Aunque era de noche en la ciudad de Sadoma, capital de La Costa Verde,
sus calles seguían tanto o más animadas que durante el día. Parejas y grupos de
amigos salían a tomar alguna copa o a cenar en uno de los excelentes
restaurantes de la ciudad, mientras que los ciudadanos más pobres intentaban
conseguir algunas monedas vendiendo flores y bebidas. Ahrlen avanzaba a
tientas, tan borracho que apenas se mantenía en pie y se chocaba una y otra vez
contra el resto de paseantes, provocando una oleada de quejas e insultos a su
paso ante los que el soldado reaccionaba con total indiferencia. Ya nada le
importaba, ni su orgullo, ni tan siquiera su honor. Nada.
Una mano surgió de repente de un oscuro callejón para agarrarle del brazo
y arrastrarle a su interior. Ebrio y sorprendido, Ahrlen no opuso resistencia
alguna cuando en medio de la oscuridad alguien le arrojó contra el suelo y en
una rápida maniobra le puso una daga en su cuello, sujetándole la cabeza contra
las sucias baldosas para que no pudiese girarse y descubrir su aspecto.
— ¿Eres el soldado de La Tierra de las Espadas conocido como Ahrlen? — preguntó
su misterioso asaltante. Su voz era ruda y seca, tan firme como los brazos que
le inmovilizaban.
— Si, así es —respondió Ahrlen a duras penas—. ¿Qué demonios quieres de mí? No tengo nada
que merezca ser robado, y todo el dinero que tenía lo he gastado en bebida. Me
parece que te has equivocado de persona, amigo.
La suerte no le había sonreído últimamente. Despedido de su trabajo de un
día para otro sin ningún motivo aparente, pasaba los días sumergido en alcohol,
intentando ahogar el dolor que sentía por no poder volver a ver a su amada
Helena.
— No he venido hasta aquí para robarte —dijo su atacante al tiempo que
acercaba aún más el filo de la daga a su cuello—, sino para hacerte unas
preguntas. Hasta hace poco eras un guardia personal de la antigua heredera de
este ducado; me consta que aún estabas a su servicio cuando celebro la cena en
la que decidió quien sería su esposo.
— Si, así es —dijo Ahrlen, cada vez más intrigado por la identidad de su
asaltante. Le había reducido e inmovilizado con una habilidad fuera de lo
común, propia de expertos luchadores. Estaba claro que no era un simple ladrón.
— Quiero saber a dónde fueron los herederos de Nagareth y Aquaviva cuando
dejaron el palacio. Cuál era su destino, qué camino pensaban coger, todo lo que
puedas decirme. Algo debieron comentar que indicase hacia donde se dirigían,
haz memoria; seguro que oíste algo.
La borrachera de Ahrlen se esfumó al entender las intenciones de su
asaltante.
— No te voy a decir nada.
— ¿Estás seguro?—. Una leve presión y una gota de sangre brotó del cuello
de Ahrlen y se deslizó lentamente por el filo de la daga—. No te hagas el
valiente, muchacho, dime lo que quiero saber y no te pasará nada.
Ahrlen maldijo para sus adentros. Si no hubiese estado borracho, con el
corazón tan roto que le daba igual lo que le sucediese, jamás se hubiese dejado
atrapar de esta manera. Había caído muy bajo, pero Rego seguía siendo uno de
sus mejores amigos. Eso nada lo cambiaría.
— No traicionaré a un amigo; no me importa lo que me hagas.
— ¿A
un amigo? No sabía que fueses amigo de…
De repente su asaltante calló sin dejar de mantener inmovilizado a Ahrlen
se dio la vuelta en un rápido movimiento, quedándose de cara a la entrada del
callejón.
— ¿Quién eres? —preguntó a la oscuridad—. Da la cara, he oído tus
pisadas.
Una figura avanzó hacía ellos. Con la cara aplastada contra el suelo
Ahrlen sólo podía distinguir su calzado; unas viejas y gastadas botas de viaje
que debían haber recorrido medio mundo.
— Me conocen como Lord Guasón —anunció el recién llegado.
—Tú eres ese famoso jugador de póquer, el antiguo campeón que disputo el
torneo al heredero de Nagareth —dijo el asaltante, reconociéndolo—. Te he
estado buscando.
— Lo sé, y por eso mismo no me has encontrado. Aún tengo amigos en esta
ciudad dispuestos a esconderme, ya sea de los nobles que no toleran que un
antiguo esclavo pasee libremente o de un misterioso guerrero que anda haciendo
preguntas indiscretas sobre mi persona.
Ahrlen escuchó el inconfundible sonido de una espada al ser desenvainada.
— Averigüé donde te hospedabas, así que planeaba seguirte para averiguar
qué querías de mí, pero no podía dejar que matases a este pobre hombre. En
cierta manera, él es un compañero esclavo.
— Guarda tu arma —ordenó el misterioso asaltante—. Para empezar no te
serviría de nada contra mí, me basta con ver como la sostienes para darme
cuenta de que no eres más que un principiante. Y además, yo sólo quiero
información. Dádmela y nadie sufrirá daño.
— En este caso, yo soy de la misma opinión que ese joven que mantienes
preso contra el suelo —dijo Lord Guasón con un tono tan neutro, tan carente de
inflexión, que ponía los pelos de punta. Parecía estar hablando del tiempo en
vez de discutiendo con un hombre armado—. No te diré nada.
— ¿Por
qué? ¿Tú también eres amigo de los herederos?
El antiguo esclavo rechistó como respuesta.
— ¿Yo, amigo de un noble? Eso no sucederá jamás —afirmó con una rabia
antigua y poderosa—.Pero confío en el heredero de Nagareth, creo que cumplirá
su promesa, o que al menos hará todo lo que esté en su mano por lograrlo. Es la
única esperanza que tienen los esclavos… No, no le traicionaré —concluyó Lord
Guasón.
Un suspiro de alivio escapó de los labios de Ahrlen al comprobar que el
antiguo esclavo no diría nada. Aunque su asaltante podía matarlos a los dos,
prefería mil veces eso antes que traicionar a su amigo.
— Bueno, si así es como queréis que sean las cosas —dijo el asaltante—,así
serán.
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