Recuerdo la primera vez
que te vi.
Estabas en la
biblioteca de la universidad, estudiando los apuntes con el ceño fruncido
mientras mordisqueabas un bolígrafo. Llevabas aquellas ridículas gafas de pasta
rosa, y el cabello largo, apelmazado, que te caía por los hombros como una
vieja capucha. No eras la chica más guapa del mundo, ni siquiera la más guapa de
la biblioteca.
Pero me enamoré de ti.
A primera vista, como si fueses una princesa de un cuento de Disney y yo un
estúpido príncipe azul. Mis amigos se rieron cuando el círculo apareció, y mis
mejillas se pusieron rojas como el tomate cuando tú te giraste y me viste,
mirándote con cara de idiota y el círculo delator en el dorso de mi mano.
Durante unos instantes creí que me iba a morir de la vergüenza, con decenas de
ojos curiosos observándome mientras los capullos de mis amigos no paraban de
reír, pero luego me sonreíste y comprendí porqué
me había enamorado.
Tres meses y siete días
más tarde el círculo apareció en tu mano. Recuerdo como si fuese ayer cuando me
lo enseñaste, con tus pequeños ojitos brillando, tus bromas sobre lo mucho que
te habías resistido y tu mano sobre la mía, suave, cálida y sudorosa. Creo que
nunca te he querido más que en aquél momento, cuando todo parecía perfecto y el
futuro se abría ante nosotros como un libro que justo acabábamos de comenzar.
Pasaron los años.
Dejamos la universidad y la vida con nuestros padres y formamos una nueva los
dos juntos. Las páginas de nuestro libro pasaban a toda prisa, devoradas por la
vorágine del mundo, las presiones del trabajo, los compromisos de la familia y
la simple pero devastadora rutina. Nos enfadábamos, discutíamos y no siempre
nos llevamos bien, pero no me preocupaba. El círculo estaba en tu mano, como
sabía que siempre estaría en la mía.
Nunca podré olvidar tu
sonrisa. Tu rostro ganó en arrugas y tus ojos no brillaban como antes, pero tu
sonrisa siempre fue la misma que la de aquél primer día.
Me cuesta contener las
lágrimas, pero sé que no querrías que llorase. Te miro una vez más, pero no
consigo conectar este rostro sin emociones, este caparazón roto, con la persona
que una vez fuiste. Los recuerdos, sí. Siempre me quedarán los recuerdos.
Salgo de la sala,
acariciando sin pensar el círculo de mi mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario