—
La Santa Laurel nos trajo esperanza. Allá donde aparecía, con su cabello
carmesí ondeando y su espada Justicia cortando a diestro y siniestro, los
demonios retrocedían. Era nuestra heroína, nuestra salvadora, y todos y cada
uno de los soldados del tercer regimiento la adorábamos.
Guardo silencio por un
momento, embargada por la emoción. Miro a su cuerpo sin vida, a su rostro
sereno, en paz, con Justicia reposando sobre su pecho, y a duras penas logro
contener las lágrimas.
—
Para mí Laurel era una inspiración. Ella era fuerte, justa y compasiva, siempre
daba lo mejor de si misma y jamás desfallecía. A su lado, yo sólo era una cría
asustada que se meaba en los pantalones antes de la batalla.
Sonrisas melancólicas
aparecen en las caras de los cientos de soldados que han acudido al funeral,
una breve nota de alegría en medio de la tristeza. Todos querían a Laurel y
hubiesen dado su vida por ella sin dudar, pero ninguno la comprendía. ¿Cómo
iban a hacerlo? Laurel no tenía miedo, Laurel no dudaba. Laurel era una
heroína.
Sólo yo la había visto,
en medio de la noche y cuando creía estar a solas, sentada en la oscuridad con Justicia sobre sus rodillas, la mirada pérdida y
una expresión indescifrable en el rostro mientras contemplaba su espada. ¿Era
miedo, odio? ¿Acaso desesperación? Ya nunca lo sabré. Laurel murió antes de que
pudiese preguntárselo.
—
Descansa, amiga mía. Te lo has merecido. Yo… intentaré seguir tus pasos lo
mejor que pueda.
Acaricio su mejilla,
luchando contra el nudo de mi garganta. Me gustaría llorar y llorar hasta
derrumbarme, pero no puedo hacerlo. Como Laurel antes que yo, debo ser fuerte.
La humanidad necesita a sus héroes en estos tiempos oscuros.
Reúno todo mi coraje, y
empuño a Justicia.
Lo siento, lo siento mucho.
Gélidos tentáculos de
dolor me recorren por dentro, retorciéndose en mi corazón, mi mente, mi alma.
Intento gritar, pero ni siquiera soy capaz de abrir la boca. Estoy atrapada,
prisionera en mi propio cuerpo, aullando de horror en mis pensamientos mientras
una voz suave y cariñosa no para de hablarme.
Lo siento mucho,
pero necesito tu cuerpo.
—
La lucha sigue —me oigo decir a mí misma, muy, muy lejos—. No hay descanso para
los justos.
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