La primera ronda del torneo empezó de buena mañana. Los participantes se repartieron
en ocho mesas con ocho jugadores cada una, rodeados por cientos de espectadores
que los observaban con una mezcla de admiración y envidia. Y no era para menos,
pues el ganador del torneo tendría la oportunidad única de casarse con la
heredera del ducado: Helena, la mujer más bella del mundo.
Los crupieres repartieron las fichas y las partidas dieron comienzo en
medio de gritos de exclamación, ¡por fin empezaba el torneo! Las manos se sucedían con rapidez en los
primeros compases del juego, con apuestas pequeñas y jugadas poco arriesgadas
con el principal objetivo de valorar las reacciones de los diferentes jugadores.
Las primeras exclamaciones de asombro las arrancó un joven jugador del ducado
de Aquaviva de nombre Sezan que consiguió ganar un buen puñado de fichas al
mostrar un full contra el trío de su oponente, quien prácticamente perdió
cualquier posibilidad de ganar el torneo tras este revés.
Es muy bueno, pensó Rego
observando cómo Sezan controlaba la mesa, con que maestría calaba a sus rivales
y con que astucia gestionaba sus cartas, tanto las buenas como las malas.
Estaba demostrando un dominio en el juego que parecía imposible en alguien tan
joven, puede que incluso mayor que el suyo propio. Me hubiese gustado enfrentarme a él en casa, pensó notando como el
familiar aguijonazo, el deseo por el juego y por medir su astucia contra la de
sus rivales, se despertaba en su interior.
Lástima que esta vez no le tocase jugar a él. Lanzando un suspiro de
resignación, dejo a su joven compatriota y se dirigió al resto de mesas,
abriéndose paso entre el público que las rodeaba con rápidas excusas y a un más
rápidos pasos. Tal y como había quedado con Bant, estudiaría a los
participantes.
Pronto se empezaron a notar las diferencias entre el nivel de los
jugadores. En la séptima mesa Baltasar permanecía como el ganador indiscutible
después de haber arruinado a dos oponentes y conseguir sus fichas, riendo tan
alegre y ufano que parecía un niño con un juguete nuevo. El otro gran favorito
a ganar el torneo, Lord Guasón, recogía sus fichas conseguidas tras una apuesta
arriesgada que ninguno de sus rivales se atrevió a seguir. No era sólo que el
antiguo esclavo mostrase siempre un rostro carente de cualquier emoción aun
realizando elevadas apuestas, sino que además, cuando algún rival le había
seguido el juego pensando que se estaba tirando un farol, siempre había acabado
perdiendo. Estas victorias llevaban a sus oponentes a temerle y a dejarle ganar
prácticamente sin oposición.
Por su parte, el heredero de Nagareth tan sólo era el tercero por número
de fichas en su mesa, la segunda. Apostaba poco y sin tomar riesgos, recogiendo
pocas ganancias pero sufriendo aún menos perdidas, lo que le mantenía en las
posiciones más altas. Sus rivales le miraban con recelo; Rego suponía que habrían
oído los rumores sobre la bendición del enmascarado y ninguno pretendía
arriesgarse a comprobar si jugaba de farol o respaldado por el valor de sus
cartas. Además, y para confirmar sus miedos, ciertamente sorprendía con alguna
jugada inesperadamente buena de tanto en tanto.
Los sesenta minutos pasaron en un suspiro y con ellos la primera ronda,
provocando de la mitad de los participantes, que veían su sueño acabado casi
antes de empezar. Después de otra hora de descanso se reanudarían las partidas
con la segunda ronda.
— ¡Bant, aquí! —gritó Rego, alzando la mano para llamar la atención de su
amigo entre la multitud de jugadores que se retiraban para tomarse un café o
hablar con sus compañeros. El enmascarado se abrió paso hasta llegar donde se
encontraba, un pasillo cercano a la sala del torneo que estaba libre del
bullicio que les rodeaba.
— Primera ronda superada —dijo el enmascarado soltando un profundo
suspiro de alivio. A Rego le resultaba un tanto raro conciliar esta imagen, la
de un Bant preocupado y nervioso, con la del hombre que había derrotado a dos
herederos sin amilanarse ni un segundo ni mostrar ni una duda. Raro era, sí,
pero desde luego el contraste le convertía en una persona más divertida—. Al
principio pensé que no lo lograría, en serio.
