lunes, 4 de mayo de 2015

Dos ramas de un mismo árbol

Una niña lloraba entre los restos olvidados de una antigua civilización. Su pelo  paja estaba lleno de hojas y pedazos de rama, y uno de sus zapatos estaba medio roto y le molestaba si caminaba. Sus lágrimas caían una tras y otra sobre una tierra que ningún ser humano había pisado en milenios.




    ¿Qué te pasa, pequeña?
La niña dio un bote asustada al escuchar la voz, pero se tranquilizó con rapidez. La criatura que le había hablado era extraña, pero no parecía peligrosa. En realidad, con su pequeño cuerpo peludo, sus cuatro patitas y su cola que se movía de un lado a otro sin cesar, resultaba adorable. Además, sus dientes eran menudos y no tenía garras, nada que ver con los lagartos de crema que tenía su familia como mascotas.
    ¿Qué… qué eres? —preguntó la niña.
— Sólo soy un perro, pequeña —respondió el animal, acercándose para estirarse a su lado y contemplarla con sus ojitos negros—. ¿Cómo te llamas?
    Me llamo Nara.
    ¿Y qué te pasa, Nara? ¿Por qué estás triste?
Nara no tenía ni idea de que era un “perro”, pero pensó que quizás era un animal propio de este bosque prohibido, una criatura desconocida para los seres humanos que hasta hace poco jamás se hubiesen atrevido a desafiar la ley de los señores dragones. Se le hacía raro que existiese un animal tan peludo, pero necesitaba hablar con alguien y el “perro” parecía simpático.
    Es por mi hermana…
Vera y ella habían nacido al mismo tiempo, pero nadie lo hubiese dicho. Mientras que Nara tenía una cara vulgar y un pelo que siempre estaba hecho un desastre, Vera era hermosa y sus cabellos relucían como un manto dorado. Nara era torpe y un poco lenta con las manos, Vera se movía como si la vida fuese un baile y ella dominase todos los pasos. Vera era lista y aprendía rápido; Vera era simpática y agradable. Todos los profesores la elogiaban, todos los sirvientes la adoraban.
Pero lo peor de todo, el motivo por el que había huido de casa y se había escapado al bosque, es que su padre la quería más a ella.
— Ya veo —dijo el perro—. Tu hermana es mejor que tú. Es todo lo que tú podrías ser y no eres.
Nara no podía rebatir esas palabras. Hundió la cabeza entre las rodillas, sintiendo como las lágrimas volvían a asomarse a sus ojos enrojecidos y el amargo aguijón de los celos y el rechazo nacían una vez más en su pecho.
— Tsch, tsch, tranquila—. El perro le puso una de las patitas sobre su brazo, intentando consolarla—. No te desanimes, Nara. Puedes cambiar, puedes ser mejor que Vera y recuperar el amor de tu padre.
— ¿Cambiar? No sé… —La niña se mordió los labios, dubitativa, mientras acariciaba el anillo que llevaba en la mano izquierda—. Mi madre me decía que yo estaba bien como soy, que Vera y yo éramos iguales.
    Tu madre era una buena persona,  pero estaba equivocada.
Nara lo sabía. El recuerdo de su padre riendo con Vera y mirándola con un cariño que jamás había tenido para ella estaba demasiado fresco en su memoria.
    Puedo ayudarte, Nara. Puedo hacerte mejor.
    ¿Cómo? ¿Tienes magia como la de los dragones, perro?
— Tengo magia, sí, pero mi magia no es como la suya. Mi poder es lento y profundo, y arraigará en tu interior como las raíces de un árbol en la tierra. Te hará más sabia, más astuta. Te dará conocimientos con los que ahora ni puedes soñar.
Nara intentó aguantarse un sollozo, sin mucho éxito. Le dolían las piernas, tenía hambre y estaba asustada, perdida en este oscuro y antiguo bosque. Quería volver a casa, con los sirvientes que cuidaban de ella y su hermana que siempre estaba alegre. Pero sobre todo, quería que su padre la amase como hacía la madre que había perdido.
    Ayúdame, por favor —dijo con un hálito de voz.
El perro asintió y la golpeó suavemente con su hocico, las orejas bajas y los ojos preocupados. Llevada por un súbito impulso la niña lo abrazó, buscando consuelo en otro ser vivo, y enterró el rostro en su suave y cálido pelaje.

Si Nara hubiese abierto los ojos, hubiese visto la sombra del perro y descubierto la verdad. Pero no lo hizo, y así fue como su vida cambio para siempre.

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