lunes, 13 de abril de 2015

Viviré para siempre

En toda historia siempre hay un aprendiz y un maestro. Ahora, mientras los niños me arrojan tomates podridos y espero cubierta de cadenas la hora de mi muerte, no puedo evitar pensar en el mío. Él me enseño a abrir cualquier cerradura, a deslizarme como una sombra y a planear cualquier robo hasta el último detalle. Él me dio la ambición para convertirme en la mejor ladrona de la historia, para aspirar a la gloria.




Así que, en el fondo, es por él que estoy hoy aquí.
— Por cometer el pecado de entrar en los aposentos de los Señores, condenamos a Marea la ladrona a morir devorada por un dragón. Que esto sirva de lección para…
No escucho las siguientes palabras del juez; no son más que la propaganda religiosa de siempre: los Señores son intocables, los Señores nos protegen de los dragones, obedeced a los Señores. Bla bla bla. Me interesan mucho más los miles de espectadores que me rodean, de todas las edades y razas, venidos de todo el Imperio. Personas que no tienen ni la más remota idea de quién soy.
Entré en la Tumba Prohibida, robé el anillo esmeralda y por un mes entero me hice pasar por embajadora de Xian. Si fuese soldado, sabio o explorador mi nombre sería conocido en el mundo entero, pero para un ladrón hace falta una hazaña aún mayor.
—… la eternidad. ¡Que el dragón devore su carne y purgué sus pecados!
Miles de gargantas enmudecen cuando la bestia entra a la arena. Es enorme, oscura como una noche sin luna y con dientes como cuchillos. Un Señor le acaricia el morro afectuosamente, le susurra unas palabras y me señala con un dedo fino y pálido.
Casi me desmayo de miedo cuando el dragón ruge. Avanza hacia mí despacio, con la lengua sibilina olfateando el aire, hambriento. Seguro que planea devorarme poco a poco, como hace con todos aquellos que ofenden a los Señores, los privilegiados que dominan a los dragones.
Trago saliva, reuniendo valor. Todo el mundo me está mirando.
Dejo caer las cadenas a mi espalda -¿qué clase de ladrona sería si no pudiese librarme de ellas?-, y camino hacia el dragón, los brazos abiertos y una sonrisa en mi rostro. Escucho exclamaciones de sorpresa entre los espectadores y gritos de alarma entre los Señores, pero ya es demasiado tarde para detenerme.
Abrazo a la bestia y ella se inclina ante mí, obediente. La he dominado.
El caos estalla en el coliseo, pero yo sonrío. Incluso mientras las flechas de los soldados se clavan en mí, acabando con mi vida, sigo sonriendo. He descubierto el secreto de los Señores y conseguido la gloria de la única manera que un ladrón puede hacerlo: regalando mi mayor robo a la humanidad.

Mi nombre jamás desaparecerá de las páginas de la historia. Soy inmortal.

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