lunes, 15 de septiembre de 2014

Capítulo 8 (Parte 3) - Un súbdito leal

La ceniza caía sobre ellos como un diluvio cuando se adentraron en el agujero oscuro que era la entrada a la mina. En el exterior había las ruinas de varios edificios, pero estaban sepultados por rocas y tierra de tal manera que no les ofrecían protección contra la tormenta.


    Tranquilo, tranquilo.
Ashran llevaba de las riendas a los dos caballos, caminando junto a ellos mientras se adentraban en la mina. Con palabras cariñosas y un tono de voz seguro lograba que las bestias superasen sus temores y se adentrasen por el tenebroso corredor, a duras penas iluminado por la linterna de aceite que llevaba Rego.
— ¿Hasta dónde quieres llegar? —preguntó el heredero. Miraba con recelo las paredes del corredor, de un material que no supo reconocer y que absorbía casi toda la luz de la linterna. Cada pocos metros se podían ver unas vetas rojizas que se extendían como las raíces de un árbol por la piedra, desde el techo hasta el suelo.
— Este es un pasadizo para transportar material desde la mina al exterior —respondió Ashran—. Más adelante debería haber una sala lo suficientemente espaciosa para que los caballos puedan descansar hasta que pase la tormenta.
            Continuaron caminando pasadizo abajo, adentrándose más y más en la montaña, en la oscuridad y en la tierra que olía a azufre y metal. Sin darse cuenta Rego empezó a respirar con más fuerza, consciente del peso de las innumerables toneladas de roca que había sobre sus cabezas. Sentía ese peso, esa inmensa masa como una fuerza que le presionaba los hombros y le atenazaba la garganta, robándole el aliento y poseyéndole con un deseo creciente de salir a la superficie.
            ¿Qué pasaría si el techo se derrumbase?, pensó mirando con los ojos entrecerrados por la falta de luz las viejas vigas de madera que soportaban el corredor. ¿Me daría tiempo a gritar o moriría demasiado rápido? O lo que era peor aún, sobrevivir al derrumbe sólo para acabar muriendo de sed días después, atrapado por las rocas y sin nadie que supiese de su triste destino.
            Por suerte, el corredor les llevó hasta una amplia sala donde podían descansar los caballos, así que tuvo que ayudar a Ashran con los animales y a preparar un pequeño campamento por si tenían que acabar pasando la noche en la mina. Tareas cotidianas y sencillas, pero que le distrajeron por un rato y evitaron que sus pensamientos volviesen a tomar un giro tan negativo.
            Una vez todo listo, los dos viajeros se sentaron al lado del pequeño fuego que habían logrado encender con la leña que traían, agradecidos de que el escaso humo que producía se perdía por un respiradero. Rego se frotó las manos, agradecido por el calor que calentaba sus huesos, y desvió la mirada hacia los dos corredores que partían de la sala. Uno de ellos mantenía la misma inclinación que llevaba el que les había traído hasta aquí y se adentraba en las entrañas de la tierra, pero el otro parecía ir hacía arriba.
    ¿A dónde irá a parar?
— ¿Quién sabe? —. Ashran se encogió de hombros, quitándole importancia—.   Según las leyendas todas las minas están conectadas, formando un complicando laberinto que atraviesa las montañas de Nagareth. Pero son sólo eso, leyendas. Que no se te pase por la cabeza explorar esos caminos, heredero, porque perderte no es el único riesgo que corres. Hay bestias mágicas y otros peligros en la oscuridad.
    Puedes llamarme Rego.
    ¿Cómo?
— No me siento cómodo si me llamas todo el rato “heredero”, ¿sabes? Me recuerda demasiado a mis profesores en el palacio. Mi nombre es Rego, y prefiero que te dirijas a mí por él.
Ashran soltó un bufido, aunque parecía divertido.
    Como quieras, Rego.
Pasaron las siguientes horas atendiendo a los caballos y contándose historias entre ellos, ya que no tenían otra cosa que hacer y aún era pronto para dormir. Rego habló de Aquaviva, sobre la mezcla de gentes y culturas que te podías encontrar en sus calles y sobre la riqueza de su mar, mientras que el jinete le explicaba las peculiaridades de las diferentes razas de caballos de las llanuras con una pasión que resultaba un tanto sorprendente en alguien tan escueto. De tanto en tanto uno de los dos recorría el corredor de vuelta para comprobar si aún duraba la tormenta, y siempre regresaba con la misma respuesta.
