lunes, 1 de septiembre de 2014

Capítulo 8 (Parte 1) - Un súbdito leal

Las llanuras de Jötum eran un mar esmeralda situado en el centro de los siete ducados, con la alta hierba meciéndose al pos del viento como lo hacían las olas que chocaban contra las costas de Aquaviva. Una tierra de horizontes sin fin donde la vista se cansaba en una lejanía sin barreras.


Una tierra hermosa por la que cabalgaba Rego, como miles de jinetes habían hecho antes que él, maravillándose con la calma y la paz que se respiraba en ella. Ojala pudiese ir más despacio, dedicarle la atención que se merecía, pero su deber como testigo del desafío se lo impedía. Además, tenía a su lado a Ashran, tan parco de palabras y con el mismo sentido de humor que un enterrador, que imponía un fuerte ritmo a los caballos y no toleraba ningún retraso.
Aun así, Rego se alegraba de que el noble jinete le acompañase en el viaje, ya que las llanuras de Jötum no eran tan tranquilas y pacíficas como parecían a simple vista. Manadas de gacelas y bisontes recorrían el ducado siguiendo el cauce de los ríos, y no muy lejos de ellos andaban los leones y las hienas, siempre hambrientos y atentos a la menor oportunidad para llenarse el estómago con una presa herida o despistada. No era ese el único peligro, ya que también había que contar a los rinocerontes y elefantes, enormes herbívoros normalmente apacibles que se volvían muy violentos si se sentían amenazados. Ashran sabía que caminos era seguro tomar y cuáles no, cuando debían avanzar rápido o despacio para no llamar la atención de alguna bestia y dónde era seguro pararse a descansar. Y si se daba el caso y se veían atacados –Rego cruzaba los dedos para que no pasase, pero nunca se podía estar seguro-, el jinete tenía un brazo fuerte y diestro que no tenía miedo en hacer servir el arco o la lanza.
El heredero de Aquaviva no estaba tan seguro de sus propias habilidades. No había hecho precisamente un gran papel en la caravana, y aunque se encontraba más fuerte que cuando viajó por las regiones del sur, aún seguía sintiendo molestias tras tantas horas cabalgando (siendo más precisos, más que “molestias” la cara interna de los muslos y el culo le dolían horrores, pero podía soportarlo). Además, y aunque aún arrastraba sueño de su estancia en el palacio del duque, no había podido descansar nada durante su primera noche en las llanuras. El cielo abierto sobre su cabeza resultaba perturbador, pero lo peor eran los sonidos de la vida salvaje que sucedían a su alrededor, en medio de la oscuridad. Acurrucado junto al pequeño fuego que habían preparado, pasó la noche entera en vela y con los nervios a flor de piel.
La hierba, meciéndose de un lado a otro, sin saber si la causa era una ráfaga de viento o una bestia que les acechaba. La risa estridente de una hiena en la lejanía. Y los insectos. Los insectos habían sido lo peor.
—Puedes estar tranquilo —le dijo Ashran a la mañana siguiente al reparar en su rostro pálido y cansado—, si bien la mayoría de depredadores son nocturnos con dejar encendido un fuego debería bastar para alejarlos. Esta ha sido una buena temporada de lluvias y las presas son abundantes; el hambre no les empujará a acercarse a las llamas.
— Vaya, me hubiese ido muy bien saber eso ayer. Estuve toda la noche saltando de miedo cuando oía cualquier ruido. Me desperté media docena de veces por culpa de los grillos. Malditos bichos, juro que estaban esperando a que me quedase dormido para volver a cantar.
— Lamento no haberte avisado antes —se disculpó Asran con media sonrisa en sus labios. El jinete seguramente estaría imaginando a Rego acosado por grillos que no le dejaban dormir y la imagen debía resultarle bastante divertida—. De todas maneras no te confíes demasiado, ésta es una tierra peligrosa.
Las palabras del jinete se mostraron ciertas al día siguiente cuando fueron testigos del ataque de una manada de hienas a grupo de gacelas. Los depredadores consiguieron abatir a una gacela joven que se había separado del grupo, poco más que una cría, y la despedazaron y devoraron en un frenesí sangriento. Rego se llevó la mano a la boca para reprimir las náuseas que le provocaba tan macabro espectáculo, pero Ahsran se limitó a vigilar con  ojo avizor a las hienas, una mano sobre las riendas de su caballo y otra sobre el arco.
