lunes, 28 de septiembre de 2015

Capítulo 25 - La promesa

Los dos viajeros cabalgaban lentamente, sin prisa alguna ya, pues su viaje había acabado. Lo imposible había sucedido y cinco de los herederos habían sido derrotados en su propio juego, tal como el heredero de Nagareth dijo que haría en su primera visita a Rego. Había llegado la hora de cumplir el trato.






—Éste es un sitio tan bueno como otro —anunció Bant. Se encontraban fuera del Norte, en las tierras fronterizas con La Tierra de Las Espadas donde el aire frío era una agradable ayuda para soportar el sol del mediodía. Apartó su caballo a un lado del camino y bajó de él despacio y con cuidado, molesta sin duda por la barriga de embarazada que se adivinaba bajo sus ropas. —Paremos.
El aspecto de la heredera de Nagareth había cambiado mucho desde el principio de la aventura. Con casi todos los secretos ya desvelados, había dejado atrás su máscara y sus ropas de minero, vistiendo ahora unos sencillos pantalones, una camisa blanca y un abrigo. Su rostro seguía mostrando la misma voluntad que antes, pero su mirada tenía la serenidad y calma de quien ha culminado exitosamente una dura tarea. Aun así, los ojos atentos de Rego creyeron ver una última sombra de amargura en su amiga, quizás un recuerdo de aquellos que, como Lenst, habían muerto.
—Tienes razón, acabemos con esto.
Rego esperaba este momento desde hacía mucho tiempo.
—Me dijiste que cuando el viaje acabase me liberarías de mi bendición si te hacía una promesa —dijo desmontando de su caballo—. Dime pues que es lo quieres que te prometa, ¿quizás que te entregue mi ducado, el último que necesitas para restaurar el reino?
Bant respondió sin girarse hacía él.
—No te voy a mentir, Rego, no podría hacerlo después de todo lo que has hecho, de todo lo que hemos compartido. No puedo liberarte de tu bendición.
Rego suspiró, entristecido pero no sorprendido, al escuchar esta confesión. En el fondo se esperaba esta respuesta; en este mundo no había soluciones fáciles.
—En la biblioteca de Nagareth encontré parte de un manuscrito que explicaba que cualquier bendición puede ser destruida, total o parcialmente, si su receptor realmente lo desea. Pero el manuscrito estaba en mal estado, y no detallaba que quería decir exactamente con “si su receptor realmente lo desea”. Si fuese tan sencillo como desearlo, Leyre y Helena haría tiempo que se hubiesen liberado de su bendición. Así que no puedo ayudarte.
Cogió aire, reuniendo fuerzas para lo que iba a decir a continuación.
—Siéndote sincera, nunca tuve la intención de hacerlo.
Hizo una pausa para observar la reacción de Rego, pero éste se limitó a sonreír como si no le importase.
—Utilicé a Missa para espiarte, y luego te utilice a ti también, aprovechándote de tu bendición sin decirte nada. Te he estado engañando y manipulando constantemente, e incluso ahora, si hubiese seguido mis planes, te hubiese mentido de nuevo haciéndote creer que te había librado de tu bendición. Tienes motivos de sobra para odiarme. Yo… lo siento.
—No sé si basta con una disculpa, Bant —dijo Rego acercándose a ella—. Me has engañado desde el principio, utilizándome como si no fuese más que una herramienta en tus planes. Puedes imaginarte como me sentí cuando lo descubrí.
—Pero por otra parte, gracias a ti, he participado en una aventura increíble. He visto los campos de olivos del sur, las verdes llanuras de Jötum y las tierras desoladas de Nagareth. He sentido la emoción de compartir la cena con la mujer más hermosa del mundo y de presenciar en combate al mejor espadachín. ¡Incluso he sido capaz de desafiar yo mismo a la Reina de Invierno y derrotarla! Hasta mi madre estaría orgullosa de mí.
Llevó su mano derecha a la mejilla de Bant, acariciándola suavemente.
