Sentado sobre un trono construido con los huesos de los caballos de
antiguos duques, suyo por derecho de nacimiento, el señor de Jötum se alzaba una
cabeza por encima del resto de los presentes en la sala. Balthar era un hombre moreno
sorprendentemente atractivo, que vestía una camisa de un verde vivo medio
abierta que revelaba su pecho y unos pantalones del mismo color más apagado.
Llevaba un collar de marfil al cuello y un juego de anillos dorados en las
manos, entre otras varias joyas menores repartidas por sus prendas. Su largo cabello
castaño estaba recogido en cuatro trenzas, señal de su posición en el ducado
según la tradición de su pueblo. Sus ojos, pequeños y oscuros, ardían con el
mismo fuego salvaje que Rego había visto en los mercaderes más agresivos: el
fuego de la ambición.
— Bienvenidos a mis tierras, herederos —dijo Balthar, sonriendo
afablemente como si no les hubiese obligado a venir hasta su presencia—. ¿Os
han tratado bien mis súbditos?
De pie ante los dos guardias que protegían las escaleras que daban al
trono, Rego torció la boca en una mueca de disgusto al recordar la manera en la
que les habían tratado los jinetes a Bant y a él. Tal y como les habían dicho
no les habían puesto la mano encima, pero habían realizado la marcha hasta la
capital de Jötum como unos criminales, atados tanto de pies como de manos y con
los ojos vendados para negarles cualquier posibilidad de escaparse. Sin ver
nada, sin poder moverse y con los jinetes prohibiéndoles hablar una palabra más
de lo estrictamente necesario; Rego podía asegurar sin ninguna duda que había
sido el peor viaje de su vida.
— Tan
bien como se podía esperar —respondió el enmascarado.
Si Batlhar se dio cuenta del insulto que encerraban las palabras de Bant,
no dio muestras de ello. El señor de Jötum se mostraba tan alegre y feliz como
si tuviese ante sus ojos un enorme tesoro de joyas y monedas de oro.
Eso es lo que somos para él,
pensó Rego. Una oportunidad de aumentar
sus arcas con el dinero que pagaran nuestros ducados por rescatarnos.
La alegría en su duque parecía haber influido en el ánimo de sus siervos,
ya que el ambiente en la sala del trono era distendido y tranquilo, similar de
una taberna a las altas horas de la noche, una vez la fiesta ya ha acabado. Incluso
los guardias se veían más relajados que atentos.
— Has hecho un buen trabajo, Ashran, trayéndome a estos herederos —dijo
Balthar—. Aunque no hayas podido saquear como te ordené la caravana, estoy
satisfecho con tus acciones. Has demostrado tanto tu lealtad como tu valía.
Puedes estar seguro que lo recordaré.
De entre las decenas de nobles que les rodeaban uno dio un paso al
frente, saludando al duque llevándose el puño al pecho. Rego enarcó una ceja,
reconociendo al noble como el líder de los jinetes que les había asaltado en
las llanuras.
—Mi señor —respondió Ashran, bajando humildemente la cabeza—. Vivo para
servir a Jötum. Mi corazón a tus pies.
Balhtar asintió, despidiendo a su
súbdito con un gesto casi indiferente de la mano. Ashran volvió a llevarse el
puño al pecho y retrocedió, de vuelta entre el corrillo de nobles.
— Me imagino que querréis descansar tras el viaje —dijo Balthar,
dirigiéndose a Rego y Bant—. Pero antes de que os marchéis a descansar a
vuestros aposentos, hay algo que me gustaría saber. ¿Qué os ha traído a Jötum?
¿Cuál es el motivo qué ha llevado a dos de los herederos de los siete ducados a
viajar hasta mis tierras escondidos en una pequeña caravana de mercaderes? Disculpad
mi curiosidad, pero no logro entender cuál era vuestro propósito. ¿Un acuerdo
en secreto con Eyre Ojos Fríos, quizás?
Aquí llega, pensó Rego,
sintiendo como a su lado el heredero de Nagareth se preparaba.
— Balthar, duque de Jötum, he venido a retarte —anunció Bant. El
enmascarado habló alto y claro para que sus palabras fuesen oídas en toda la
sala.