— Tenemos que continuar, heredero. Esa gacela es demasiado pequeña para contentar a toda la manada, será mejor que nos vayamos antes de que decidan probar suerte con nosotros.
Rego asintió, aún mareado, y reanudaron una rápida cabalgada. Las hienas los observaron alejándose, con el hocico ensangrentado y la boca media abierta revelando una larga lengua rosada.
— Es muy fácil que un jinete solitario acabe como esa pobre gacela —dijo Ashran en cuanto se alejaron lo suficiente de las hienas—. Sin nadie para vigilarle la espalda, basta con un momento de descuido. Sería muy raro que eso le pasase a Balthar, pues ha cabalgado sólo por las llanuras en numerosas ocasiones y se conoce esta tierra como la palma de su mano. Es más, aunque pase lo imposible y se encuentre con problemas, sabe defenderse a sí mismo y es tan rápido cabalgando su semental blanco que ninguna bestia podría darle alcance. No, él no correrá ningún peligro. Pero tu compañero, el heredero de Nagareth, es un caso distinto. Dudo mucho que alguien del ducado de los mineros pueda desenvolverse bien en estas tierras.
            Rego echó una mirada hacia atrás por encima de su hombro, en dirección al grupo de hienas que habían dejado atrás. Tragó saliva al imaginarse al enmascarado rodeado y atacado por esas bestias. No era una perspectiva nada halagüeña.
            Pero ese puñetero enmascarado ya me ha demostrado antes que está lleno de recursos, pensó recordando las ocasiones anteriores en las que le había sorprendido con su astucia y habilidad.
— Se las apañará. Bant no es una persona cualquiera.
— En eso tienes razón —corroboró Ashran—, pocos tendrían el valor de desafiar a Balthar en su propia sala del trono, y menos aún de mantenerse firmes ante su cólera.
— Sí, lo que es valor no le falta, ya lo creo.
— Tú también mostraste coraje al apartar a mi señor del heredero de Nagareth. No te subestimes, en esa sala había decenas de personas y nadie más se atrevió a hacer nada.
Rego abrió los ojos de par en par, sorprendido al recibir un cumplido por parte del rudo jinete. Tan perplejo se quedó que no supo que añadir, y continuaron la marcha en un extraño silencio.
            Esa noche ambos descansaron bien y pudieron continuar con su tercer día de marcha con renovadas fuerzas. Tras una hora de camino Rego divisó una mancha en el horizonte, una silueta oscura que rompía con la línea perfecta de las llanuras: la cadena montañosa que formaba el ducado de Nagareth. Rego observó que la vegetación empezaba a escasear cada vez más según avanzaban; la hierba enfermaba y moría adquiriendo un color amarillento hasta que finalmente desaparecía de las llanuras, siendo reemplazada por matojos secos y piedras. No había ríos que regasen la tierra cada vez más cobriza y arenosa, así que las manadas de gráciles gacelas se habían quedado atrás. Sólo animales como las serpientes y escorpiones sobrevivían aquí.
            Cuando cayó la noche ya estaban en un terreno desierto y muerto; por fin habían abandonado las llanuras. Tres días les había costado cruzar las llanuras de Jötum, días en los que sólo se detuvieron para dejar descansar a los caballos, comer y dormir. Pero al llegar a Nagareth, una vez realizada la mitad de la distancia que debían recorrer, no pudieron hacer menos que detenerse para contemplar la vista.
            Montañas, altas como los titanes de las leyendas se alzaban ante ellos. Sus picos se perdían entre las nubes de una tormenta que no cesaba de retorcerse sobre sí misma, como una serpiente que se muerde la cola. Relámpagos de un violeta cegador estremecían el cielo, sucediéndose una y otra vez con una furia que no podía ser obra de la naturaleza. Llamaradas de cientos de metros de altura salían despedidas de varios volcanes, junto con el humo que alimentaba la tormenta y la ceniza que caía sin cesar como una falsa nieve sobre la tierra muerta. Fuego y rayo, unidos en un espectáculo tan imposible como devastador.

            No parecía haber en esas montañas lugar para el ser humano. Éste era el ducado de Nagareth, y ante su visión Rego se quedó sin palabras. 

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