La Inteligencia nació
cuando el Imperio Humano agonizaba, cuando millares de estrellas eran
consumidas para alimentar el fuego de las armas en una guerra cuyo principio ya
nadie recordaba. Fue un milagro que la misma realidad no fuese destruida,
aunque la especie humana regresó a la Edad de Piedra y todo lo que quedó de su
gloria no fue más que un vago espejismo enterrado en mitos y leyendas.
El propósito de la Inteligencia
era garantizar que una catástrofe similar jamás volviese a producirse, pero ni
siquiera para esta máquina prodigiosa resultaba una tarea sencilla. Durante
años ejecutó incontables simulaciones, pero la respuesta era siempre la misma:
la humanidad estaba condenada. Si se la dejaba sola, estaba en su naturaleza
autodestruirse.
Sólo había una
respuesta. Para asegurar la supervivencia de la especie, era necesario un
enemigo, una fuerza opuesta que obligase al hombre a unirse en contra suya en
vez de debilitarse en guerras internas.
Así que la Inteligencia
creó a esta fuerza. Factorías de clones ocultas en tierras remotas trabajaron
al máximo de su productividad durante siglos, creando un ejército de criaturas
salvajes y destructivas que respondían únicamente ante su líder, un espécimen
diseñado especialmente para ser astuto, fuerte y cruel. Se le dieron las
mejores armas: espadas con filo de plasma, guanteletes de transportación de
materia, anillos de invisibilidad, escudos de fuerza… Todo lo que sería
necesario para su misión.
Sería una amenaza para
la humanidad, pero jamás la pondría realmente en peligro. En realidad, la
salvaría de sí misma.
Al final sólo quedo un
pequeño detalle por resolver: ¿cómo se llamaría esta raza de criaturas creadas
para luchar contra el hombre, para mantenerlo en vereda y siempre controlado?
La Inteligencia dejó que fuese su líder quien los nombrase. Le pareció…
apropiado.
—
Los llamaré orcos —fue su respuesta.
El primer Señor Oscuro
había nacido.
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