Las cabezas de
los tres grandes depredadores de las llanuras de Jötum estaban delante de Rego,
las mandíbulas abiertas de dos de ellos congeladas para la eternidad en un
rugido feroz que deslucía un poco por culpa de sus ojos apagados y vacíos. La
hiena moteada, con sus fuertes mandíbulas capaces de triturar huesos y su
característica risa estridente. El león, el más grande de los felinos que se
podían encontrar en los siete ducados, con su melena y su pelaje marrón cruzado
por rayas verdes que le ocultaban entre la hierba alta de las llanuras. Y por
último el puma, más pequeño y ágil, que cazaba en la frontera montañosa con
Nagareth.
No eran más que cabezas disecadas,
trofeos de caza que adornaban una de las salas del palacio de Jötum, pero
resultaban mucho más impresionantes que las descripciones y dibujos que había
visto en los libros. Más reales. Y desde luego podías hacerte una mejor idea de
hasta qué punto era peligroso el animal al ver sus colmillos afilados de cerca.
Muy
chulo, pensó Rego, alargando un dedo para tocar los bigotes del león. Casi parecen que estén vivos.
Pero por muy interesantes que
resultasen los trofeos, tras casi diez minutos en la habitación ya estaba un
poco cansado de verlos. Se dejó caer sobre un sofá de aspecto muy cómodo,
mirando de reojo al par de guardias que vigilaban la entrada mientras lanzaba
un sonoro bostezo. Le habían sacado a rastras de su habitación tras una noche
en la que había apenas podido dormir un par de horas para reunirse con Bant y
con un emisario de Balthar para concretar los detalles del desafío, pero estaba
aburrido, los guardias no le daban conversación y tenía tanto sueño que le costaba
un horror mantener los párpados levantados.
Normalmente a Rego no le costaba
nada dormir. Ya hiciese frío o calor, estuviese descansado o hecho una
piltrafa, a los dos minutos de estirarse en la cama ya estaba durmiendo como un
tronco. Su madre siempre le había envidiado por ello y bromeaba diciéndole que
eso le pasaba por no tener ninguna preocupación, a lo que Rego respondía que no
había ningún problema por el que mereciese la pena perder horas de sueño.
Bromas sin gracia entre la familia.
Pero la noche anterior el heredero
de Aquaviva no había podido dormir. Había dado vueltas y vueltas en la cama,
probado todas las posturas que se le habían pasado por la cabeza, y no hubo
manera. Boca abajo, boca arriba, de lado, en diagonal, en posición fetal, hecho
un ovillo… Nada. Incluso lo había intentado apoyando las piernas sobre el
cabezal de la cama, y lo único que había conseguido era una rampa en el pie
izquierdo. Estaba cansado, agotado tras el viaje y el encuentro con Balthar,
pero en cuanto cerraba los ojos a su mente acudía todo lo que había sucedido
los últimos días. La traición de Born y Mathaus, el ataque de los jinetes, el
desafío, la paliza a Bant y la promesa que había hecho Balthar… Habían sido
unos días interesantes, desde luego, y aún quedaba lo mejor.
Puede que el motivo de su insomnio
fuese precisamente ése, que se moría tanto de ganas por ver el enfrentamiento
entre Balthar y Bant que no había podido tumbarse y dormir como si nada. Dos
ducados, cientos de miles de personas cuyas vidas dependían de una carrera. En
principio Balthar parecía tener ventaja gracias a su bendición que le
garantizaba que no había jinete más rápido, pero Bant ya había demostrado su
astucia y tenía su propia bendición, su secreta bendición, para respaldarlo.
Desde luego sería un momento histórico, y él estaría allí para verlo.
A pesar de lo cansado que se sentía,
no pudo reprimir una sonrisa.
Es
por esto por lo que me marché de Aquaviva, pensó Rego, la vista fija en la
cabeza del león. Por estos nervios que recorrían todo su ser y que le hacían
sentir más vivo que nunca, por esta aventura que le permitía descubrir un mundo
con todos sus sentidos y no sólo por lo que había leído en los libros. No había
ni punto de comparación entre esto y su vida como heredero en Aquaviva, cargada
de responsabilidades, aburrida diplomacia y odiosas reuniones con viejos nobles
quejicas y estiras doncellas que le veían como el soltero de oro.
