Sentado en una no
muy cómoda piedra y con la vista fija en el camino, Rego esperaba.
A su espalda se hallaba la ciudad de
Magrata, excavada en la misma roca de la montaña y donde vivían millares de
personas en una compleja estructura de cavernas, pasadizos y minas. Una vida
subsistiendo gracias al agua de los depósitos subterráneos (filtrada para
purificarla de todo veneno y residuo peligroso), a los cultivos de líquenes, hongos
y a toda una variedad de lagartos y otros animales que medraban en las cuevas.
Una vida que sustituía el cielo abierto y los rayos del Sol por un techo de
piedra y el resplandor carmesí de las piedras de fuego, presentes en todo hogar
y en los cruces de caminos.
Una vida que a Rego le parecía de lo
más fascinante y por la que se moría de ganas de saber más… en el futuro. Ahora
mismo no podía, pues tenía que cumplir su deber; una obligación que era
exclusivamente suya. Y es que quedaría muy mal en los libros de historia si el desafío
que decidía el destino de dos ducados, el de Nagareth y las llanuras de Jötum,
fracasaba porque la persona que debía ser testigo del resultado estaba de
turismo visitando las cavernas granja de Magrata, por mucho que estas
resultasen impresionantes con sus jardines de hongos y sus líquenes que
brillaban en la oscuridad.
Así que esperaba, con la máscara puesta y la ceniza acumulándose en sus
hombros, tan quieto como una estatua –o una estatua que se movía de tanto en
tanto para estirar la espalda e ir al lavabo-. Racionalmente pensaba que aún
era demasiado pronto para que apareciesen Bant o Balthar, pero no quería correr
ningún riesgo. Además, le iría bien el descanso. Estaba ligeramente hecho un
asco tras un viaje tan largo, y tenía muchas cosas en qué pensar.
La primera era la reacción de los habitantes de Magrata ante su
presencia, con el alcalde a su cabeza. No había pensado mucho en cómo se
tomarían todo esto del desafío y su papel como testigo del mismo, pero lo que
no se había esperado por nada del mundo es que estuviesen al tanto de todo y le
estuviesen esperando. No a cualquier otra persona que hiciese de testigo, sino
a él, al heredero de Aquaviva en persona y con todo su carisma. ¿Qué quiere decir esto?, pensó mientras
miraba medio distraído como un pequeño lagarto de color bronce trepaba por una
piedra del camino. Pues que debe de haber
enviado algún correo para informar a su gente sin que yo me haya dado cuenta.
Esa era la explicación más sencilla. La otra opción posible, que Bant estaba
seguro desde el principio que Rego le iba acompañar en su alocada aventura
cuando él mismo había estado a punto de negarse, era demasiado cogido por los
pelos para tomársela en serio. Incluso tratándose del enmascarado, que era
misterioso hasta decir basta.
El otro tema que ocupaba sus pensamientos era la conversación que había
mantenido con Ashran durante la tormenta de ceniza. Entonces no había sabido
qué responder, y ahora seguía igual. Lo único que sabía es que esa charla le
había dejado un mal sabor de boca del que no lograba librarse.
El sonido de unos pasos le revelo que alguien se acercaba; y sus ropas y
su máscara, igual a la que él mismo llevaba y más sencilla que la de los habitantes
del ducado le permitieron identificarlo: Ashran.
Míralo, caminando como si nada, pensó
Rego soltando un bufido. Como si no fuese
el origen de mi dolor de cabeza
— Aún es demasiado pronto para que
lleguen –—comentó Ashran en cuanto llegó a su altura.
— Lo sé. Pero yo soy el testigo de
este desafío, y por los dioses que pienso estar aquí presente cuando llegue uno
de los dos.
— Ya veo —dijo el jinete mientras se lo quedaba mirando fijamente. -Eres
más de lo que pareces a simple vista, Rego.
— ¿Eh? ¿Qué has querido decir con eso? ¿Es una especie de insulto?
— Más bien un cumplido —respondió
el jinete. Estiró los brazos con fuerza hacía atrás antes de sentarse en el
suelo con las piernas cruzadas, apoyando la cabeza sobre las manos. —En ese
caso, yo esperaré contigo. Juntos veremos quién gana este desafío.
— No lo hagas por mí. Aprovecha estos días para refrescar el gaznate en
las posadas, cuidar de los caballos o lo que quiera que hagas para divertirte,
Ashran.
— Prefiero estar aquí —. Rego iba a preguntar por qué, sospechando que no
estuviese siguiendo alguna orden de Balthar, cuando el jinete volvió a hablar—.
No sé si te habrás dado cuenta, pero no les caigo precisamente bien a la gente
de Magrata. No es que pueda culparlos, en los últimos tiempos mi gente ha
realizado varias incursiones contra este ducado y asaltado varios carromatos
cargados de mineral de las minas.
— Ya veo —respondió Rego con su mejor tono neutro de jugador de cartas. Para
añadir, unos incómodos segundos más tarde: —Bueno, así se me hará la espera más
corta.
— Por lo menos no hace falta que pasemos las noches en vela. Aunque mi
señor y el heredero de Nagareth estén muy desesperados por conseguir la
victoria no cabalgarán de noche por la montaña; algo así les llevaría a una
muerte segura.
— Menos mal —exclamó Rego soltando un suspiro de alivio—, porque no
aguanto nada bien la falta de sueño. He salido a tomar copas y a festejar un
montón de veces y regresado a altas horas de la madrugada, se supone que ya
debería estar acostumbrado, ¿verdad? Pues no hay manera. Si no duermo un mínimo
de ocho horas al día siguiente estoy tan lúcido como una lechuga pasada.
— Y
eso que normalmente ya no eres una persona muy despierta.
— Ya te digo, a veces creo que… ¡Ey! —. Ashran rio por lo bajo, poco más
que un suplido despedido por unos labios que insinuaban una sonrisa, y Rego se
lo quedó mirando con la boca abierta como un pasmarote. ¿Ha hecho una broma? ¿El señor soy-demasiado-duro-para-reír ha hecho
una broma a mi costa? Ni siquiera pensaba que tuviese sentido del humor. Movió la cabeza hacia un lado, perplejo
por este asombroso descubrimiento, aunque no tardó en imitar al jinete y él
también se puso a reír. Dioses, el condenado tenía su gracia.
Ojalá supiese que me puedo fiar de
ti, Ashran.
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