Gritos de espanto. Maldiciones, exclamaciones de asombro. Una mujer
chillando al borde del pánico que alguien trajese un médico mientras las
parejas salían de los reservados a medio vestir y con expresión de
desconcierto.
Rego retrocedió un paso ante los tres guardias que se acercaban, las
palmas levantadas ante sí para mostrar que no quería problemas. Bant, por su
parte y como si la situación no fuese con él, seguía registrando el corpachón
de Marcus en busca del sello de su ducado.
— Vamos, calmémonos todos un
momento —dijo Rego a los guardias con una sonrisa nerviosa—. Estoy seguro que
Marcus se recuperará de un momento a otro y podremos discutir esto como
personas civilizadas. No hay ninguna necesidad de recurrir a la violencia,
¿verdad?
Como respuesta, los guardias desenfundaron sus espadas.
Mierda, pensó dando un paso más
hacia atrás que le llevó a chocarse contra la pierna del caído. Rodeado por un
círculo de rostros hostiles y con hombres armados amenazándole, Rego tragó
saliva, asustado.
— Apartaos del heredero—ordenó uno
de los guardias—. Ahora.
Bant se incorporó, enfrentándose a los guardias sin el menor atisbo de
miedo. Rego se situó un poco por detrás suyo, tanto para darle apoyo como para
protegerse en caso de que las cosas salieran mal.
— He ganado el desafío —dijo el
enmascarado—. Su sello me pertenece.
— ¿Cómo te atreves? —rugió
enfurecido uno de los nobles desde detrás de los guardias—. Acabas de envenenar
a nuestro heredero, ¿y ahora piensas robarle su sello? No te dejaremos. Vas a
quedarte aquí, y más te vale que Marcus se recupere o pagarás por ello con tu
cabeza.
— Ahora yo soy vuestro heredero.
— Eso está por ver. ¡Detenedles!
Los guardias avanzaron con esa intención, aunque cuando Bant se llevó la
mano a sus amplias vestimentas se detuvieron temiendo que sacase un arma. Pero
no fue ni una daga ni un puñal el objeto que el enmascarado mostró ante sí, sino
un pequeño botellín de color amarillo que no parecía tener nada en especial.
— Este es el antídoto para el veneno. Si dais un paso más —dijo mientras
desenroscaba levemente el tapón del botellín—, lo verteré sobre el suelo y
Marcus morirá. Si tan preocupados estáis por él, entregadme su sello y le daré
el antídoto.
¿Morirá?, pensó Rego alarmado.
Creía que el veneno dejaría a Marcus inconsciente un rato, no que fuese a
matarlo. No le gustaba nada la idea de convertirse en cómplice del asesinato de
un compañero heredero, ni en que Bant recorriese a la extorsión para conseguir
el sello. Aún estoy a tiempo de evitar
que se cometa una desgracia. ¡No quiero que los trovadores digan de mí en el
futuro que soy un criminal!
— Bant, escucha —dijo cogiendo del
brazo al enmascarado—. ¿No crees que estás llevando esto demasiado lejos?
Quizás sea…
Aprovechando que estaba distraído uno de los nobles se abalanzó sobre la
espalda de Bant. Sin pensar, Rego le espetó un puñetazo que lo mandó
tambaleándose directo al suelo.
Se produjo un segundo de silencio mientras el heredero de Aquaviva, se
miraba el puño como si éste le hubiese traicionado.
— Oh, mierda… Ahora sí que la he
cagado.
La sala estalló en un caos. Un grupo de nobles se abalanzaron sobre su
compañero al que había derribado Rego para comprobar su estado. Otros, la
mayoría, gritaban y les insultaban, mientras que unos pocos balanceaban unas
botellas rotas como si estuviesen dispuestos a tomarse la justicia por sus
propias manos de un momento a otro. Los guardias se miraban entre sí, confusos,
sin atreverse a hacer nada por miedo a provocar la muerte de Marcus o empeorar
aún más las cosas.
Todos ellos guardaron silencio cuando el enmascarado volvió a hablar.
— ¡BASTA! — gritó Bant, inclinando
la botellita tanto que el preciado líquido amarillo estaba a un pulo de
verterse—. No más tonterías ni estúpidas heroicidades. Simplemente dadme lo que
es mío y esta noche no morirá nadie.
— Yo tengo el sello.
Estas palabras venían de un viejo
sirviente; un hombre pequeño y con el rostro arrugado que había permanecido a
un lado durante el desafío sin decir ni una palabra, completamente ignorado al
verse rodeado por la élite del ducado.
—
El joven señor me lo entregó antes de la fiesta para que se lo guardase.
Es un buen muchacho, pero siempre ha sido un poco despistado con sus cosas
durante las celebraciones —dijo el sirviente, como excusando a Marcus. A
continuación sacó del bolsillo de su pantalón el sello del heredero del sur, un
pequeño disco con el escudo del ducado: un viñedo dorado bajo un inmenso sol—. Es
suyo, pero por favor, cúrelo.
El heredero de Nagareth observó por unos instantes al viejo sirviente,
quizás sintiéndose culpable por ver el sufrimiento que estaba causando, pensó
Rego. O quizás sólo estaba pensando si era de confianza. En realidad, como
sucedía siempre, no había manera de saberlo con su rostro oculto por la
máscara.
Bant le hizo un gesto con la mano libre al sirviente, dándole permiso
para que se acercase. Lentamente, mirando alternativamente al enmascarado y a
Marcus, el sirviente se acercó y le entregó el sello a cambio del antídoto.
— Ya está hecho —dijo el
enmascarado, alzando el brazo para que todos los presentes pudiesen ver cómo el
sello brillaba en su mano con un resplandor dorado—. He ganado el desafío,
respetando las reglas y con un testigo a mi lado. Yo soy ahora el heredero de
las regiones del sur.
Nadie dijo ni una palabra. Todos los ojos fijados en el sello brillante,
hasta que, lentamente, guardias, nobles y sirvientes por igual, todos se fueron
arrodillando ante el nuevo heredero.
Al final, sólo Rego quedó de pie en medio de un mar de reverencia,
observando a su compañero de viaje mientras se frotaba los nudillos doloridos
de la mano con la que había golpeado al noble. El heredero se sentía… extraño.
Emocionado, exhausto como si hubiese corrido una maratón. Aterrorizado.
Confuso.
Sólo sabía una cosa por seguro: el viaje acababa de comenzar y ya habían
cambiado la historia.
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