¿Cómo debía de ser una reina? De niña, cuando era mucho más inocente y
aún no maldecía a su bendición, había pensado mucho al respecto. Una reina
tenía que ser justa pero no vengativa; astuta, pero no cruel. Y por encima de todo,
una reina debía recompensar a aquellos que la querían. Se contempló a sí misma,
de pie ante el espejo de su habitación y se preguntó: ¿Qué pensaría de mí aquella niña?
Alguien llamó a la puerta, la primera visita que esperaba recibir esa
noche tras la accidentada reunión. Se sentó en su despacho, sirviendo un par de
copas de licor antes de dejarla pasar.
— Mi reina —dijo Bayou abriendo la puerta y haciendo una rápida pero respetuosa
reverencia—, aquí estoy.
— Pasa
y siéntate. Tenemos mucho de lo que hablar.
El líder del clan del Kraken así lo hizo, adoptando su semblante una
falsa tristeza para ocultar el sentimiento de euforia que sin duda alguna debía
embargarle. Su clan siempre había sido enemigo de los Osos, y esta noche había
conseguido una importante victoria.
— ¿De dónde sacaste la información, Bayou? —preguntó Leyre mostrando la
documentación que le había entregado horas antes—. Tan minuciosa, tan detallada…
no hay ninguna duda de la culpabilidad de Skröll. Me gustaría saber el nombre
de esos agentes tuyos.
— No puedo responderos a esa pregunta, mi reina, pero os aseguro que son
gente de mi total confianza, capaz y muy discreta.
Leyre asintió con la cabeza; no esperaba otra respuesta. Los había
entrenado ella misma.
Había costado años de preparativos y planes, falsificando documentos,
tergiversando testimonios e inocentes pérdidas de suministros, todo con el fin
de tejer una trampa de la que Skröll no sospechase nada. Ganarse la confianza
de Bayou y hacerle creer que todo el complot había sido obra suya resultó mucho
más sencillo.
— Confiaré
en ti, Bayou —mintió Leyre—, has servido muy bien a tu reina.
El líder de los Kraken sonrío ante el halago, relamiéndose de la
influencia ganada con la Reina de Invierno tras esta treta que tan bien le
había salido. Pero Leyre aún no había acabado.
Hasta ahora te he enseñado la
zanahoria, rata mentirosa. Ahora toca el palo.
— Sin embargo, la próxima vez que tengas una información tan valiosa que
darme, no esperes a hacerlo delante del resto de los líderes de clan para
vanagloriarte de tu triunfo, Bayou —dijo con una voz cortante como el filo de
una espada—, a mí no me gustan esos espectáculos, menos aun cuando podías
habérmelo dicho horas antes en la intimidad de mi despacho. No volveré a
tolerar algo así, ¿queda claro?
Bayou tragó saliva y bajo la mirada, acobardado. Sabía de sobra las
consecuencias de provocar la ira de Leyre: la cabeza de Skröll colgaba de una
pica en las murallas del castillo como aviso para todos aquellos que se
atreviesen a desatar la furia de la Reina de Invierno.
— Si, mi reina. No volverá a pasar.
— Eso espero. Ahora bebamos —dijo mientras le pasaba una de las copas que
había servido antes—, por el futuro del Norte y la creación del nuevo reino.
Así lo hicieron, aunque Leyre tan sólo tomó un pequeño sorbo del
exquisito licor. Despidió a Bayou agradeciéndole de nuevo sus servicios
prestados a la corona, sintiéndose como una mentirosa mientras lo hacía.
De nuevo a solas, se quedó mirando la copa que aún sostenía en su mano.
Se lo bebió de golpe, con la esperanza de apagar los remordimientos que sentía
con el alcohol. Skröll no era sólo su más antiguo amigo, si no que era un buen
hombre, diez veces mejor que esa víbora de Bayou. Aun así le había traicionado.
¿Por qué?
Porque así mostraba al resto de los líderes de clan que sería dura e
inflexible ante la traición, a pesar de los sentimientos personales. Porque así
ahora el manipulador Bayou se movería al compás que marcaban sus fieles agentes
y ya no le daría más problemas. Porque tras la falsa traición de Skröll ya no
se veía en la obligación de seguir favoreciendo al clan del Oso, que tanto la
había ayudado pero que amenazaba con convertirse en más poderoso que su propio
clan, el del Lobo. Pero sobretodo, porque sabía que debía hacerlo.
Apretó con fuerza la copa de cristal en su mano hasta que ésta estalló,
cortándole la piel a pesar del guante que llevaba para protegerse del frío.
Distraída, sin siquiera pestañear, observó como las gotas de sangre caían sobre
el suelo, pensando que éste dolor no era nada comparado con todo el sufrimiento
que le había deparado su bendición.
Cuánta razón tenía aquél sabio que
dijo que en la ignorancia está la felicidad.
Volvieron a llamar a su habitación, la última visita que esperaba para
esa noche según el horario fijado. Abrió la puerta ella misma, recibiendo al
caballero que le traía el último mensaje de sus hombres en la Costa Verde.
Lo despidió sin miramientos, ignorando su mirada preocupada al ver su
mano sangrante y se dispuso a leer la arrugada hoja, escrita con la elegante
caligrafía del maestro Nyarmo. Conforme pasaba las líneas una débil sonrisa
asomó a sus finos labios; tanto Nyarmo como Hemdal habían fracasado en su
misión de conseguir el ducado de La Costa Verde. Si, su campeón sería el marido
de Helena, pero el heredero de Nagareth se le había adelantado con su desafío y
había reclamado esas tierras para sí. Justo como ella esperaba que sucediera.
Con esto lograba tener a Hemdal alejado, un excelente campeón pero un
imbécil pretencioso al que le gustaban demasiado las faldas. Helena lo
controlaría y se aseguraría de que no hiciese ninguna desgracia. Además, y por
lo que decía Nyarmo en su carta, el maestro parecía haber despertado la
inquietud de Rego.
Perfecto. El heredero de Nagareth y su acompañante avanzaban según lo
previsto, y cuando llegasen al Norte la Reina de Invierno estaría lista para
recibirles; ya había tomado medidas para ello. Sabía que nadie lograría impedir
la creación del nuevo reino.
Leyre Ojos Fríos nunca se equivocaba.
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