— Lo has hecho muy bien, mejor de lo que me esperaba —le alabó Rego—. Es
como te dije, entre que no pueden leer tus intenciones y el miedo que tienen
tras conocer los rumores te resulta más fácil engañarles. Además, el
entrenamiento de estos días ha dado sus frutos: eres un verdadero maestro. Ni
yo mismo he visto cuando hacías servir tu “habilidad”, y eso que sabía que lo
estabas haciendo. Viéndote luchar con la espada ya sabía que eras diestro, pero
no podía imaginarme que lo fueses tanto. Merecerías ganar el torneo sólo por
eso.
Bant rechistó contrariado; parecía un tanto avergonzado aunque Rego no
entendía por qué. Con las técnicas para barajar que le había enseñado podía
repartir las cartas como quisiera, beneficiando o perjudicando al jugador que
más le conviniese sin levantar las sospechas sobre su persona. Pero eso no era
todo, sino que además le había aconsejado que siempre que pudiese hacerlo mantuviese
apartada una carta, guardándosela entre su vestimenta para después hacerla
servir cuando le resultase provechoso. Con estas habilidades y el miedo que le
tenían sus rivales resultaba fácil quedar entre los cuatro primeros de una
ronda, siempre y cuando tuviese la suficiente astucia y destreza como para
hacer servir sus recursos escondidos sin llamar la atención de nadie. Y en eso
el enmascarado había demostrado tener una habilidad única, gracias a sus
pequeños y finos dedos -aunque endurecidos tras meses trabajando en la mina- y
su rapidez de pensamiento.
— He estado observando a tus
rivales en la siguiente ronda —dijo Rego—, y creo que he podido hacerme una
idea de cómo juegan. Con eso y jugando igual que antes no deberías tener ningún
problema en pasar.
Aprovecharon el resto del tiempo de descanso para comentar los gestos y
manías de los cuales Rego se había percatado, información que podía resultarle
muy útil al heredero de Nagareth cuando se enfrentase a ellos.
Llegó la segunda ronda, formada por un total de treinta y dos jugadores
que participaban en cuatro mesas. La tensión que se respiraba en el ambiente
era mucho mayor que en la primera; aquí no había hijos de nobles que aspirasen
a un golpe de suerte o aficionados de poca monta con delirios de grandeza, no,
aquí ya se había realizado una criba y los que quedaban eran profesionales que
aspiraban seriamente a la victoria. No pensaban rendirse con facilidad.
Jugadas maestras se sucedían una y otra vez; faroles tan audaces que
rozaban la locura, apuestas a cara de perro, escaleras imposibles, revelaciones
de cartas que en el último instante decidían el destino de una mesa entera… Los
gritos de sorpresa y admiración se repetían entre el público que observaba el
espectáculo, maravillados ante la combinación de habilidad, astucia y sangre
fría que estaban presenciando. La gente reía, aplaudía y se abrazaban entre
ellos contagiados por el entusiasmo; personas tan diferentes que Rego juraría
que de haberse visto cualquier otro día por la calle ni siquiera se habrían
saludado ahora se trataban como amigos de toda la vida.
Una vez más los minutos pasaron volando y la segunda ronda acabó
llevándose con ella a dieciséis jugadores más que se habían visto superados por
sus rivales. De nuevo, tanto Baltasar como Lord Guasón acabaron en primera
posición en sus respectivas mesas mientras que Bant acabó segundo en la suya,
detrás tan sólo del joven Sezan que volvió a sorprender con su juego agresivo.
Esta vez tenían dos horas de descanso, tiempo que podían aprovechar los
participantes para comer algo en una sala preparada por el casino antes de la
siguiente y disputada ronda. Sin embargo pocos jugadores parecían tener
apetito, ya que muy pocos daban cuenta de las exquisitas viandas que el casino
les sirvió. La mayoría permanecían sentados, con la baraja de cartas en la mano
y la mirada perdida como si estuviesen repasando mentalmente los aciertos y
fracasos de la última ronda.
Gracias a su posición como heredero Rego pudo acceder a la sala junto con
Bant, y estaban picoteando un poco mientras planeaban su estrategia para la
siguiente ronda cuando, sin decirles nada, se sentó con ellos la figura alta y
de rostro cadavérico que tanto temían los jugadores de póquer: Lord Guasón.
