lunes, 29 de diciembre de 2014

Capítulo 14 (Parte 2) - La reina de corazones

La tercera ronda acabó dejando a tan sólo ocho jugadores para disputar la última que decidiría el ganador del torneo. El público rugía enfervorizado, cada vez más excitados y nerviosos porque se acercaba el esperado desenlace final tras un largo día de vibrantes emociones.


Baltasar, Lord Guasón, Bant, Sezan y otros cuatro jugadores profesionales habían conseguido llegar a la final que se disputaría en la mesa central de la sala para facilitar a todos los presentes contemplar el espectáculo, que se suponía sería muy reñido. En esta ocasión, sólo uno ganaría. Los jugadores deberían jugárselo el todo por el todo.
— Señores —anunció en voz alta Gespire, quién estaba situado al lado de la mesa donde en breves momentos empezaría la cuarta y última ronda del torneo—. Ante nosotros tenemos a los mejores jugadores de los siete ducados, auténticos maestros de este noble arte que competirán por el mejor de los premios. Para esta última ronda, con el objetivo de garantizar el espectáculo y el juego limpio, habrá un tiempo límite de tres horas y yo haré de crupier y comprobaré las apuestas de los jugadores. Además, para asegurar que ninguno de los participantes hará trampas utilizaremos piedras de geas.
Las piedras de geas eran antiguos artefactos mágicos que se utilizaban para comprobar la veracidad de los juramentos, brillando con un resplandor verdoso si una persona la sostenía entre sus manos y decía una frase que fuese verdad. Para la mayoría de la gente no eran más que una leyenda, pero Bant había verificado su existencia en la biblioteca de Nagareth.
Por supuesto, jamás había visto una. Eran artefactos carísimos, y el hecho que el casino pudiese permitirse tener ocho demostraba cuánto dinero -y poder- movía.
—  Tras cada partida —continuó Gespire, en un tono de voz alto y claro que no parecía poder provenir de su pequeña persona—, cada jugador sostendrá una piedra de geas y pronunciará las siguientes palabras: “No he hecho trampas en esta partida”. Les ruego perdonen al casino por las molestias extras que esto les pueda causar —dijo dirigiéndose a los jugadores—, pero así aseguraremos el buen nombre del torneo.
No puedo ganar, pensó Bant. Hace cuatro días no sabía ni jugar, ¿cómo voy a ganar a unos maestros de este calibre sin hacer trampas de ningún tipo? Voy a perder.
Pero se sentó en su asiento, con la misma tranquilidad y confianza que había mostrado en las anteriores rondas, aunque en su interior fuese un mar de nervios. Debía intentarlo, debía seguir hasta el final por muy difícil que pareciese su victoria. Había hecho una promesa.
 Su mirada se desvió hacía Rego, quien intentó tranquilizarle con una sonrisa y levantando el pulgar, como si todo fuese a salir bien. Un loable intento que se echaba a perder por que el dedo le temblaba y la sonrisa se veía más falsa que un diamante a precio de saldo.
Ese tonto de Rego, pensó Bant llevándose la mano al rostro, podría esforzarse un poco más en hacerme creer que esto no es imposible. En fin, al menos puedo contar con su apoyo moral. Era algo. Aún tenía una posibilidad de ganar.
Tras repartir las fichas a cada jugador, Gespire anunció el comienzo de la cuarta y última ronda del torneo. Con su rostro oculto por la máscara que llevaba siempre, Bant aprovechó este breve momento de pausa para estudiar a sus rivales. Baltasar, el vigente campeón, con su permanente sonrisa en los labios y su risa ensordecedora. Sezan, el joven jugador que había sorprendido por su juego agresivo. Lord Guasón, el antiguo campeón, marcado por la esclavitud que había sufrido. Tampoco podía descartar a los otros cuatro participantes, no tan famosos, pero con décadas de experiencia a sus espaldas. Cualquiera de ellas podía ganar el torneo, aunque el público, claro está, tenía sus favoritos. Las apuestas se sucedían con rapidez y el dinero cambiaba de manos más veloz aún, en un alboroto que no hacía más que crecer y que casi resultaba insoportable.
