lunes, 16 de febrero de 2015

Recuerdos

Recuerdo la primera vez que te vi.




Estabas en la biblioteca de la universidad, estudiando los apuntes con el ceño fruncido mientras mordisqueabas un bolígrafo. Llevabas aquellas ridículas gafas de pasta rosa, y el cabello largo, apelmazado, que te caía por los hombros como una vieja capucha. No eras la chica más guapa del mundo, ni siquiera la más guapa de la biblioteca.
Pero me enamoré de ti. A primera vista, como si fueses una princesa de un cuento de Disney y yo un estúpido príncipe azul. Mis amigos se rieron cuando el círculo apareció, y mis mejillas se pusieron rojas como el tomate cuando tú te giraste y me viste, mirándote con cara de idiota y el círculo delator en el dorso de mi mano. Durante unos instantes creí que me iba a morir de la vergüenza, con decenas de ojos curiosos observándome mientras los capullos de mis amigos no paraban de reír, pero luego me sonreíste y comprendí porqué me había enamorado.
Tres meses y siete días más tarde el círculo apareció en tu mano. Recuerdo como si fuese ayer cuando me lo enseñaste, con tus pequeños ojitos brillando, tus bromas sobre lo mucho que te habías resistido y tu mano sobre la mía, suave, cálida y sudorosa. Creo que nunca te he querido más que en aquél momento, cuando todo parecía perfecto y el futuro se abría ante nosotros como un libro que justo acabábamos de comenzar.
Pasaron los años. Dejamos la universidad y la vida con nuestros padres y formamos una nueva los dos juntos. Las páginas de nuestro libro pasaban a toda prisa, devoradas por la vorágine del mundo, las presiones del trabajo, los compromisos de la familia y la simple pero devastadora rutina. Nos enfadábamos, discutíamos y no siempre nos llevamos bien, pero no me preocupaba. El círculo estaba en tu mano, como sabía que siempre estaría en la mía.
Nunca podré olvidar tu sonrisa. Tu rostro ganó en arrugas y tus ojos no brillaban como antes, pero tu sonrisa siempre fue la misma que la de aquél primer día.
Me cuesta contener las lágrimas, pero sé que no querrías que llorase. Te miro una vez más, pero no consigo conectar este rostro sin emociones, este caparazón roto, con la persona que una vez fuiste. Los recuerdos, sí. Siempre me quedarán los recuerdos.

Salgo de la sala, acariciando sin pensar el círculo de mi mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario