lunes, 16 de marzo de 2015

Capítulo 17 (Parte 1) - Las acciones de una reina

Una vez más, los líderes de los doce clanes estaban reunidos. Había mucho que discutir y decidir, desde la estrategia general de la guerra hasta los pormenores de la logística. No había ninguna duda que el ejército del Norte era el más poderoso de los siete ducados, con sus soldados endurecidos por las constantes batallas y sus líderes que habían mamado del saber de la guerra casi desde la cuna, pero de nada serviría toda esa fuerza si no había una jerarquía clara de mando, o peor aún, si los hombres pasaban hambre.


Por mucho que se hablase de la gloria de la batalla y la astucia de un general, Skröll sabía por propia experiencia que el primer paso para ser derrotado consistía en que tus soldados tuviesen el estómago vacío. El segundo era que tuviesen las botas en mal estado; no hay nada peor que comandar una marcha o una carga cuando tus hombres se tropiezan con cualquier obstáculo del camino.
Así que sí, había mucho por decidir, pero estaban habituados a ello. Había gente en el Norte que vivía del arte de organizar guerras, garantizar las líneas de suministros y todas las necesidades de los soldados, y eran realmente buenos en su trabajo.
Lo que realmente preocupaba a Skröll eran las antiguas rencillas y conflictos entre los clanes, los rencores escondidos tras una capa de falsa cortesía y respeto. No sería la primera vez que un evento entre los clanes, en principio pacífico, acababa teñido de sangre.
En el fondo, éste y no otro era el principal motivo de que Leyre convocase estas reuniones cada pocos días: para que los líderes de los clanes se acostumbrasen, si no a confiar, si al menos al tratar los unos con los otros. Que Askeläd de los Pumas, por ejemplo, tuviese una conversación civilizada con Baldur del Lobo sin amenazarle cada dos por tres, o que Póruk de las Águilas se dignase a dirigirle la palabra al salvaje Gorlak del Ciervo. Era una tarea difícil, pero la Reina de Invierno sabía lo que hacía y poco a poco se estaba avanzando.
Antes de que empiece la guerra, pensó Skröll recorriendo con la mirada la mesa en la que estaban sentados los líderes de los clanes, estoy seguro que seremos de verdad un ejército unido. Sin embargo, arrugó el entrecejo y apretó los dientes al reparar en la sonrisa siempre cínica de Bayou, del clan Kraken. Menos por ese desgraciado, que se le congele la espina, seguro que algo trama…
Apartó esos pensamientos cuando Leyre entró en la sala, escoltada por su guardia de élite. Además de la capa de escamas y de la espada de sus padres que siempre tenía en el cinto, llevaba una cota de mallas y un casco que le ocultaba el rostro y sólo revelaba sus ojos, de un azul tan profundo y gélido como el de un lago helado. Parecía más un soldado que una reina, pero justo así era como debía ser un monarca en el Norte.
 Todos los líderes de los clanes se levantaron de sus asientos y bajaron la cabeza, demostrando así su respeto por su señora. Tras una breve pausa, Leyre asintió, reconociendo a los presentes y avanzó para sentarse en el trono de Invierno. No fue hasta que se quitó el casco y se lo entregó a un sirviente que los líderes volvieron a sentarse.
— Empecemos sin perder más tiempo —dijo Leyre, haciendo un gesto con la mano a un escriba—. ¿Cómo está la situación de los suministros?
    Me temo que antes de eso, mi reina, tengo malas noticias que daros.
Skröll frunció el ceño, pues tan aguda y zalamera voz no podía ser de otra persona que Bayou, el manipulador líder de los Kraken. ¿Qué estaba planeando ahora esa asquerosa serpiente?
— ¿Qué pasa, Bayou? —preguntó Leyre—. ¿Qué es tan importante como para que me interrumpas justo cuando voy a comenzar la reunión?
— Un crimen del más alto nivel —respondió éste. Ante la mirada del resto de líderes, chasqueó los dedos y uno de sus hombres se acercó a la reina y le entregó una pila de documentos—. Me ha costado meses de investigación, pero por suerte he conseguido reunir las suficientes pruebas para probar mi acusación a tiempo de evitar que nuestros planes de guerra se vean afectados.
