jueves, 4 de diciembre de 2014

Capítulo 13 (Parte 1) - En La Costa Verde

La ciudad de Sadoma, capital de la Costa Verde, era famosa por la filosofía con la que sus ciudadanos afrontaban la vida: todo estaba a la venta, todo podía ser comprado, en este lugar donde el único pecado era ser pobre, o, los dioses no lo quieran, un esclavo.


            Rego conocía esta ciudad. No personalmente, por supuesto, pero había leído y oído tantas cosas de ella que se consideraba casi un experto. Sabía su historia, sus leyes –o falta de ellas- y sus tratados con los otros ducados, pero lo más importante, conocía cientos y cientos de historias, locas historias, de boca de sus mismos protagonistas y que no podían haber sucedido en ninguna otra parte del mundo.
            Una joven dama de no más de veinte primaveras le había relatado en un encuentro diplomático, con todo lujo de detalles y sin vergüenza alguna, su amplia experiencia en las sagradas celebraciones de la Diosa del Amor (que consistían, básicamente, en rezar mucho por las mañanas y orgías sin fin por las noches). Durante una partida de cartas un anciano, agradecido por una invitación a cerveza y a una comida caliente, le explicó las mejores anécdotas de toda una vida trabajando en los mejores casinos de la ciudad. Un ladrón que había huido de la justicia tras negarse a cumplir un encargo para un noble al que detestaba, un mercader que había triunfado en el cultivo de las perlas y había acabado diseñando una rompedora línea de ropa interior para hombres, un guardia que viajaba escoltando a su señor y a su cocodrilo de mascota… Todos y cada una de estas historias habían sido como pinceladas en el cuadro que era Sadoma, un cuadro de colores brillantes y cegadores, marco de hojalata pintado de oro y significado aún por descubrir.
            Así que cuando Rego, acompañado de Bant, llegó a la capital de la Costa Verde, no se sorprendió por sus amplias avenidas de mármol blanco, las estrafalarias ropas y máscaras de sus ciudadanos o la peste a humanidad, especias y perfume que inundaba sus calles. Todo eso se lo esperaba.
            Lo que no se esperaba era encontrarse Sadoma engalanada con sus mejores galas, su pavimento tan limpio, pulido y resplandeciente que podía ver su propio rostro reflejado en las baldosas. Por no hablar  de las banderillas con el emblema del ducado; una moneda de oro sobre un horizonte marítimo, que estaban colgados sobre sus cabezas en cables dispuestos a tal efecto, o de los retratos de la heredera del ducado, la hermosa Elena, que aparecían pegados en todas las esquinas y en las paredes de los locales.
Además, la ciudad parecía estar atestada de gente. Personas que conversaban animadamente, que compraban en los numerosos puestos comerciales situados a pie de calle o que simplemente se limitaban a pasear. Pero, sorprendentemente, todos y cada uno de ellos parecía que avanzaban en la misma dirección.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Rego a su compañero—. Parece que estén celebrando una fiesta del ducado, pero no me coinciden las fechas.
— A mí tampoco. No tiene sentido —musitó contrariado el heredero de Nagareth.
Curioso, Rego se acercó a un viandante que examinaba el escaparte de una tienda de ropa, un gordo que llevaba un horrendo sombrero con plumas y una máscara blanca de lechuza.
    Perdona, ¿podrías decirme que se celebra?
— ¿No lo sabes? —replicó burlón el gordo—. ¿Dónde has estado las últimas semanas, encerrado en un monasterio?
— Yo… he estado ocupado viajando por los ducados.
— Tsch —rechistó el gordo, cruzándose de brazos y negando con la cabeza—. Cuánta ignorancia. Un momento tan importante en la Costa Verde, el más hermoso e importante de los siete ducados, y ni siquiera tiene ni idea de lo que está pasando. Es inexcusable, ¿verdad, Grein?
— Tiene razón, amo —afirmo una voz en un tono monocorde que salió detrás del gordo. Era un joven de mirada huidiza, poco más que un muchacho, con la marca en el brazo que lo señalaba como un esclavo.
Será imbécil este tío, pensó Rego poniendo su mejor cara de póquer. Pero este tipo de reacción no le era del todo inesperado; los ciudadanos de la Costa Verde, es decir, aquellos que eran hombres libres suficientemente acaudalados como para tener esclavos a su servicio, eran famosos por su prepotencia.
— Discúlpenos, ciudadano —dijo con voz humilde—, pero le agradeceríamos muchísimo si fuese tan amable de explicarnos en qué consiste esta celebración.
— Por supuesto; es lo mínimo que puedo hacer para sacaros de vuestra ignorancia. La gran noticia es que Elena, nuestra querida y hermosa heredera, se va a casar.
— ¿Qué? ¿Con quién se casa?
— Aún no lo sabe nadie.
— ¿Cómo que no lo sabe nadie? —intervino Bant, pasando al frente—. Puede que la gente de la calle no lo sepa, pero supongo que los nobles y la familia del duque estarán enterados. Es la boda de la heredera, al fin y al cabo.
            El gordo ciudadano no respondió al momento; repasó de arriba a abajo al heredero de Nagareth durante unos segundos antes de asentir levemente con la cabeza.
            — Me caes bien, extranjero. Tu ropa y tu máscara son… extraños, pero desde luego de lo más interesantes. No sé de dónde vienes, pero es una moda de lo más original. Me gusta. Me gusta mucho.
            Rego lanzó un suspiro de incredulidad y tuvo que contener los deseos de llevarse la mano al rostro. Esta gente está loca.
— Grein —dijo el ciudadano, chasqueando los dedos—. Entrégales uno de los anuncios oficiales de la ceremonia. Los han repartido a miles por el ducado durante los últimos días, pero seguro que ahora mismo es difícil hacerse con uno de ellos. Leedlo y responderá a vuestras preguntas; yo no puedo perder más tiempo con vosotros.
            Rego recogió un papel doblado de las manos del esclavo, agradeciéndoselo con una leve inclinación de cabeza. El muchacho se detuvo durante un instante para devolverle el gesto, antes de seguir a su señor que ya se perdía entre la multitud.
    Ábrelo, Rego —le pidió Bant.
El heredero de Aquaviva así lo hizo, sosteniéndolo entre sus manos para que tanto él como el enmascarado pudiesen leerlo.

