Rego fue el
primero en verlos. Aprovechando el descanso estaba dando de comer a los
caballos cuando por casualidad miró en dirección al oeste y reparó en ellos,
una mancha negra sobre el verde horizonte.
— ¿Qué
es eso?
Mathaus se le acercó, puso la mano sobre su frente a modo de visera para
protegerse del Sol y miro en la misma dirección que Rego.
— No veo nada. ¿No te lo habrás imaginando?
— ¿No lo ves? ¡Mira hacia allí! —exclamó Rego alarmado, señalando a la
mancha que, aunque aún pequeña, se hacía más grande por momentos.
Avisados por los gritos de Rego los otros dos soldados se acercaron
corriendo a ver qué sucedía. Durante unos segundos nadie dijo nada, los ojos
fijos en el horizonte en un silencio que se hacía más tenso a cada segundo que
pasaba.
— Son los jinetes de Jötum —afirmó Lenst—, nos han encontrado.
Tiene razón, pensó Rego con un
estremecimiento de miedo.
Aún estaban lejos, pero forzando la vista Rego podía distinguir las
figuras de los hombres subidos a caballo que avanzaban con terrorífica rapidez
hacía la caravana. Tenían diez minutos, no, seguramente menos, para pensar qué
hacer.
Plantarles cara era un suicidio, ya que por la polvareda que levantaban debían
ser un grupo bastante numeroso. Tampoco podían huir de la batalla, ni siquiera
aunque dejasen atrás los carromatos. Los jinetes de Jötum eran mucho más
diestros cabalgando que ellos y sus caballos habían sido criados y entrenados
para correr como el viento sobre las llanuras; no tardarían en alcanzarles en
una persecución. No es que Rego temiese por su vida ni por la de Bant, después
de todo eran herederos y su objetivo no era otro que reunirse con Balthar, el
heredero de Jötum. Pero, ¿qué pasaría con los mercaderes y sus familias, así
como con los soldados? Si los rumores decían la verdad, los jinetes los
matarían a todos.
¿Qué podemos hacer? Todas las
opciones eran horribles.
— Rego, coge los caballos y avisa al resto. Huid tan rápido como podáis,
no perdáis tiempo mirando atrás —ordenó Lenst, desenvainando la espada y
haciendo un gesto con ella para que Rego se marchase—. Nosotros tres los
detendremos aquí.
— ¡Pero
os matarán!
El viejo guerrero asintió. Mientras que Mathaus y Born no podían ocultar
su nerviosismo, Lenst era la viva imagen de la calma. Su pulso era firme
mientras sostenía la espada, los ojos fijos en los enemigos y los labios
apretados con determinación. Mostraba una sombra de sonrisa, confiado, como si
para él fuese algo habitual enfrentarse a la muerte.
— Di mi palabra de que protegería a esta caravana, y por los dioses que
pienso hacerlo. Vete, Rego.
El heredero asintió y se dio la vuelta para marcharse, pero no pensaba
seguir las órdenes de Lenst. Avisaría a Bant, seguro que él sabría qué hacer.
¿No tenía su bendición? ¿No es cierto que afirmaba que ganaría al resto de los
herederos? Una persona con sus recursos tendría alguna idea de cómo salir de
esta situación. Y si no, entre los dos pensarían una solución, no era la
primera vez que él se encontraba en problemas y dudaba mucho que ése fuese el
caso para Bant. Seguro que podían hacer algo.
Un fuerte golpe en el estómago interrumpió como un mazazo sus
pensamientos. Cayó al suelo, doblándose sobre sí mismo por el dolor y sin
aliento para gritar. Sólo podía permanecer tumbado, su estómago ardiendo y sus
ojos vidriosos por las lágrimas contemplando al hombre que le había atacado por
sorpresa con el pomo de su espada: Mathaus.
— Lo siento, Rego —dijo el joven
soldado, sonando apenado—. Pero no puedo dejar que les avises.