— ¿Crees que Balthar se atrevería a cabalgar en medio de una tormenta de ceniza?— Rego acababa de regresar de un viaje a la entrada de la mina, y su gesto sombrío era un vivo reflejo del paisaje gris que había presenciado—. Parecía ansioso por ganar este desafío, y con su bendición puede que fuese capaz de cabalgar incluso con este tiempo de demonios.
— Por supuesto que desea ganar, pero jamás haría eso. Si un caballo cabalgase en estas condiciones moriría a los pocos días entre fuertes dolores, y Balthar les ama demasiado como para hacerles algo así. Siempre se ha ocupado personalmente de todos los caballos que ha montado, tratándolos con gran esmero y cuidado.
— ¿Podría compartir un poco de su afecto por los caballos con las personas, no?
            Mierda¸ pensó Rego llevándose las manos a la boca. El viaje que había realizado por las llanuras de Jötum y Nagareth, unido a este largo y terrible día y a las conversaciones que habían mantenido, le habían hecho olvidar que Ashran no era un simple compañero, sino uno de los nobles de confianza de Balthar. Precisamente el mismo que había dirigido a los asaltantes contra la caravana en que se encontraban Rego y Bant dispuesto a matar y esclavizar a sus ocupantes. Esta maldita bocaza mía siempre me mete en problemas.
    Mi señor tiene sus defectos, Rego, pero es mi señor.
Rego enarcó una ceja. Esta no es la reacción que se esperaba.
    No te entiendo.
— Claro, tú eres un heredero. ¿Cómo vas a entenderme?—. Hizo una breve pausa, como esperando a que Rego respondiera, pero el joven heredero se había quedado sin palabras—. Mi señor es una persona ambiciosa y cruel que sólo se preocupa por si mismo, soy muy consciente de este hecho. Son muchos los que creen que es un monstruo sin corazón. Pero es mi señor, y le debo obediencia y lealtad.
— ¿Tu señor? ¿Y cómo es tu señor le obedeces sin importar sus órdenes? ¿Aunque te ordene robar, violar, matar a niños y esclavizar a sus padres? —gritó Rego, tan furioso que se levantó con los puños crispados—. ¿Sólo por qué es tu señor?
El semblante de Ashran se endureció tanto que Rego temió que le golpease, pero aun así el heredero le sostuvo la mirada. Estaba diciendo la verdad. Lo sentía en los huesos, en el corazón. No iba a echarse atrás.
— Porque es mi señor, sí. Por eso le obedezco. ¿Qué esperabas oír, que lo hago porque ha amenazado a mi familia, a mis amigos? ¿Por qué le tengo miedo? No te engañaré, hay muchos que le siguen por esos motivos. Pero yo no. Balthar es el señor de Jötum, y yo le obedezco porque es mi deber. No importa lo que pida, lo haré.
Rego abrió los ojos con espanto ante el horror que encerraban esas palabras.
    Eso es… es…
— Eso es lealtad, Rego. La misma que esperaría tu padre, el duque de Aquaviva, de sus hombres. La misma que tú esperaras recibir algún día. Así que no me vengas con sermones, heredero, porque cuando un duque da órdenes siempre hay alguien que acaba manchándose las manos. Yo aún puedo dar gracias a los dioses por mi posición, que me permite evitar lo peor, pero hay mucho otros que no tienen esa misma suerte.
            Pero no es correcto, pensó Rego. No está bien.
            Sin embargo, no dijo nada. Se echó hacia atrás y se sentó al otro lado de fuego, con un nudo en la garganta y la mirada perdida en las llamas. Sabía que la vida funcionaba así en los siete ducados; no era un estúpido. Sólo que no se le había pasado por la cabeza que realmente pudiesen ser así.

            Pasaron el resto del día en silencio, los dos demasiado afectados por las palabras que se habían pronunciado en la mina, y continuaron el viaje a la mañana siguiente con la tormenta ya desaparecida. Al décimo día de su viaje, por fin, llegaron a la pequeña ciudad de Magrata.

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