Rego no pudo evitar quedarse boquiabierto ante su inesperada aparición, y trago
saliva, incomodo, al tener tan cerca su expresión de fría indiferencia que no
parecía ni humana.
Después de unos interminables segundos en los que el silencio se hizo tan
tenso que Rego sintió deseos de gritar y salir corriendo, el antiguo esclavo
comenzó a hablar.
— ¿Sabéis
por qué me llaman Lord Guasón?
Los dos herederos negaron con la cabeza.
— De niño fui comprado por un noble que aspiraba a conseguir un campeón
para el póquer. Todos los días recibía clases y consejos de jugadores
profesionales, practicaba a todas horas. Vivía inmerso en el juego de cartas, y
aun siendo sólo un mocoso era bastante bueno.
— Pero no era suficiente. El noble que me compró no quería un jugador
bastante bueno, quería el mejor, quería un jugador con verdadera “cara de
póquer”, que mantuviese una expresión indiferente incluso con las mejores
cartas. Y se dispuso a conseguirlo conmigo. Siempre que reía, hacía que me
azotasen con una vara de madera hasta hacerme sangrar. Si lloraba, me azotaban.
Si mostraba cualquier emoción, por muy inocente que fuese, me azotaban. Pronto
aprendí que si no quería sentir dolor lo único que podía hacer era permanecer
impasible ante todo, negar cualquier sentimiento. No sentir nada era mucho
mejor que sentir dolor.
Calló un momento, dejando que sus fuertes palabras flotasen en el aire.
Bebió una copa de licor antes de continuar.
— A mi amo le pareció tan gracioso todo esto que decidió que a partir de
entonces me llamaría Lord Guasón. Lord como una broma para recordarme mi
condición de esclavo, y Guasón como un insulto más hacia mí, porque desde
entonces no he podido volver a sonreír. Nunca.
Rego enterró la mirada en su copa medio vacía; no sabía qué decir. Jamás
se le había pasado por la cabeza que algo así le pudiese pasar a una persona.
En todas las historias que le habían explicado de la Costa Verde, con sus
héroes y villanos, sus maravillas y tragedias, sus grandes y pequeñas locuras,
los esclavos no eran más que una nota al pie de página. Estaban ahí, pero nadie
les prestaba atención. No sabía que pudiesen ser tratados así. No creía que nadie pudiese tratarlos así.
Mentiras. Te estás engañando a ti mismo. Recordaba muy bien la mirada de la
esclava en el mercado, esa mirada vacía y derrotada que parecía juzgarle y que
no había podido soportar. Sabía muy bien cómo era la vida de un esclavo, lo
había sabido siempre, pero nunca le había importado.
Esa era la horrible verdad.
— Así que si gano el torneo y
consigo casarme con Helena —continuó Lord Guasón—, lo primero que haré será
estrangular con mis propias manos a esa zorra que mantiene y apoya a la
esclavitud.
Tras estas palabras se adivinaba una furia inmensa, pero no había nada en
el rostro ni en el tono de voz del antiguo esclavo que mostrase algo más que
una fría indiferencia.
— ¿Por qué… por qué nos cuentas esto? —le preguntó Rego.
— Porque en el fondo de su corazón sabe que matar a la heredera no
serviría de nada —dijo Bant—, otro noble ocuparía su lugar y todo seguiría
igual. Además, no podría ponerle un dedo encima a Helena, su bendición dice
“ningún hombre se resistirá a su belleza”. En cuanto la viese caería a sus pies
enamorado.
— Tienes razón, enmascarado. Si me enfrento a ella lo más seguro es que
lo único que consiga sea convertirme en su esclavo, atrapado en su hechizo de
belleza como les ha pasado a tantos otros. Pero tú has derrotado a dos de los
herederos, venciéndoles donde su bendición les hacía más fuerte. ¿Qué podrías
hacer tú, enmascarado? ¿Te resistirías a sus encantos?
— Si, lo haré — respondió Bant con la confianza que mostraba siempre que
hablaba de los desafíos—. Yo derrotaré a su bendición y una vez el ducado sea
mío te juro que acabaré con la casta de los esclavos; nadie volverá a ser el
amo de otra persona. No tienes que mancharte las manos de sangre.
Lord Guasón no dijo nada, pero sus ojos observaron detenidamente al
heredero de Bant.
— Promesas de un noble. Todas son
iguales de falsas.
Tras pronunciar estas palabras se marchó, llevándose consigo toda la
alegría de los herederos.
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