Los días pasaron. Poco a poco el luto se fue
desvaneciendo, reemplazado por la cotidiana necesidad del día a día. Los
comercios necesitaban abrirse, la gente tenía que comer y las patrullas
militares debían reforzarse ante la inminente invasión del Norte. El fallecido era
recordado, pero la vida seguía su camino.
Bant se consideraba un experto en este tema. En
Nagareth la muerte era una constante, una certeza que nunca te abandonaba del
todo. Le resultaba fácil hacerse a la idea que todos morimos. Pasar página, por
otra parte, siempre era más difícil.
La Jarra
del Dragón era una vieja posada que había vivido tiempos mejores. Esta era
una certeza que se podía ver en sus mesas vacías de buena madera, en la
estantería llena de licores por estrenar y en la tarima que había en una
esquina del local, destinada a trovadores, músicos y artistas, pero que ahora
ocupaban un recogedor y una vieja escoba. Sin embargo, al enmascarado le
gustaba. Tenía buenos precios, camas sin pulgas, una comida pasable y lo más
importante, era un lugar tranquilo para pensar.
Eso es lo que llevaba haciendo todo el día,
pensar. Sentado en una mesa, reflexionando y tomando un pequeño sorbo de tanto
en tanto de su vaso. Era el único cliente de la posada, y no es que consumiese
mucho.
—¿No quieres una copa? —le preguntó Martha, la dueña de la posada. Era
una chica pelirroja con la cara llena de pecas que apenas había pasado la
adolescencia, pero tenía las dotes de mando de un sargento que le duplicase en
edad.
—Bueno, no sé… —respondió dubitativamente el enmascarado, alternando su
mirada entre el vaso casi vacío y la ansiosa tabernera—. Tráeme otra de lo
mismo.
—¿Otra de lo mismo? —preguntó Martha, burlona—. ¿Quieres decir otra
limonada, esa bebida de hombres?
—Exacto.
—¿Estás seguro? Has pasado los últimos días aquí, sentado y bebiendo
limonada –a veces incluso me has pedido agua-, con la mirada perdida; no hace
falta ser un genio para darse cuenta que hay algo que te preocupa muchísimo. En
mi experta opinión de tabernera, creo que lo que necesitas es una bebida
fuerte, como un buen whisky cargado, para olvidarte de tus preocupaciones y
disfrutar de la vida. ¿Qué me dices?
La chica se lo quedó mirando con una expresión
que hubiese resultado coqueta, de no resultar tan forzado su guiño de ojo y tan
exagerada su sonrisa.
—Otra limonada, por favor.
—Como quieras —dijo Martha de mala gana, aceptando la derrota—. Ahora te
la traigo.
Bant pagó la bebida y volvió a perderse en sus
pensamientos, en el laberinto de dudas del que era incapaz de escapar. Había
llegado muy lejos derrotando a tres de los herederos, pero aún le quedaba la
parte más dura. Además, cuanto más tiempo tardase más se agravaría su condición
y más difícil sería realizar sus planes, por no decir imposible.
Cuando más grande era su inquietud, apareció Rego. Entró por la puerta
con una sonrisa despreocupada en el rostro, como si no tuviese ningún problema
en la vida, y tras pedir una jarra de cerveza a la tabernera se sentó junto al
enmascarado.
—Hola Rego. ¿Qué tal con Dubois?
—Muy bien, hemos visitado todos los
teatros de Draconis buscando trabajo para su compañía. Ha sido toda una
experiencia. He recibido formación para realizar acuerdos comerciales, pero
nada se parece al arte que supone cerrar un trato para una compañía de teatro.
Es una mezcla de regateo, amenazas y engaño como no había visto en mi vida.
Con un suspiro de cansancio, Rego estiró los pies sobre la mesa, aunque
los bajó rápidamente cuando Martha apareció con la cerveza fría que había
pedido y una mirada de reprobación.