Según fue avanzando el juego Bant acabó por concentrarse tanto en las cartas que llegó a ignorar por completo a los ruidosos espectadores. No tardaron en llegar las primeras apuestas altas, las derrotas amargas y las jugadas extraordinarias. El primer jugador cayó eliminado a los veinte minutos de juego tras acumular varias derrotas seguidas y apostar todas las fichas que le quedaban contra Baltasar, que le ganó muriéndose de la risa y con un póquer que nadie esperaba. El segundo aguantó media hora más, para acabar arruinado ante Lord Guasón y su rostro carente de toda emoción.
Bant iba bastante bien, para su sorpresa. La suerte le sonreía y estaba recibiendo buenas cartas, y como jugaba sin tomar ningún riesgo y realizando la apuesta mínima cuando no veía la partida favorable no sólo estaba logrando evitar la derrota, sino que incluso acumulaba algunas fichas a su favor gracias a una victoria de tanto en tanto. Pero no podía compararse con las fortunas que tenían tanto Baltasar como Lord Guasón; debía hacer algo o cada vez estaría más lejos de alcanzarles. Si al menos pudiese hacer una sola trampa, una única trampa que le permitiese ganar lo suficiente para superarles y poder ganar el torneo…
Una exclamación de sorpresa e indignación generalizada le despertó de sus pensamientos. Sezan había realizado el juramento ante su piedra de geas y esta no había brillado, lo que indicaba que había mentido y que por lo tanto había hecho trampas. Entre abucheos del público fue arrastrado fuera de la sala por los guardias del casino, sin darle siquiera tiempo a excusarse o a despedirse. No había cortesía ni segundas oportunidades para los tramposos.
—  Les ruego perdonen el incidente, caballeros — se excusó Gespire—. Que los cinco jugadores restantes continúen el juego, por favor.
Un escalofrío recorrió a Bant; ese podía haber sido su destino. Estaba claro que no podía hacer trampas, debía confiar en las posibilidades que tenía para ganar por pequeñas que fuesen.
Los minutos pasaban con rapidez en la mesa de juego, viéndose el protagonismo de la ronda cada vez más acaparado por los dos grandes favoritos: el gigante del sur y el antiguo esclavo de rostro imperturbable. Se enfrentaron en numerosas ocasiones y al principio la victoria se repartía una vez para uno y la siguiente para el otro, pero con el paso de las partidas las fichas empezaron a acumularse ante Lord Guasón. No por eso Baltasar dejaba de sonreír, ese hombre mostraba una absoluta confianza en su victoria.
Cuando se cumplían las dos horas de duración de la ronda, Baltasar apostó todas las fichas que le quedaban en una partida en la que todos los jugadores se habían retirado a excepción de Lord Guasón, acción que no le sorprendía a Bant. Con tres cartas de picas sobre la mesa bastaba con que un jugador tuviese sus cartas de ese palo para tener color, una combinación con toda probabilidad ganadora. Desde el principio Baltasar había jugado fuerte, así que todo indicaba que ése era su caso.
—  Iguala la apuesta, Lord Guasón — le pidió el gigante del sur con una sonrisa desafiante—. Después de todo, ¿y si voy de vacío? No tendrás otra oportunidad como ésta de vencerme.
Sin mirar a las cartas ni a su oponente, el antiguo esclavo igualó la apuesta.
que te estás tirando un farol, campeón. Puede que creas que manteniéndote siempre alegre y riendo como un estúpido borracho puedes engañarme, pero te equivocas —dijo Lord Guasón, su voz sonando tan indiferente como si estuviese hablando del tiempo—. Cuando no estás seguro de la victoria tu sonrisa siempre se retrasa una fracción de segundo de más en las comisuras de los labios.