Born se situó a su lado, respaldándole. Lenst los miró a ambos como si
los viese por primera vez.
— ¿Qué demonios estáis haciendo?
— Nuestro trabajo, viejo —respondió Born.
— Entiendo —dijo Lenst tras unos instantes, sonando tan decepcionado que hubiese
sido cómico de no ser por la situación. Miró hacía los jinetes, calculando el
tiempo que tenía hasta que les alcanzasen—. ¿Les habéis dicho nuestra ruta a
los de Jötum, verdad? Por eso nos han encontrado.
— Si, así es —respondió Mathaus.
— ¿Por qué lo habéis hecho? ¿Qué os puede haber llevado a traicionar a
las personas a las que habíais jurado proteger?
— Dinero. El señor de Jötum nos dará diez veces más por entregarle esta
caravana de lo que ganamos por protegerla.
— ¿Por… dinero? —musitó Lenst, tan bajo que Rego apenas le escuchó—.
¡¿Por dinero?! —preguntó de nuevo, esta vez tan furioso que Mathaus y Born
dieron un paso hacia atrás y sostuvieron con fuerza las armas, amedrentados—.
Los tres juntos juramos proteger a esta caravana y a sus gentes, lo juramos por
nuestro honor. ¿Y vosotros os habéis vendido por cuatro monedas de oro? ¿Por
eso habéis vendido vuestro honor?
— El honor no alimentará a mi familia cuando tengan hambre, ni les
proporcionará calor en invierno, Lenst. El honor no sirve para nada.
El viejo guerrero escupió a los pies de Mathaus.
— El honor lo es todo. Vosotros no sois guerreros, sois ratas.
Mathaus no respondió, se encogió de hombros despreciando las palabras de
Lenst y adoptó una posición de combate, con las rodillas flexionadas, el cuerpo
de perfil y la espada apuntando hacia el frente. A su lado Born hizo lo mismo
con su lanza, pasándose la lengua por los labios mientras sonreía cruelmente.
— Voy a disfrutar derramando tus entrañas, viejo.
Lenst le enseñó los dientes, desafiante, al tiempo que él también se
preparaba para luchar.
— No es la primera vez que me dicen eso, muchacho.
Nada más acabar de hablar Lenst, Mathaus cargó como una centella,
atacando con una embestida tan precisa y rápida que resultaba casi imposible de
esquivar. Lenst ni siquiera intentó evitarla, sino que en vez de eso le plantó
cara y con un hábil movimiento de su espada desvió el arma de Mathaus a un
lado, aprovechando el impulso de su enemigo para golpearle con el codo en el
rostro y arrojarlo al suelo con la nariz destrozada.
Pero ésa era sólo la primera amenaza. Born había esperado el momento más
adecuado para su ataque, y ese momento había llegado cuando Lenst derribó a su
compañero. Con una sonrisa de oreja a oreja, el joven soldado aprovechó ese
instante para atacar, su lanza apuntando al vientre de Lenst para empalarlo.
Momentáneamente desequilibrado tras el golpe, el viejo guerrero no podía hacer
nada para evitar la estocada mortal.
Desde el suelo, Rego no podía hacer otra cosa que ver lo que estaba
pensando. Demasiado débil para levantarse y ayudar a Lenst, lo único que podía
hacer era rezar a los dioses por un milagro. Un milagro que llegó en forma del
ruido que hace una botella de cristal al romperse.
Born cayó al suelo inconsciente, y a su espalda surgió la figura del heredero
de Nagareth empuñando los restos de una botella de vino. La arrojó a un lado y
se acercó a Rego, ayudándolo a ponerse de pie.
— Gracias, Bant. Eres mi salvador —dijo Rego, apoyándose en el
enmascarado mientras se cubría con una mano el estómago que aún le dolía
horrores—. Pero ahora, ¿qué hacemos?
Los jinetes de Jörum se les echaban encima.
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