lunes, 17 de noviembre de 2014

Capítulo 11 (Parte 2) - Los herederos y la maga

De pie ante la gran maga, Rego pensaba en dos cosas. Una era lo hecho polvo que se sentía tras tres días de trabajo en la mina. Le molestaba la espalda, se había roto una uña y despellejado una rodilla, por no hablar de las agujetas que se habían apoderado de sus extremidades y que le provocaban aguijonazos de dolor cada vez que se movía a una velocidad superior a la de una tortuga de tierra.


            La otra cosa en la que pensaba era que tras tres días de duro trabajo en la mina,  había fracasado.
    ¿Y bien, pequeño Rego? ¿Qué tienes para mí?
Sentada en el ahora único sillón de su casa –si es que este extraño lugar era su verdadera casa-, la maga esperaba la respuesta de Rego mientras uno de sus dedos recorría juguetón los rizos purpuras de su cabello. En esta ocasión llevaba un sobrio vestido de un blanco tan prístino que resultaba cegador, con unos elegantes guantes de encaje que le llegaban hasta los hombros y unos zapatos de tacón tan exquisitos como poco prácticos.
Era un vestido de corte clásico como los que llevaban las damas de la nobleza en Aquaviva, de los cuales Rego había visto cientos (y mucho de ellos más atrevidos), pero éste resultaba un tanto perturbador. El corte demasiado perfecto, el blanco sin la menor mancha, la falda que parecía ondular como acariciada por unas manos invisibles… Era un vestido imposible, y al mirarlo Rego sentía como una parte primitiva en su interior, la misma que le decía que temiese a la oscuridad y no se acercase a las serpientes, se encogía de miedo.
— Yo… No he podido conseguirte la piedra de mithril. He estado tres días trabajando muy duro pero…
El graznido del cuervo le interrumpió. El pájaro reposaba en lo alto de la estantería cargada de libros, juzgando a Rego con sus ojos negros e inhumanos.
— No me vengas con excusas —dijo la maga—. Teníamos un acuerdo, un trato; y tú no has cumplido tu parte.
— ¡No es ninguna excusa! Durante tres días me he dejado la piel, esforzándome como nunca lo he hecho en mi vida para cumplir con mi parte del trato, aún sabiendo que era casi imposible lograrlo. Porque no sé si lo sabes, pero los trabajadores me explicaron que, con suerte, en un mes se extraen entre dos o tres de esas piedras en toda la mina. Y eso son kilómetros y kilómetros de tierra, recorridos por cientos de personas. Así que, ¿cuántas posibilidades tenía yo de conseguir una? Y aun así estuve muy cerca el primer día, aunque no tuve más remedio que echarme para atrás.
La maga hizo  una pequeña pausa antes de responder:
    Todo eso no es más que una excusa, Rego.
Para añadir a continuación, cuando el heredero aún no se había recuperado del varapalo de sus últimas palabras:
— Me has decepcionado, Rego de Aquaviva. Tantas esperanzas que tenía puestas en ti, y al final, ¿para qué? No me sirves. Demasiado estúpido para pensar en robar lo que te pedía de los almacenes de la mina, demasiado blando para arriesgar la vida de un niño que no conoces de nada. Eres un inútil que sólo sabe hacer bromas y lloriquear pidiendo ayuda a los demás, pero esta vez eso no te va a funcionar, Rego. Ni tu bendición ni tus palabras bonitas te servirán conmigo.
Rego abrió la boca para replicar, pero las palabras le faltaban. Sin darse cuenta dio un paso atrás, su rostro congelado en una expresión de absoluta perplejidad. En toda su vida nadie, jamás, le había tratado de esta manera. No estaba enfadado, ni siquiera dolido, simplemente no podía creerse lo que estaba pasando. Era una experiencia totalmente nueva para él y no tenía ni idea de cómo reaccionar.
Pero incluso en medio de su consternación había una frase que le había llamado la atención, pues Rego estaba seguro que no había hablado con nadie del desafortunado accidente que le había costado la piedra de mithril.
    ¿Cómo sabías lo del niño?
La maga sonrió, y fue en ese instante cuando Rego comprendió en qué clase de persona se había convertido Elisee, la última de los grandes magos.
    Adiós, Rego.

Nunca más la volvería a ver.
Esa noche la pasó emborrachándose y jugando a cartas, disfrutando de unas partidas tan emocionantes que lograron, sino hacerle olvidar su mala experiencia con la maga, si suavizarla lo suficiente para que no fuese más que un mal recuerdo, una historia que en el futuro pudiese relatar junto a un fuego y unos buenos compañeros como una anécdota más de su divertida vida.
Al día siguiente partió de nuevo junto a Bant. El enmascarado, ya recuperado, le agradeció haberle esperado y se mostró amable y, para ser él, incluso alegre. Por supuesto no le comentó nada de su condición, pero Rego no esperaba que lo hiciera. Era otro más de los secretos del enmascarado; uno más que debía descubrir.
Él tampoco le dijo nada de sus visitas a la maga. Sobre eso, de momento, no quería hablar.
Sin embargo, había otras palabras que necesitaba pronunciar.
— Bant, estos días que he estado en Magrata yo… —se removió en la silla de montar de su caballo, pensando cómo expresar lo que había vivido durante sus últimos días—. Yo he podido conocer un poco la vida de la gente corriente de tu ducado. No aspiro a ser consciente de todas sus desgracias, de todos los malos tragos que tienen que pasar y de todo lo que les falta, pero creo que puedo… hacerme una idea. Así que ahora sé por qué haces todo esto de los herederos, porqué te arriesgas tanto con los desafíos y te lo tomas tan en serio. Lo entiendo, o al menos creo que lo hago. Pero, ¿por qué tú? ¿Es que no hay nadie más que pueda hacerlo?
Bant detuvo a su caballo, girándose para mirar de frente a frente a Rego.
Daría mi ducado por ver tu rostro en estos instantes, pensó el heredero de Aquaviva.
    ¿Quién lo va a hacer si no, Rego?

Ante esa pregunta Rego no tenía respuesta, así que guardó silencio y siguió al enmascarado, de nuevo en marcha en su desafío al resto de herederos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario