Rego se pasó la mano por la frente, secándose el sudor que tenía tras tantas
horas cabalgando sin descanso. Contempló con cierto fastidio el cielo, azul,
inmenso, sin ninguna nube a la vista que diese un poco de sombra y ayudase a
soportar los ardientes rayos del sol.
¿Cómo puede hacer tanto calor? ¡Si
hasta hace un par de semanas era invierno!
Sí, por supuesto que sabía que las
regiones del sur eran una tierra cálida. Sus tutores se lo habían explicado con
todo lujo de detalles y lo había oído de la boca de decenas de mercaderes que
pasaban por Aquaviva para vender su vino. Pero una cosa era saberlo y otra
sentirlo encima suyo, asfixiándole, robándole las fuerzas y haciéndole sudar
por partes de su cuerpo que ni se imaginaba podían hacerlo.
— Alegra esa cara, Rego —dijo Bant
como si hubiese leído sus pensamientos. Cabalgaba a su lado, aparentemente
fresco como una lechuga a pesar de ir embutido en su traje con máscara. ¿Es que
era inhumano? –Ya debemos de estar a punto de llegar a Oesia.
— Eso mismo dijiste las dos últimas veces que te pregunte cuánto faltaba.
¿Sabes? Empiezo a pensar que me estás siguiendo la corriente como a los tontos.
— Imaginaciones
tuyas.
— Venga, Bant, no seas así. Me duelen el culo y las piernas de estar
tantas horas sobre el caballo, y no sé qué daría por una ducha refrescante y la
oportunidad de cambiarme esta ropa que apesta a sudor. ¿No podríamos pararnos a descansar un rato?
Hazle este favor a tu pobre compañero de viaje.
— Le recuerdo a mi “pobre compañero de viaje” que él es el responsable de
que llevemos toda la mañana de hoy y todo el día de ayer cabalgando sin parar,
huyendo de los guardias que sus padres han enviado para traerle de vuelta a
casa.
— ¡Ya me he disculpado por eso!
— Sí, y fue muy divertido, lo reconozco. Pero no cambia el hecho de que
nos siguen persiguiendo y que tenemos que llegar cuanto antes a Oesia, tanto
para despistarlos como para que pueda presentar mi desafío antes que oscurezca.
Como respuesta, Rego lanzó un suspiro de puro cansancio.
— Animo, compañero. Ya queda poco. Creo —añadió el enmascarado,
dubitativo, tras unos segundos de pausa—.
Es decir, por muy anticuados que estuviesen los mapas que he consultado la
ciudad no puede haberse movido, ¿verdad?
Rego repitió su suspiro, más largo esta vez. Algo le decía que este viaje
se iba a hacer muy largo.
Así que fue toda una sorpresa –tanto para él como para Bant, aunque con
el misterioso heredero de Nagareth nunca se podía estar del todo seguro con es
máscara que le tapaba el rostro-, cuando tras poco más de media hora y subir
una colina la capital del sur apareció ante sus ojos.
Atravesada por el río Guadamín, la metrópolis se extendía como un enorme
manto blanco sobre la seca tierra bañada por el Sol, cubriendo el horizonte
hasta donde abarcaba la vista. Nero sabía que su impresionante tamaño se debía
a la prohibición que impedía edificios de mayor altura que las mansiones de los
nobles, por lo que la mayoría de las edificaciones eran casas familiares,
pequeñas y de baja altura, obligando a sus residentes a expandirse cada vez más
hacía las afueras a un ritmo cada vez mayor. Además, no eran pocos los huertos,
piscinas y parques que se divisaban en la ciudad, ocupando aún más espacio y
pintando la ciudad de un mosaico de vivos colores que destacaban entre el
blanco general.
— Aquí estamos, Oesia —anunció Bant.
— El hogar del heredero del sur, Marcus, bendito con ser el rey de las
fiestas y con aguantar cualquier licor —dijo Rego—. La ciudad más grande de los
siete ducados y una de las más pobladas.
— Aquí es donde presentaré mi primer desafío. Aquí empieza todo.
Tras decir estas palabras Bant se quedó inmóvil encima de su caballo, petrificado
como un espantapájaros en un día sin viento. ¿A dónde había ido a parar toda
esa prisa por llegar a la ciudad, toda esa urgencia? Puede que ahora, con su
primer objetivo tan cerca, se estuviese planteando en serio la locura que se
había propuesto conseguir. Puede que al misterioso enmascarado de Nagareth, con
una bendición que sólo él conocía, le hubiese entrado miedo a la hora de la
verdad.
— Hace unos cuantos años Marcus
vino a Aquaviva para celebrar un acuerdo comercial que establecimos entre los
dos ducados — dijo Rego—. Por aquél entonces no le preste mucha atención porque
le estaba tirando los tejos a una bailarina con unas piernas increíbles, pero
recuerdo que era un tipo simpático y grande como un toro, con un vozarrón que resonaba
en una sala llena de gente y con un apetito que dejaba en ridículo a una manada
de lobos tras un duro invierno. Aun sin contar con su bendición, yo diría que
no tienes ninguna oportunidad.
— Sería un fastidio regresar a Aquaviva justo ahora que he conseguido
escapar de mis padres, pero, ¿estás seguro de querer desafiarlo? A mí me parece
que vas a hacer el ridículo.
El heredero de Nagareth giró su
enmascarado rostro hacia Rego, sus lentes oscuras mirando fijamente a los ojos.
— Voy a ganar este desafío, Rego. Y tú serás testigo de ello –dijo al
tiempo que azuzaba a su caballo para reanudar la marcha, colina abajo hacia
Oesia.
— ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Gracias a tu bendición?
El enmascarado no respondió, y de hecho Rego no esperaba que lo hiciera.
Formaba parte de sus misterios, y era junto con ver las tierras de los siete
ducados lo que hacía que este viaje valiese la pena, a pesar del calor, el
dolor en el culo y todo el polvo del camino.
Sonriendo para sí, el heredero de Aquaviva siguió a su compañero hacia el
primero de los desafíos.
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