lunes, 5 de octubre de 2015

Epílogo - El viejo trobador

Tras varias horas sin parar de hablar, al fin el trovador guardó silencio. El público estuvo unos instantes sin decir nada, asumiendo en silencio la historia que se les acababa de relatar. La leña crepitando en el hogar y la nieve seguía cayendo en el exterior, sobre esta tierra que tanto había cambiado.






—Pero entonces —dijo un aldeano dando voz a los pensamientos de la multitud—, ¿qué pasó con los siete ducados?
—La dinastía de Bant gobernó con justicia y compasión durante muchos, muchos años. Pasaron por tiempos difíciles pero jamás se rindieron, y siempre lucharon por cumplir las promesas que había hecho Bant.
—¿Y cuál fue el destino de la Reina de Invierno?
—Leyre Ojos Fríos, la Reina de Invierno, desapareció tras el desafío de Rego, y nunca más se volvió a saber de ella. A pesar de todo su poder —comentó el viejo trovador con pesar—, ella sólo era una persona asustada que creyó que no tenía más remedio que seguir un camino que odiaba. Aún hoy en día no sé si admirarla por todo lo que logró o tenerle lastima.
—¿Y Rego? —preguntó una niña, la hija de un mercader que estaba de viaje, con su vocecita llena de preocupación—. ¿Qué fue de él?
—Rego... Simplemente siguió adelante, pequeña. Nunca tuvo madera de líder, mucho menos de señor, así que siguió con su vida como una persona normal, que no es poco. Pregúntale a tus padres; te dirán que seguir adelante, con todo el dolor y tristeza que hay en este mundo no es fácil, pero vale la pena. Siempre vale la pena.
-¿Ya está bien de preguntas por hoy, no querido público? Creo que a este viejo trovador le ha llegado la hora de ir a dormir. Espero que hayáis disfrutado de esta historia, y si no ha sido así me disculpo, no os preocupéis, seguro que es culpa de este pobre trovador que no ha sabido narrarla bien. Al menos, confío en que todos hayamos pasado un rato entretenido.
—Espera un momento —dijo entonces un anciano, con tono exigente y gruñón—. Todavía no nos has dicho cuál era el verdadero nombre del heredero de Bant.
—Bueno —respondió el trovador con una sonrisa en su rostro viejo y consumido por los años—, yo siempre he pensado que es mejor guardar un último secreto en toda historia; un último misterio. ¿No creéis que es más interesante así?

Al día siguiente y de buena mañana, con el Sol asomándose por el horizonte y sin ninguna nube a la vista, el viejo trovador recogió sus cosas y preparó su caballo para continuar su viaje. Aún había muchos lugares que visitar y muchas historias que narrar.
—¿Eres feliz, Rego?
Un cuervo le contemplaba fijamente con sus ojos violetas, apoyado en la rama de un árbol. Perdido en la profundidad de su mirada, al antiguo heredero le vino a la memoria unos hechos sucedidos hace muchísimos años.
Era un momento triste. Un joven, moreno y de facciones duras, estaba de pie frente a una lápida, y aunque no había nada en su expresión que lo demostrase, estaba destrozado por dentro.
—Ha muerto, Rego. Ha muerto sin conseguir unir los siete ducados, sin cumplir sus promesas. Lo intentó, dioses, tu sabes mejor que nadie que hizo todo lo que pudo para lograrlo. Pero al final, Leyre tenía razón. El heredero de Nagareth no ha traído la paz a los siete ducados.
Rego se arrodilló ante la lápida, tocando con su mano derecha la tierra frente a ella con suavidad, casi podría decirse que con afecto. Una lágrima le cayó del rostro.
—No, no lo ha logrado. Hay demasiados conflictos, demasiados viejos odios e intereses contra los que luchar. Pero ha dejado a alguien para continuar su labor, a alguien a quien todos, incluso aquellos que están en su contra, reconocen como rey.
—No lo podré hacer... Es imposible.
El antiguo heredero de Aquaviva, futuro trovador, se levantó y miro a los ojos del joven, unos ojos que eran igual a los de la persona a la que había amado durante años.
—Por muchos imposibles a los que se enfrentase, tu madre nunca se rindió.
El joven le sostuvo la mirada, mostrando la misma decisión y determinación en ellos que la que tuvo la heredera de Nagareth cuando emprendió su aventura por los siete ducados.
—Y yo tampoco lo haré.
Un graznido del cuervo arrancó a Rego de sus ensoñaciones y le devolvió de nuevo al presente. Con un suspiro, se llevó la mano a los ojos para secarse las lágrimas.
—¿Eres feliz, Rego? —volvió a preguntar el cuervo.
El antiguo heredero pensó durante unos instantes en la respuesta que debía dar.
—Bueno, he tenido una larga vida, he vivido cientos y cientos de aventuras durante muchos, muchos años, y no me arrepiento de ninguna de ellas. ¿Y aún me deben quedar un par de aventuras más, no? Así que sí, soy feliz. Soy feliz.

El cuervo graznó por respuesta y alzó el vuelo, dejando al viejo trovador que siguiera su camino.

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