— ¿Cómo hiciste con el idiota de Marcus, verdad? —preguntó Balthar,
sonriendo burlón cuando Rego soltó una exclamación de sorpresa—. Sí, heredero
de Aquaviva, estoy al tanto de lo que sucedió en Oesia. Las noticias de tan
gran importancia vuelan, ¿sabes? Y me temo que no aceptaré el reto. No sé qué
bendición te dio la maga —apuntó señalando a Bant—, pero no tengo necesidad
alguna de ponerla a prueba. Soy un hombre humilde, y no aspiro a conquistar
otros ducados ya sea por la fuerza de las armas o por ridículas apuestas.
Se echó hacia atrás en el trono, cruzando una pierna sobre la otra y apoyando
la cabeza sobre la palma de su mano sin que en ningún momento la sonrisa
burlona dejase su rostro.
— Me conformaré con lo que estén dispuestos a pagar vuestros ducados por
volver a veros con vida. Podéis estar tranquilos que seré justo, sólo pediré
riquezas por vuestro valor y nada más. Claro que —añadió mientras su sonrisa
adquiría un aire depredador—, unos herederos como vosotros bien valéis una
fortuna.
Dichas estas palabras estalló en carcajadas, y sus súbditos rieron con
él. Pero Rego, acostumbrado a participar en decenas de fiestas tanto de la alta
sociedad como de las más humildes, se dio cuenta de que muchos de esas risas
eran más falsas que una promesa de amor eterno en una primera cita. Había miedo
en los ojos de los nobles, y su fingida alegría estaba teñida por la sombra del
temor y las dudas.
Uno de los que menos reían era el líder de los jinetes que les habían asaltado,
Ashran. Durante un momento las miradas del heredero de Aquaviva y del noble se
cruzaron, pero tras unos instantes Ashran bajó la mirada con una expresión que
parecía vergüenza.
— He dicho que he venido a retaros, señor de Jötum —repitió Bant, imperturbable,
una vez las carcajadas de Batlhar se apagaron y la sala se quedó en silencio.
— Y yo he dicho que no pienso aceptar ese reto. ¡Guardias! Cogedlos y
llevadlos a los aposentos que les han preparado. No les hagáis daño si podéis
evitarlo, pero tenéis mi permiso para romperles algún hueso si se resisten.
— Somos ducados vecinos, Balthar. Nuestros pueblos siempre se han
respetado el uno al otro —continúo diciendo Bant mientras los guardias se
acercaban, alzando la voz hasta que esta restalló como un trueno—. Mis padres
conocieron personalmente al tuyo, y me dijeron que era un gran señor, amable,
valiente y un maestro jinete. Qué decepción que de todas esas cualidades su
hijo no demuestre ninguna.
Un silencio mortal cayó sobre la
sala. Nobles y guardias por igual se quedaron congelados, sus ojos pendientes
de la figura que reposaba en lo alto del trono de huesos con la misma expresión
de alarma que tiene el jinete que intenta montar a un caballo salvaje. Rego
tragó saliva al darse cuenta, sintiendo la tensión que se respiraba en el
ambiente y que le ponía la piel de gallina.
— ¡No
te atrevas a compararme con mi padre!
Balthar saltó de su trono como poseído por el diablo. Bajó las escaleras
y echó a un lado a los guardias para abalanzarse sobre el heredero de Nagareth y
derribarlo de un brutal puñetazo en la máscara. Balthar siguió castigando a
Bant con fuertes patadas en la espalda y el costado, sin importarle que el
enmascarado estuviese caído e indefenso en el suelo, protegiéndose el vientre
con los brazos. Sus súbditos se agitaron inquietos, apartando la mirada del
agredido y de su señor como si así pudiesen negar el vergonzoso acto que
estaban presenciando.
— ¡Basta!
Rego sujetó por los hombros a Balthar, alejándolo del enmascarado antes
de que pudiese seguir golpeándolo. El señor de los jinetes se rebulló como un
perro rabioso hasta liberarse de la presa que lo inmovilizaba, lanzando a Rego
una mirada tan cargada de furia que éste temió tanto por su vida como por la de
Bant.