Gritos de excitación y sorpresa recorrieron al público cuando se mostraron las cartas y se demostró quién de los dos tenía razón, pues la solitaria pareja de Baltasar no pudo hacer nada contra la doble pareja del antiguo campeón. El hombretón se quedó mirando las caras como si le hubiesen traicionado; con su eterna sonrisa muriendo lentamente hasta convertirse en una mueca rota y desolada.
 A falta de una hora para el final de la ronda se retiraba uno de los grandes favoritos, dejando a cuatro jugadores para disputarse un torneo que ya parecía tener un ganador claro: Lord Guasón. Todo el mundo parecía haberlo asumido, todos excepto Bant, que no pensaba rendirse. Partida tras partida intentaba conseguir la primera posición en la mesa, pero aunque las cartas le respondían y seguía aumentando sus ganancias, estaba lejos de poseer la habilidad del antiguo esclavo. Para su frustración éste siempre se mantenía a una distancia cómoda por delante suyo.
Así llegó la última partida de la última ronda del torneo, y Lord Guasón seguía en cabeza. Bant iba segundo, una posición que parecía un milagro para alguien con su experiencia.
No es que eso importase mucho. Sólo podía haber un ganador.
—  ¿Conseguirá una vez más lo imposible el enmascarado?
Esa pregunta se repetía una y otra vez, a lo largo de toda la sala, con la voz de decenas de personas. El corredor de apuestas que buscaba aumentar los beneficios. La mujer que hablaba con su esposo, deseando presenciar un momento tan emocionante.  El noble que hablaba con sus esclavos, olvidándose por un momento de la diferencia entre ambos. Incluso jugadores ya retirados de la competición lo discutían entre ellos. ¿No había derrotado ya a dos herederos, cambiando para siempre la historia de dos ducados? ¿Por qué no iba a ganar de nuevo esta vez, contra todos los pronósticos?
Bant no creía que fuese a lograrlo. Ahora no tenía ningún plan astuto ni elaborado engaño, sólo una pequeña y loca esperanza a la que se aferraba con uñas y dientes. Desvió la mirada un instante a Rego, tiempo suficiente para que el heredero volviese a intentar animarlo levantando el pulgar. Al menos esta vez no le temblaba.
 Tras repartir el crupier las cartas iniciales de cada jugador, tan sólo tenía un ocho de tréboles y una J de corazones, lo que quizás podía llevar a una escalera si tenía suerte, mucha suerte. Tenía la impresión de que cualquier otro jugador con esas cartas y dada la situación se hubiese rendido ya y aceptado la derrota. Pero el enmascarado no pensaba hacerlo.
No. Jamás.
Tras la apuesta inicial, el crupier mostró las tres primeras cartas comunes a todos los jugadores: un as, un nueve y un diez. Bant realizó una fuerte apuesta que el resto de jugadores igualaron, era la última partida y había que jugárselo todo. La cuarta carta común que mostró el crupier fue un as, arrancando un suspiro de fastidio del enmascarado que atrajo la mirada astuta de Lord Guasón.
Ahora tan sólo me vale una carta para formar una escalera: una reina. Si no, no tendré nada… Y creo que Lord Guasón lo sabe.
—  Señores, hagan sus apuestas —dijo el crupier, Gespire.
Bant apostó todas sus fichas, fingiendo una confianza y seguridad que estaba lejos de tener. Dos rivales se retiraron, viendo que no tenían ninguna posibilidad de ganar parecía que no estaban dispuestos a entregar sus fichas al misterioso enmascarado, prefiriendo así que ganase el antiguo campeón que al menos era un jugador como ellos. Pero cuando le llegó el turno a Lord Guasón éste dudo qué hacer. Después de todo, aunque Bant ganase la partida él seguiría en cabeza, no tenía necesidad de continuar apostando.