—Así que, ¿qué hago contigo? ¿Te perdono? Una parte de mi te entiende, comprende tus motivos para actuar como lo hiciste, aunque fue bastante rastrero. Muy rastrero. Increíblemente rastrero, tanto que creo que en los años venideros explicaré a todo el mundo nuestra aventura para que se den cuenta de lo rastrera que has sido. Pero la verdad es que no creo que pueda llegar a odiarte después de todo lo que hemos pasado, Bant.
—Rego… —susurró agradecida Bant, dibujándose en su rostro una hermosa sonrisa. Una sonrisa que se torció en una mueca de sorpresa cuando la caricia de Rego se convirtió en una presa que le pellizcó con fuerza la mejilla.
—¿Además, por qué te iba yo a guardar rencor, eh? ¿Por qué me hiciste creer que eras un hombre cuando en realidad eres una mujer, y encima embarazada? ¿O por todas las veces que me he preocupado por ti, sin saber que tú contabas con eso para ganar tus desafíos? ¿Eso no son más que tonterías sin importancia, no? —preguntó con un destello de malicia y una sonrisa depredadora que poco a poco se fue convirtiendo en una mucho más pícara—. Me pregunto que debería pedirte a cambio de mi perdón.
—Vamos, Rego —dijo medio riendo Bant, apartándole la mano de su mejilla dolorida—. Estoy hablando en serio, realmente lo siento. Si hay algo que puedo hacer para que me perdones, dímelo y lo haré.
—Pues para empezar podías explicarme que tenías pensado hacerme prometer. Tengo curiosidad.
La heredera de Nagareth observo a Rego con aprecio, puede que incluso con algo más. ¿O me estoy haciendo ilusiones?, pensó Rego sintiendo como su corazón le daba un vuelco.
—Aún quiero que lo hagas, Rego. Prométeme que harás lo siguiente:
Mantener la alegría en las regiones del sur.
Devolver la nobleza a los jinetes de Jötum.
Enseñar a los mercaderes de La Costa Verde que no todo tiene un precio.
Dar un propósito a los soldados de Jötum.
Traer la paz al Norte.
Y por último, salvar a mi pueblo.
—Prométeme todo esto y te entregaré los seis ducados. Puedes ser un buen rey, Rego, lo sé; un rey justo y generoso que se preocupa por su gente y sus necesidades. Y tu bendición te ayudará, manteniéndote feliz al tener el reino en buen estado. Piénsalo. Los siete ducados necesitan un rey que los una. Y tú puedes ser ese rey.
La sorpresa que sintió Rego al escuchar esto no se puede describir con simples palabras. Desde el principio, todo lo que había hecho Bant, todo lo que había pasado, era para… ¿esto?
—No sólo es por tu bendición, Rego, sino también por ti mismo, por tu valía. A simple vista eres despistado, perezoso y poco trabajador, pero cuando hace falta siempre estás ahí, dando la cara y dispuesto a ayudar a quien te necesite. Yo confió en ti, sé que puedes hacerlo. Antes de conocerte en persona tenía mis dudas, pero tras viajar contigo y ver cómo eres estoy segura.
Rego pudo sentir la sinceridad tras las palabras de Bant; ella realmente confiaba en él. Y quizás tuviese razón, quizás esta fuese la manera de conseguir que su bendición beneficiase a todo el mundo y no sólo a él. Quizás, a pesar de lo mucho que odiaba las responsabilidades y las cargas del poder, era éste su destino.
—¿Qué dudas tenías? —pregunto Rego.
—Más que nada que no estaba del todo segura de cómo eras. Entiéndeme, los informes de Missa eran positivos, pero no me bastaba con ellos. Y después esta lo que me dijo la maga de Magrata.
—¿La maga? —preguntó sorprendido Rego. Tenía sentido que la heredera del ducado supiese que Elisee estaba en Magrata, pero la maga no le había mencionado nada al respecto en sus encuentros. —¿Qué fue lo que te dijo?
—Fui a verla para preguntarle si con tu ayuda podía restaurar el reino. Me respondió que aunque sería una tarea ardua y difícil, no era imposible. Que no había ninguna cadena que atase mi destino, pero que si lo lograba, era muy posible que el rey que coronase fuese un tirano.