—Estoy hecho polvo, ¿quién hubiera dicho que en Draconis había tantos
teatros? Por no contar las tabernas ni los otros locales de ocio interesados en
montar un espectáculo con los famosos actores que representaron el “Lamento por
un valiente” en el entierro de Eldrad. Tengo los pies en huelga de pasos.
Se sacó las botas y se masajeó los pies, quejándose de dolor mientras lo
hacía.
—¿Y eso es todo? —le preguntó Bant—. ¿Has averiguado algo sobre la
invasión del Norte?
—Poca cosa, a Draconis no llegan muchos extranjeros. Desde luego que se
están preparando para la guerra, pero sólo hay rumores sobre la fecha en que
comenzará su ataque.
—Ya veo— dijo el enmascarado, meditando sobre esta información.
Tras unificar el Norte era de esperar que Leyre se lanzase a la conquista
del resto de ducados, pero necesitaba tiempo para reunir las tropas y los
suministros para la campaña.
—Y, además, me he enterado de una información muy interesante. Bueno, no
es más que un cotilleo, pero es interesante—. Rego miró a su alrededor, y tras
asegurarse que estaban solos continuó—. Verás, resulta que Martha, la
tabernera, tiene un hermano mayor que dejó el hogar para ir a buscar fortuna
como soldado, algo bastante común por aquí. Pero, y esto es lo interesante
—remarcó alzando un dedo—, este hermano fue capturado hace poco en el Sur
cuando se dedicaba al robo y al pillaje y ahora está prisionero. Por lo visto
todos en Draconis lo saben, este tipo de noticias corren rápido.
El enmascarado soltó una exclamación de sorpresa ante esta noticia. No es
que le interesasen los cotilleos, pero que la taberna tuviese un hermano
criminal explicaba muchas cosas. Para empezar la falta de éxito del local, ya
que ningún habitante de La Tierra de las Espadas gastaría su dinero en la
taberna de un familiar de un soldado sin honor.
—Es una lástima —continuó explicando Rego—, ya que Martha tiene dos
hermanos más pequeños a su cuidado. Sus padres murieron hace años y no tienen
más familia, no puede pedirle ayuda a nadie. Debe ser muy duro para ella.
El enmascarado asintió, sacar adelante a un par de niños en una ciudad en
la cual la gente repudiaba a tu familia debía ser bastante más que duro.
Hasta los criminales tienen familia,
pensó dando un pequeño sorbo a su limonada.
—En fin, estoy seguro de que todo acabará bien —afirmó Rego convencido.
Sin embargo, pareció repensárselo y añadió en un tono más inseguro: —Eso
espero.
Esta frase pilló desprevenido al enmascarado, que no obstante logró
ocultar su sorpresa. Al principio de su viaje Rego no habría tenido duda
alguna, él siempre estaba seguro de que todo acababa bien; eso es lo que
siempre había visto y vivido. Pero este viaje le había hecho descubrir la
realidad del mundo, tanto lo bueno como lo malo, y había aprendido de ello. Le
había cambiado.
—Pero hablemos de ti, Bant, me
tienes preocupado. Todo el día aquí, sin hacer nada, ensimismado en tus
pensamientos… No te reconozco. ¿Se puede saber qué demonios te pasa? Estaba
convencido que lanzarías el desafío a Grim en aquella habitación, hace cuatro
días. Es más, creo que él también se lo esperaba. ¿Por qué no lo hiciste?
—Ya hemos hablado de esto antes,
Rego.
—Sí, pero sólo me has dado largas.
No te entiendo, Bant, de veras. En los otros desafíos no parecías dudar ni un
instante, y ahora, en cambio… Juraría que tienes… miedo.
Por un instante, Bant creyó que su
amigo realmente podía ver a través de la máscara que llevaba y le ocultaba el
rostro, de tan bien que había notado sus verdaderos sentimientos.
—Has acertado, Rego —confesó Bant—.
Me da miedo enfrentarme a Grim.
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