La ceniza caía
sobre ellos como un diluvio cuando se adentraron en el agujero oscuro que era
la entrada a la mina. En el exterior había las ruinas de varios edificios, pero
estaban sepultados por rocas y tierra de tal manera que no les ofrecían
protección contra la tormenta.
— Tranquilo,
tranquilo.
Ashran llevaba de las riendas a los dos caballos, caminando junto a ellos
mientras se adentraban en la mina. Con palabras cariñosas y un tono de voz
seguro lograba que las bestias superasen sus temores y se adentrasen por el
tenebroso corredor, a duras penas iluminado por la linterna de aceite que
llevaba Rego.
— ¿Hasta dónde quieres llegar? —preguntó el heredero. Miraba con recelo
las paredes del corredor, de un material que no supo reconocer y que absorbía
casi toda la luz de la linterna. Cada pocos metros se podían ver unas vetas
rojizas que se extendían como las raíces de un árbol por la piedra, desde el
techo hasta el suelo.
— Este es un pasadizo para transportar material desde la mina al exterior
—respondió Ashran—. Más adelante debería haber una sala lo suficientemente
espaciosa para que los caballos puedan descansar hasta que pase la tormenta.
Continuaron caminando pasadizo
abajo, adentrándose más y más en la montaña, en la oscuridad y en la tierra que
olía a azufre y metal. Sin darse cuenta Rego empezó a respirar con más fuerza, consciente
del peso de las innumerables toneladas de roca que había sobre sus cabezas.
Sentía ese peso, esa inmensa masa como una fuerza que le presionaba los hombros
y le atenazaba la garganta, robándole el aliento y poseyéndole con un deseo
creciente de salir a la superficie.
¿Qué
pasaría si el techo se derrumbase?, pensó
mirando con los ojos entrecerrados por la falta de luz las viejas vigas de
madera que soportaban el corredor. ¿Me
daría tiempo a gritar o moriría demasiado rápido? O lo que era peor aún,
sobrevivir al derrumbe sólo para acabar muriendo de sed días después, atrapado
por las rocas y sin nadie que supiese de su triste destino.
Por suerte, el corredor les llevó
hasta una amplia sala donde podían descansar los caballos, así que tuvo que
ayudar a Ashran con los animales y a preparar un pequeño campamento por si
tenían que acabar pasando la noche en la mina. Tareas cotidianas y sencillas,
pero que le distrajeron por un rato y evitaron que sus pensamientos volviesen a
tomar un giro tan negativo.
Una vez todo listo, los dos viajeros
se sentaron al lado del pequeño fuego que habían logrado encender con la leña
que traían, agradecidos de que el escaso humo que producía se perdía por un
respiradero. Rego se frotó las manos, agradecido por el calor que calentaba sus
huesos, y desvió la mirada hacia los dos corredores que partían de la sala. Uno
de ellos mantenía la misma inclinación que llevaba el que les había traído
hasta aquí y se adentraba en las entrañas de la tierra, pero el otro parecía ir
hacía arriba.
— ¿A
dónde irá a parar?
— ¿Quién sabe? —. Ashran se encogió de hombros, quitándole
importancia—. Según las leyendas todas las minas están
conectadas, formando un complicando laberinto que atraviesa las montañas de
Nagareth. Pero son sólo eso, leyendas. Que no se te pase por la cabeza explorar
esos caminos, heredero, porque perderte no es el único riesgo que corres. Hay
bestias mágicas y otros peligros en la oscuridad.
— Puedes
llamarme Rego.
— ¿Cómo?
— No me siento cómodo si me llamas todo el rato “heredero”, ¿sabes? Me
recuerda demasiado a mis profesores en el palacio. Mi nombre es Rego, y
prefiero que te dirijas a mí por él.
Ashran soltó un bufido, aunque parecía divertido.
— Como
quieras, Rego.
Pasaron las siguientes horas atendiendo a los caballos y contándose
historias entre ellos, ya que no tenían otra cosa que hacer y aún era pronto
para dormir. Rego habló de Aquaviva, sobre la mezcla de gentes y culturas que
te podías encontrar en sus calles y sobre la riqueza de su mar, mientras que el
jinete le explicaba las peculiaridades de las diferentes razas de caballos de
las llanuras con una pasión que resultaba un tanto sorprendente en alguien tan
escueto. De tanto en tanto uno de los dos recorría el corredor de vuelta para comprobar
si aún duraba la tormenta, y siempre regresaba con la misma respuesta.