Sí, había habido momentos malos
durante el viaje, como cuando los jinetes les habían atacado y Lenst había
caído con una flecha atravesándole la pierna. Durante unos instantes la
situación había pintado tan mal que creyó que nada podría salvar a los
mercaderes. Pero, al final, todo había salido bien.
El sonido de unos pasos le avisó de
que alguien se acercaba, así que decidido a no dejarse vencer por el sueño se
levantó del sofá, estirando las extremidades todo lo que pudo para sacarse de
encima la modorra mientras gemía lastimosamente por el esfuerzo. Le dio tiempo
a recuperarse y poner una postura más o menos digna cuando la puerta se abrió
dando paso al heredero de Nagareth, Ashran y un par de hombres más.
— ¡Bant! —exclamó Rego acercándose para saludar al enmascarado—. ¿Cómo te
encuentras? Te dio una paliza, ese cab… —se interrumpió a media frase, consciente
de que insultar al duque de Jötum no era la mejor idea teniendo en cuenta que
estaba rodeado por sus súbditos—. Balthar te golpeó muy fuerte en las costillas
y en la espalda. Si te soy sincero, pensaba que hoy te quedarías en la cama
recuperándote.
— Estoy bien, Rego—respondió Bant—. Gracias por preocuparte.
Pero al contrario de lo que decían
sus palabras, no parecía estar tan bien. Ligeramente encorvado y con una mano
cogiéndose el costado, caminaba con una falta de gracia que no era propia de él.
Rego iba a insistir en el tema cuando Ashran habló con voz autoritaria:
— Buenos días, heredero de Aquaviva. Tengo un mensaje para ti.
— ¿De
qué se trata?
— Mi señor está impaciente por empezar el desafío. Así que tú, en calidad
de testigo, partirás ahora hacía la ciudad de Margrata, y ocho días después
marcharán el heredero de Nagareth y mi señor. Ya estarás allí cuando ellos
lleguen y podrás ver quien ha llegado primero y ganado el reto.
— ¿Tan rápido? No hace ni un día que
me trajisteis aquí prisionero y esta noche casi no he podido pegar ojo, ¿no
puedo descansar al menos un par de días más? Es un viaje de diez días sin parar
de cabalgar de aquí a esa ciudad de Nagareth, podrías ser un poco comprensivo.
— Mi señor quiere esperar lo menos
posible.
Es decir, que no tengo otra opción,
pensó Rego escondiendo su disgusto tras una falsa sonrisa ensayada durante
cientos de partidas a las cartas. Son
capaces de atarme al caballo y llevarme atado si hace falta.
— En ese caso partiré inmediatamente, por supuesto. Nada más lejos de mi
intención que resultar desagradable a nuestro generoso anfitrión.
El sarcasmo de sus palabras se estrelló contra el rostro de Ashran sin que
éste mostrase reacción alguna.
— Muy bien. Además, yo te
acompañaré.
— ¿Qué? —exclamó Rego. Esto no se lo esperaba, tener que viajar con el hombre
que los había hecho prisioneros y que había ordenado la muerte y captura de sus
compañeros de viaje en la caravana—. ¿Por qué?
— Por tu seguridad, heredero. Hay muchos animales salvajes en Jötum que
pueden atacarte, yo te protegeré de ellos. Además, yo he viajado en varias
ocasiones a Nagareth y puedo servirte de guía por el difícil camino que cruza
las montañas.
— Ya veo —murmuró Rego. Un sexto sentido le decía que esos no eran todos
los motivos por los cuales Ahsran le acompañaría, pero era evidente que en esto
tampoco tenía ni voz ni voto. Inconvenientes
de ser capturado por un tirano venido a más. Mirándolo por el lado bueno,
por lo menos no acabaría en el estómago de un león—. Vayámonos entonces, ya que
hay tanta prisa.
Pero todavía no se marchó, en lugar de eso se giró hacía el heredero de Nagareth.
Si todo salía bien se reencontrarían en Magrata días después, con el misterioso
enmascarado llegando a la meta antes que el duque de Jötum. Rego así lo
esperaba.
— Que tengas suerte, Bant.
El enmascarado pareció sonreír detrás de la máscara.
— Gracias, amigo mío.
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