— ¿De qué estás hablando? —preguntó la reina mientras ojeaba los documentos,  preocupada—. Esto parece…
— Traición —dijo Bayou, acabando la frase por su reina sin disimular lo mucho que estaba disfrutando con la situación—. Así es, traición. Desde hace años esta persona os ha traicionado, Reina de Invierno, robando parte de los suministros y de las riquezas destinadas a los clanes para sus arcas personales. En los documentos que os he entregado hay una pila de testimonios, así como varias órdenes que he podido recuperar de las que él mismo dio para el traslado de material. Su firma está en muchas de ellas.
— No puede ser cierto —murmuró Leyre, pasando página tras página incrédula. Su mirada dolida se cruzó con la de Skröll, que parpadeó sorprendido—. ¿Por qué, Skroll? ¿Por qué me has traicionado?
La pregunta cayó como un mazazo sobre el líder del clan del Oso.
— Yo nunca te traicionaría, Leyre. El clan del Oso siempre te ha apoyado, y tú lo sabes. Incluso al principio, cuando el resto sólo querían tu cabeza, nosotros estuvimos ahí contigo. Siempre hemos estado contigo —le recordó—. Esto es cosa de Bayou, otra más de sus mentiras —acusó amenazando al mezquino mentiroso con el puño, tan furioso que apenas podía controlar las ganas de golpearle—. Maldito bastardo, espera a que te ponga las manos encima…
 De inmediato dos guardias de Bayou se pusieron delante de su señor, las manos en las empuñaduras de sus espadas. Sintiendo la tensión por toda la sala los hombres cogieron las armas, los ojos suspicaces recabando en aliados y enemigos, mirándose entre si con la desconfianza nacida de toda una vida de enfrentamientos y emboscadas.
Skröll respiró fuerte para calmarse, obligándose a retirar el puño antes que la situación desembocase en un río de sangre. El líder del clan del Oso se olvidó de Bayou y sus despreciables mentiras, miró a los ojos de la Reina de Invierno y le dijo con toda la sinceridad que guardaba en su corazón:
— Tienes que creerme, Leyre, sabes que te quiero como si fueses mi hermana.
— Lo sé, Skröll, lo sé —dijo la reina con la voz apagada, permaneciendo inmóvil durante unos segundos que se hicieron eternos. De repente, en un espasmo de furia, agarró una pila de documentos y se los arrojó al rostro del acusado pronunciando una única y fría palabra que derribó a Skröll con más certeza que si le hubiese alcanzado una flecha: —Traidor.
Exclamaciones brotaron a su alrededor, algunas incrédulas, otras sorprendidas y unas pocas de satisfacción, pero Skröll fue el único que guardó silencio, pues ya no tenía ni fuerzas para defenderse.
— Confiaba en ti, Skröll, y me has traicionado —sentenció la reina, su voz tan fría que helaría el infierno—. Pagarás por esto. Todo tu clan pagará.
            ¿Cómo ha podido pasar?, pensó Skröll, desesperado. Ese desgraciado de Bayou le había tendido una trampa, lo había preparado todo para hacerle quedar como un traidor ante sus iguales y su reina. Ante su más querida amiga.
Golpeó el suelo con furia con sus puños, maldiciendo mil veces el nombre de esa serpiente de Bayou. Su reputación, su familia, su clan; todo se iría al traste por esta trampa cobarde.
No podía consentirlo.
—¡Leyre! —gritó, deshaciéndose de los guardias que lo rodeaban con una fuerza nacida de la desesperación—. Mi reina, os ruego que perdonéis a mi clan y a mi familia, ellos siempre os han sido leales y no tienen la culpa de mis actos—. Se arrastró de rodillas hasta los pies de la Reina de Invierno, ignorando la mueca de despreció que mostraba Bayou—. Por favor, por la amistad que nos unió, perdonadles, os lo suplico. No les condenéis por mis pecados.
La Reina de Invierno observó a Skröll, postrado ante sus pies rogando el perdón para los suyos, con una expresión indescifrable en su rostro. Cuando habló su voz era tan dura como el acero.

— Ni tu familia ni tu clan sufrirán por tu crimen, Skröll. Pero tú lo pagarás con tu vida.

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