CASATE CON LA MUJER MÁS HERMOSA DEL MUNDO
Este 14 de Mayo la dama Helena Van Arlyn, heredera del ducado de La Costa Verde celebrará su boda. La noche anterior cinco elegidos se disputarán su amor y aquél de ellos que más méritos demuestre tener ganará el mayor premio jamás imaginado: el ducado de La Costa Verde y la mano de la mujer más bella.
 Cuatro de los elegidos ya han sido escogidos, pero el quinto puede ser cualquiera… ¡Hasta tú! ¿Cómo? Muy sencillo, el 12 de Mayo se celebrará un torneo de póquer en el Casino La Perla Dorada y el ganador tendrá el privilegio de competir por la mano de la heredera.
¡NO LO DUDES, PARTICIPA EN EL TORNEO!

— Es falso —afirmó convencido Rego—. No puede ser que la heredera de un ducado esté dispuesta a participar en algo así; a venderse como si fuese el premio de un sorteo. Ni siquiera yo sería tan irresponsable.
— Pero tiene el sello del ducado —replicó Bant señalando a la parte inferior del papel donde aparecía impreso el escudo de la Costa Verde—. Sólo los papeles oficiales del ducado pueden tener ese sello.
—Pero… —por una vez, Rego no sabía qué decir.
— No sé qué ha llevado a Helena a prestarse a algo así, la cuestión es que lo ha hecho. Yo… No me esperaba esto.
Rego alzó las cejas sorprendido ante el tono de voz del enmascarado. Que él recordase ésta era la primera vez que sonaba tan desanimado, casi como si se sintiese derrotado.
— ¿Bueno, y qué? Vale, la heredera de la Costa Verde está loca y ha decidido casarse por sorteo en vez de por alguno de los motivos tradicionales, como son el amor, la política o el dinero. Allá ella, a nosotros no nos afecta. Podemos solicitar una audiencia para verla y  que así puedas retarla.
— Sí, sí que lo es, es un problema muy grave. En la semana anterior a una boda un heredero no recibirá a nadie, y tampoco lo hará durante un tiempo después de la celebración. ¿No lo recuerdas de tus clases de etiqueta, Rego?
— Dioses, tienes razón —respondió Rego mientras los recuerdos de esas aburridas clases acudían a su memoria—. ¿Puede ser… tres meses?
El enmascarado asintió, visiblemente insatisfecho con esto.
— Así es. Durante tres meses no recibirá ninguna visita oficial, por muy importante que sea —. Hizo una pausa antes de continuar, como si estuviese pensando en algo—. No puedo esperar tanto, maldición.
La condición del heredero de Nagareth, había dicho la gran maga. ¿Sería una enfermedad? Si era eso, seguro que con el tiempo su estado empeoraría. Quizás realmente no podía esperar tres meses.

    Tengo que ganar el torneo, Rego.

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