Un tirano. Una persona que gobierna únicamente de acuerdo a su voluntad, abusando de su poder y dominando a sus súbditos.
—Pero no te preocupes —dijo Bant rápidamente al ver como Rego palidecía y retrocedía asustado—, yo sé que tú no eres así. La maga se equivocaba.
No, no lo hacía. ¿Qué lo diferenciaría de un tirano si gobernaba suprimiendo los problemas gracias a su bendición, si sus súbditos eran felices sólo porque él quería que lo fuesen? Nada. Al convertirse en rey no estaría consiguiendo que su bendición ayudase a los demás, sino que los estaba esclavizando a su voluntad. Seguiría siendo un titiritero, sólo que en un teatro más grande.
—Yo no puedo ser un rey, Bant, no puedo…
Miró a Bant, que le devolvió una mirada preocupada. Su amiga, soñadora a su manera, sacrificada, trabajadora, encantadora cuando quería. De cabellos cortos, bajita y de formas poca femeninas, desde luego no era su tipo. Pero la amaba, a pesar de todo, incluso después de que le hubiese traicionado. El corazón no es que no atienda a razones, es que pasa sobre ellas aplastándolas. Quería a Bant con todo su ser.
Y por eso mismo, entendió, porque la amaba, no podía decírselo. Por qué en el momento en que confesase sus sentimientos, en que le pidiese una respuesta, su bendición actuaría y ya no importaría lo que ella sentía; lo que ella quería. Sólo importaría lo que Rego necesitaba para ser feliz. Desde luego que puedo hacerlo, pensó, podía asegurarse de que Bant correspondiese a sus sentimientos. ¿Quién lo sabría? Nadie. Él sería feliz, y Bant lo sería a su lado porque él así lo deseaba. Después de todo, puede que Bant le amase de verdad.
Pero puede que no.
Ella es libre, es la única de los herederos que ha podido decidir su propio destino. No seré yo quien la encadene.
Y entonces, algo dentro de él, una parte de la magia que le acompañaba desde que era un bebé, se rompió.
—Rego, estás llorando.
Se llevó la mano a los ojos, secándose las lágrimas y sintiendo, por primera vez en su vida, tristeza. Porque él había hecho lo que ningún otro heredero se había atrevido a hacer: renunciar de verdad a su bendición. Renunciar a ser el alma de las fiestas, a ser el jinete más rápido, a ganar un duelo de espadas, renunciar a ser la más hermosa, renunciar a seguir el camino marcado por el conocimiento.
Renunciar a ser feliz.
—No es nada, se me ha metido arena en los ojos. Escúchame Bant —dijo más tranquilo, fingiendo ser feliz, la primera de las muchas que tuvo que fingir a partir de ese momento—, yo no sé si sería un buen rey, pero tu serías sin duda la mejor reina.
—¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
—Eres distinta a todos los nobles que conozco, Bant. Eres astuta, sabia, valiente, y conoces de sobras el valor que tiene la vida humana. Te entrego mis tierras, cuídalas y protégelas con el mismo esfuerzo que estoy seguro dedicarás a los otros seis ducados. Son tuyas. Sé que la bendición de Leyre decía que fracasarías como reina, pero si hay alguien que pueda vencer a la magia, ese alguien eres tú.
—¿Te has vuelto loco? ¿Estás seguro de lo que dices?
Sí, desde luego parecía una locura, y eso sin duda sería lo que le dirían sus padres. Pero Rego nunca había estado más seguro de nada en su vida.
—Sí, lo estoy. Pero quiero dos cosas a cambio; la primera, que me hagas la misma promesa que querías que yo te hiciese.
Su enamorada asintió con la cabeza.
—¿Y la segunda?
—Después de todo este tiempo, ya va siendo hora de que me digas tu verdadero nombre, ¿no?

La heredera de Nagareth, no, la reina, rió con todas sus ganas y le dijo su nombre, un hermoso nombre que Rego jamás olvidó.

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