—  Antes me dijiste que a ti no te afectarían los encantos de Helena, la heredera de La Costa Verde —le recordó Lord Guasón al enmascarado—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Gespire frunció el ceño, y tanto los jugadores como las personas del público más cercanas a la mesa del juego abrieron los ojos y murmuraron entre si, extrañados ante las palabras del antiguo esclavo.
—  No lo puedo decir —respondió Bant—. Pero de la misma manera que derroté a Marcus y a Balthar a pesar de sus bendiciones, haré lo mismo con Helena. Tendrás que creerme.
—  ¿Y también tengo que creerte cuando dices que acabarás con la esclavitud?
El silencio se extendió lentamente por la sala conforme los rumores de la conversación llegaban a todos los oídos. Cuando finalmente el enmascarado habló, su voz fue la única que se podía oír, y sonó alta y clara, sin el menor atisbo de duda.
—  Veinte años. Necesito veinte años para poder realizar un cambio tan grande como éste en la sociedad, pero te prometo que no volverá a haber esclavos y que ningún hombre será el dueño de otro, ni aquí ni en ninguno de los siete ducados.
Lord Guasón movió la cabeza a un lado, sopesando la promesa de Bant.
—  Muy bonito, pero siempre según tu palabra. ¿Por qué debería creerte? No he conocido a ningún noble que mantuviese su palabra a un plebeyo, mucho menos a un antiguo esclavo-. Miró fijamente al enmascarado heredero, escrutándolo con sus ojos incapaces de revelar la más mínima emoción—. Pero tú pareces diferente. Quizás lo seas.
Apostó todas las fichas que tenía, igualando y superando con facilidad la cantidad apostada por el enmascarado.
—  Toda mi vida las cartas han regido mi destino. Por su culpa, perdí la habilidad de reír y llorar. Gracia a ellas conseguí la libertad. Y en el día de hoy, si ellas deciden que debes ganar, tendrás tu oportunidad de derrotar a Helena y demostrarme que no mientes.
El silenció seguía cubriendo por completo la sala, todos los ojos pendientes de esta partida que decidiría el ganador del torneo. El crupier mantuvo el suspense durante unos segundos antes de mostrar la quinta y última carta común a ambos jugadores.
—  Muestren sus cartas.
Lord Guasón se adelantó y dio la vuelta a su mano, en la que tenía una pareja de ases. Junto con el as que había en las cinco cartas comunes poseía un trío de ases, una combinación muy valiosa, pero que podía ser superada.
Finalmente, el enmascarado mostró sus cartas, provocando un estallido de gritos de emoción e incredulidad. Con las dos cartas que había recibido al principio, un ocho y una J, más el nueve, el diez y la última carta mostrada por el crupier tenía una escalera. Bant había ganado.
Lord Guasón no pareció mostrar reacción alguna, su expresión tan calmada e indiferente como siempre. Pero en sus ojos, en los que un observador muy atento podía adivinar una diminuta chispa de interés, se detuvieron a observar la carta que le había dado la victoria a su rival: la reina de corazones.

La sala estaba casi a oscuras, iluminada tenuemente por la luz de la luna que entraba a través de la luna abierta. Contra ella se adivinaba el solitario perfil de una mujer; la mujer más hermosa del mundo.
—  Mi señora —dijo el recién llegado—, el heredero de Nagareth ha ganado.
Helena sonrió, satisfecha.
—  Bien hecho, Gespire. Estoy muy contenta.
Una oleada de felicidad inundó al hombrecillo ante la alabanza de la heredera, que aun así no pudo reprimir su curiosidad.
—  ¿Pero, por qué, mi señora? ¿Por qué me habéis pedido que ayudase a ganar al heredero de Bant sirviéndole mejores cartas que a sus rivales? ¿Por qué queríais que ganase?
—  ¿Por qué, me preguntas, mi querido Gespire?
Rió, una risa deliciosa y encantadora que haría derretirse de amor a cualquier hombre.

—  Porque así es más divertido.

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