado necesitaba para atrapar su arma con su mano izquierda. Ésta era una
acción a la desesperada y que a cualquier otro espadachín no le hubiese servido
de nada, además de costarle un par de dedos como poco; pero Bant vestía las
ropas de los mineros de su tierra y eso incluía sus resistentes guantes de cuero,
diseñados para soportar las duras condiciones de las minas. Aún así, no
aguantarían durante mucho tiempo el afilado filo de una espada.
Pero si el suficiente.
El arma del heredero de Nagareth atravesó a Grim, acabando el combate de
la única manera que podía acabar: con una muerte.
Rego no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa ante el resultado
del duelo, aliviado y horrorizado a la vez. Sin poder contenerse salió
corriendo para ayudar a su amigo herido mientras el maestro de armas apretaba
con fuerza los puños, el brillo de unas lágrimas naciendo en sus ojos.
Rego no tenía ni idea de cómo lo había conseguido pero Bant había vuelto
a ganar un desafío. En cualquier caso eso no era lo importante; lo importante
es que seguía vivo.
—No te sientas culpable. Así es como debía ser
Estas fueron las últimas palabras que dijo el heredero de La Tierra de
las Espadas, rodeado por los brazos del enmascarado. Su vida se escapó mientras
su sangre regaba el mismo suelo que había visto morir a su hermano, entre los
llantos apagados de Bant.
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