— ¿Crees que Balthar se atrevería a cabalgar en medio de una tormenta de
ceniza?— Rego acababa de regresar de un viaje a la entrada de la mina, y su
gesto sombrío era un vivo reflejo del paisaje gris que había presenciado—. Parecía
ansioso por ganar este desafío, y con su bendición puede que fuese capaz de cabalgar
incluso con este tiempo de demonios.
— Por supuesto que desea ganar, pero jamás haría eso. Si un caballo
cabalgase en estas condiciones moriría a los pocos días entre fuertes dolores,
y Balthar les ama demasiado como para hacerles algo así. Siempre se ha ocupado
personalmente de todos los caballos que ha montado, tratándolos con gran esmero
y cuidado.
— ¿Podría compartir un poco de su afecto por los caballos con las
personas, no?
Mierda¸
pensó Rego llevándose las manos a la boca. El viaje que había realizado por las
llanuras de Jötum y Nagareth, unido a este largo y terrible día y a las
conversaciones que habían mantenido, le habían hecho olvidar que Ashran no era
un simple compañero, sino uno de los nobles de confianza de Balthar. Precisamente
el mismo que había dirigido a los asaltantes contra la caravana en que se
encontraban Rego y Bant dispuesto a matar y esclavizar a sus ocupantes. Esta maldita bocaza mía siempre me mete en
problemas.
— Mi
señor tiene sus defectos, Rego, pero es mi señor.
Rego enarcó una ceja. Esta no es la reacción que se esperaba.
— No
te entiendo.
— Claro, tú eres un heredero. ¿Cómo vas a entenderme?—. Hizo una breve
pausa, como esperando a que Rego respondiera, pero el joven heredero se había
quedado sin palabras—. Mi señor es una persona ambiciosa y cruel que sólo se
preocupa por si mismo, soy muy consciente de este hecho. Son muchos los que
creen que es un monstruo sin corazón. Pero es mi señor, y le debo obediencia y
lealtad.
— ¿Tu señor? ¿Y cómo es tu señor le obedeces sin importar sus órdenes?
¿Aunque te ordene robar, violar, matar a niños y esclavizar a sus padres?
—gritó Rego, tan furioso que se levantó con los puños crispados—. ¿Sólo por qué
es tu señor?
El semblante de Ashran se endureció tanto que Rego temió que le golpease,
pero aun así el heredero le sostuvo la mirada. Estaba diciendo la verdad. Lo
sentía en los huesos, en el corazón. No iba a echarse atrás.
— Porque es mi señor, sí. Por eso le obedezco. ¿Qué esperabas oír, que lo
hago porque ha amenazado a mi familia, a mis amigos? ¿Por qué le tengo miedo?
No te engañaré, hay muchos que le siguen por esos motivos. Pero yo no. Balthar
es el señor de Jötum, y yo le obedezco porque es mi deber. No importa lo que
pida, lo haré.
Rego abrió los ojos con espanto ante el horror que encerraban esas
palabras.
— Eso
es… es…
— Eso es lealtad, Rego. La misma que esperaría tu padre, el duque de
Aquaviva, de sus hombres. La misma que tú esperaras recibir algún día. Así que
no me vengas con sermones, heredero, porque cuando un duque da órdenes siempre
hay alguien que acaba manchándose las manos. Yo aún puedo dar gracias a los
dioses por mi posición, que me permite evitar lo peor, pero hay mucho otros que
no tienen esa misma suerte.
Pero
no es correcto, pensó Rego. No está
bien.
Sin embargo, no dijo nada. Se echó
hacia atrás y se sentó al otro lado de fuego, con un nudo en la garganta y la
mirada perdida en las llamas. Sabía que la vida funcionaba así en los siete
ducados; no era un estúpido. Sólo que no se le había pasado por la cabeza que realmente pudiesen ser así.
Pasaron el resto del día en
silencio, los dos demasiado afectados por las palabras que se habían
pronunciado en la mina, y continuaron el viaje a la mañana siguiente con la
tormenta ya desaparecida. Al décimo día de su viaje, por fin, llegaron a la
pequeña ciudad de Magrata.
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