— Demuéstrame que mis palabras son
falsas, señor de Jötum —dijo el enmascarado desde el suelo con voz entrecortada—.
Demuéstrame tu amabilidad al perdonarme por mi ofensa y tratarnos bien a mi
compañero y a mí. Demuéstrame tu valentía al aceptar mi reto, y demuéstrame tu
maestría con el caballo al ganarme en él.
No
funcionará, pensó Rego. Bant le había provocado para que aceptase su
desafío al igual que hizo con Marcus, pero Balthar era demasiado vengativo y
rencoroso como para dejar pasar unos insultos.
No sólo eso. Observando la actitud
de los nobles de Jötum, viendo que nadie más había movido un músculo para
ayudar a Bant, Rego entendió una cosa que se le había escapado al heredero de
Nagareth. Balthar gobernaba mediante el miedo y la intimidación. No podía
permitir que nadie menoscabase su autoridad.
— Mi señor Balthar —. Una voz se alzó entre los nobles de Jötum, y su
propietario no dudó en avanzar para darse a conocer. No era otro que Ashran, el
mismo jinete que había capturado a Rego y Bant para su duque—. Os ruego que probéis que esas palabras son
falsas. Demostrad a los siete ducados que el señor de Jötum es un hombre de
grandes virtudes y más que capaz de superar cualquier desafío que le planteen
herederos de ducados inferiores. Demostrad a este patético heredero que oculta
su apariencia tras una máscara quién sois vos.
Aún resoplando como una bestia y con los puños crispados, las palabras de
su súbdito consiguieron llamar la atención de Balthar. Cogió aire y retrocedió
un par de pasos, los ojos inyectados en sangre fijos en el caído. Tras unos
instantes su respiración se normalizó, relajó los puños y una extraña sonrisa
apareció en su hermoso rostro.
— Tienes
razón, mi fiel Ashran. Explícame el reto, heredero de Nagareth.
Bant se apoyó con un brazo tembloroso en el suelo, esforzándose por
ponerse de pie tras la paliza que había sufrido. Rego fue a ayudarle pero un
par de guardias le detuvieron ante un gesto del señor de Jötum.
— Te prohíbo que le ayudes, heredero de Aquaviva. Él sólo se ha buscado
ese castigo por su estupidez. Ahora, que él sólo se incorpore para explicar las
condiciones de su reto, si es que puede.
Hijo de perra, maldijo en su
interior Rego, muriéndose de ganas por partirle la cara al duque de Jötum. Estaba indefenso, tirado en el suelo, y
seguías pegándole patadas. Cobarde asqueroso. Balthar le sonrió, burlón,
casi como si estuviese leyendo el pensamiento y le desafiase a hacer algo.
Finalmente Bant logró incorporarse, una mano en el costado y ligeramente
inclinado hacia la izquierda. Respiraba con visible esfuerzo, pero cuando habló
lo hizo con voz clara y decidida.
— Partiremos a caballo desde aquí, y haremos un viaje que recorrerá
vuestras tierras hasta acabar en las mías, en la ciudad de Magrata. El primero
en llegar será el ganador.
— Es un viaje de diez días a caballo, más o menos —dijo Balthar—. La
mitad del recorrido por llanuras y el resto por montañas.
— Así es. Recorreremos la misma distancia por cada uno de los dos
ducados. ¿Te parece justo?
— Si, diría que es justo. ¿Y el ganador se queda con las tierras del
perdedor, verdad?
— Verdad.
— Perfecto. Pero tienes que saber que si yo gano, heredero de Nagareth,
exprimiré tu tierra hasta sacar de ella la última moneda de oro y metal
valioso. Las mujeres saciarán a mis jinetes, los hombres que puedan trabajar
serán nuestros esclavos y los que no valgan para nada serán pasados por la
espada, me da igual que sean niños o ancianos. No me importan tus gentes; por
mí como si mueren todos. Y a ti, sucio bastardo, a ti te colgaré de la horca.
¿Te parece bien?
Bant no respondió. Rodeado por un círculo de temerosos nobles, ante la
furia nada velada del señor de Jötum, su máscara no revelaba la menor emoción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario