lunes, 9 de febrero de 2015

Capítulo 16 (Parte 2) - El rostro detrás de la máscara

Al enmascarado, las palabras de Helena le trajeron a la memoria un evento ocurrido unas semanas atrás. Estaba durmiendo en la casa del alcalde de Magrata, descansando tras su desafío contra Balthar, el antiguo señor de Jötum, cuando se despertó a causa de unos fuertes gritos que venían del piso de abajo. Aún con todo su cuerpo dolorido se levantó y salió de la habitación a ver qué sucedía, encontrándose por el camino con uno de los hijos del alcalde.


— ¿Qué está pasando? ¿Qué es todo ese alboroto?
— No se preocupe —le respondió el muchacho—.Es ese jinete de Jötum, el que vino con el heredero de Aquaviva, que exige verte y hablar contigo. Es muy insistente y no acepta
 un no por respuesta, pero no dejaremos que le moleste. Después de lo que ha pasado, y dado su estado, necesita descansar.
Bant asintió dándole la razón, pero no podía desentenderse de este asunto.
— Hablaré con él.
— Pero… —empezó a protestar el muchacho, aunque se calló al ver la mirada decidida de su heredero.
— Dile que espere cinco minutos y que luego suba a verme, necesito tiempo para vestirme. Y no te preocupes —añadió para tranquilizar al muchacho—, te prometo que después de esto descansaré tanto como sea necesario.
Regresó a su habitación, sintiendo pero ignorando la mirada inquieta del muchacho en su espalda. Se vistió a toda prisa y tan sólo se detuvo más tiempo para comprobar que se había colocado correctamente la máscara, ocultando su rostro por completo. Sin fuerzas, no se atrevió a sentarse por miedo a que el cansancio le venciese y se derrumbase en la silla, así que esperó de pie la llegada del jinete de Jötum. Además, no quería ofrecer una imagen de debilidad.
Por suerte, Ashran no tardó en hacer acto de presencia.
— Buenos días, mi señor —le saludó el jinete con una leve reverencia, poco más que un saludo respetuoso—. Es realmente difícil hablar con vos, ¿lo sabíais?
— Al grano, Ashran. Puede que tú y Rego os hayáis hechos amigos, pero yo no olvido que fuiste tú quien ordeno a sangre fría la muerte de unos niños, allá en la caravana de mercaderes—. Sus palabras sonaron duras, pero no le importó. Las cosas eran así y no pensaba olvidar lo sucedido—. ¿Por qué querías hablar conmigo?
Al jinete se le agrió el rostro, sorprendido ante el tono del que ahora era su señor. Cuando recuperó la compostura su voz era seca y oscura como la ceniza que caía sobre Magrata.
— Me preocupa el futuro de mi tierra. Es evidente que iniciaste estos desafíos a los herederos por el bien de tu pueblo, pero, ¿qué piensas hacer con el ducado de Jötum? Mi gente ha sufrido mucho en los últimos años bajo la tiranía de Balthar, hemos pasado de ser un noble pueblo de jinetes a unos despreciables saqueadores; criminales de la peor calaña. Se merecen un destino mejor que ése.
Hizo una pausa, la mirada perdida y el rostro arrugado por líneas de sufrimiento.
— Ahora su futuro depende de ti. No consentiré que los trates como simples peones para conseguir el bienestar de Nagareth, ¿lo entiendes, enmascarado?
Había amenaza en sus palabras, sí, pero también desesperación y miedo, la urgencia de quien sabe que el futuro de su gente está en la cuerda floja. Bant podía entenderlo muy bien.
— Desde el principio he tenido la intención de tratar justamente a todos los ducados que consiguiese —respondió, en un tono más suave que el que había utilizado antes. Seguía pensando que el jinete era un criminal, pero no podía evitar empatizar con alguien que se preocupaba tanto por su pueblo—. Todavía no puedo proporcionar un gobierno como a mí me gustaría ya que aún no he acabado con mi viaje, pero te puedo dar mi primera orden para el pueblo de Jötum: se acabaron los saqueos y pillajes. Díselo a todo el mundo, Ashran.
— Así lo haré, pero…
— ¿Qué pasa? ¿Hay algo más que quieras decirme?
— Balthar era un tirano, pero tenía la fuerza necesaria para gobernar. Sabía imponerse a los nobles y a quien hiciese falta para hacer su voluntad, algo que muy pocas personas pueden hacer. ¿Tienes tú la fuerza necesaria para cambiar las cosas?
Esta pregunta sacudió el interior de Bant con un remolino de emociones. Volvió a recordar las antiguas dudas, las viejas peleas y largas discusiones sobre este viaje. Recuerdos amargos, tristes, pero al mismo tiempo recuerdos de un tiempo más feliz. Basta, pensó apretando los dientes y combatiendo la tristeza que le invadía, eso es el pasado. Se acabó. Había tomado una decisión y no se echaría atrás.
— No sé si tengo esa fuerza, Ashran. Pero creo que, por el bien de Nagareth, por el bien de los siete ducados, debo seguir adelante y superar todos los obstáculos en mi camino. No me rendiré jamás, ante nadie ni por nada. Haré lo que haga falta.
Se plantó ante el jinete, desafiándolo a que dudase de su resolución; pero Ashran no se atrevió. El enmascarado era pequeño, estaba agotado y tan débil que apenas se mantenía en pie, pero el aire a su alrededor parecía vibrar de la energía que emanaba de su figura.
    ¿Te parece suficiente mi respuesta?
Ashran se limitó a asentir con la cabeza, pensativo. Se dio la vuelta sin despedirse y se iba a marcha, cuando se detuvo en el umbral de la puerta.
    Gracias —dijo al fin antes de salir.

El enmascarado miró para un lado, incómodo. Helena decía que no era una persona fuerte, pero difícilmente alguien podría serlo tras toda una vida con su bendición. La resolución y la fuerza de carácter se forjaban con años de enfrentarse a dificultades, y Helena nunca había tenido que afrontar ninguna.
— Esperad un momento —dijo Rego, olvidado en su asiento tras la cortina—. ¿Qué demonios ha pasado aquí? ¿Qué pasa con el rostro de Bant qué te ha hecho reír de esa manera, Helena?
El enmascarado y la mujer más bella del mundo intercambiaron una mirada. Entre los dos compartían un secreto que nadie fuera del ducado de Nagareth conocía.
— Podría decírtelo, Rego, y disfrutaría haciéndolo —dijo Helena con un brillo juguetón en los ojos—. Pero no lo haré. Por compañerismo y porque creo que así será mucho más divertido, me guardaré este secreto. Puedes estar tranquilo, querido enmascarado, no le hablaré a nadie de esto.
            —Gracias, Helena—. Bant dejó escapar un suspiro de alivio; mantener este secreto facilitaría sus planes—. No tenías por qué hacerlo.
— No te preocupes —susurró con voz seductora la ahora antigua heredera, acariciándole con un dedo la barbilla que le tapaba la máscara—, más adelante puedes devolverme el favor acabando lo que estábamos haciendo esta noche.

Bant retrocedió, asustado, mientras Helena estallaba en carcajadas.

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