lunes, 20 de abril de 2015

Buenos días

          —    ¡Buenos días! Hace una preciosa mañana de…





       Apago el despertador de un manotazo y me levanto, más zombi que persona. Me ducho, me pongo el traje y desayuno una tostada con mantequilla y un vaso de leche antes de salir y coger el metro. Es un viaje largo, así que cojo un asiento y leo las noticias en el móvil mientras escucho la radio por los auriculares. No es que me guste mucho la música, pero con el volumen alto consigo evitar escuchar las conversaciones del resto de pasajeros, que siempre acaban por ponerme de los nervios con todos sus errores. Paso diez, doce o a veces hasta catorce horas en el trabajo, no sé, depende del día, de lo cabrón que se sienta el jefe o de la influencia de los astros. Vuelvo a casa, ceno algo y me derrumbo sobre la cama. Los días más afortunados hasta puedo ver un poco la tele antes de quedarme dormido en mi sofá de dos plazas del Ikea.
      Este es mi día a día, mi rutina. No es muy emocionante, pero nadie dice que la vida tenga que serlo.
         —    ¡Buenos días! Hoy tendremos un sol rad…
       Apago el despertador. Me levanto, me ducho, me visto, desayuno y salgo corriendo para coger el metro, que hoy me he despistado un poco en el baño. Con prisas cojo asiento y voy a ponerme los auriculares cuando me doy cuenta: hay una chica sentada delante de mí, pequeña y mona, con la cara pintada de blanco y vestida con un corsé negro y una falda que le llega hasta las rodillas. Parece una muñequita gótica, encantadora y extraña. Me está mirando, así que le sonrío, un poco avergonzado.
           —    ¡Ola! ¿Eres tú, verdat?
      Horrorizado ante sus graves errores ortográficos no puedo evitar hacer una mueca de espanto, y al verla a la chica se le ilumina la cara.
— Oh, y tanto que lo eres. ¿Puedes leer lo que hablo, verdad? Te necesitamos.
     No digo nada, paralizado por la sorpresa. La chica sonríe y me da su tarjeta antes de bajar en la siguiente parada, pero no le prestó atención. No quiero problemas, no quiero llamar la atención como cuando era un crío. Soy una persona normal.
      —    ¡Buenos días! Lluvias en el norte de…
      Me levanto, cojo el metro, trabajo, vuelvo a casa y duermo. Una y otra vez, una y otra vez. Esta es mi vida, tranquila, sin problemas. Así es, y así será siempre. Así me gusta.
      —    ¡Buenos días! Empieza un nuevo…
     Aplasto el despertador de un puñetazo. Salgo de la cama de un salto, cojo la tarjeta de la chica y llamo al número de teléfono que indica.
      —    Buenos días —digo cuando alguien coge el teléfono.

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