lunes, 26 de mayo de 2014

Capítulo 3 (Parte 2) - Amanece en el sur

Bant alzó una mano, como si fuese a decir algo, pero en el último momento debió cambiar de idea y la bajó. Rego no podía verle la cara a través de la máscara, pero seguro que no estaba sonriendo encantado.


— Mis padres han enviado guardias a buscarme, y de un momento a otro...
Guardó silencio e hizo una mueca de espanto al escucharse los pasos de dos personas subiendo por la escalera. ¿Tan rápido? ¡No habían tenido tiempo de buscar ninguna salida! Durante un instante se quedó congelado, sin saber qué hacer, pero el sonido de otra pisada le sacó de su parálisis. Desde luego, lo que no podían hacer era quedarse quietos y ponérselo en bandeja a los guardias. Intentó abrir la puerta de la habitación donde había dormido Bant para esconderse, pero el pomo no giraba.
— ¿Por qué no se abre? -preguntó desesperado.
— No se puede abrir —respondió Bant, que corría por el pasillo alejándose de las escaleras. Extrañamente, la hija del posadero le acompañaba—. Debiste romperla cuando la golpeaste.
    ¡Mierda!
Salió corriendo detrás del enmascarado esperando que tuviese algún plan, y soltó una exclamación de sorpresa cuando éste entro en una habitación con la puerta abierta: la suya propia. No sabía si era muy buena idea esconderse precisamente ahí -seguro que el posadero les había dicho a los guardias en qué habitación había dormido el “criminal peligroso”-, pero tampoco es que tuviesen más alternativas. Apretó los dientes, resignado, y siguió los pasos del enmascarado. Medio latido de corazón después de que entrase, Bant cerró la puerta.
Los dos herederos y la hija del posadero se quedaron quietos, en un silencio tan absoluto que casi parecía que ni respiraban. Rego tragó saliva, esperando escuchar en cualquier momento un golpe sobre la puerta, un grito; en resumen, una señal de que todo había acabado. Sin embargo, conforme pasaban los segundos y nada sucedía su nerviosismo fue disminuyendo. Pero no pudo evitar preguntarse, ¿qué demonios estaban haciendo los guardias?
Bant debía estar pensando lo mismo, ya que abrió un poco la puerta -unos escasos centímetros- para poder mirar qué sucedía. Enseguida la volvió a cerrar y se giró, dando la espalda a la puerta.
— Están comprobando todas las habitaciones —dijo en voz baja.
Rego lanzó un suspiro de alivio. Al final había resultado ser una decisión acertada esconderse en esta habitación; era la última del pasillo y por la tanto sería la última que comprobarían. Más tiempo que tenían para pensar algún plan de escapada.
Echó un rápido vistazo a la habitación por si veía algo que pudiese resultar de utilidad. Una vieja silla de madera y una pequeña cómoda. Las ventanas, aún abiertas de par en par y que daban a la calle, pero a demasiado altura como para bajar por ellas sin romperse una pierna. La cama, con las sábanas tiradas por el suelo, y la hija del posadero sentada encima...
— Un momento, ¿qué estás haciendo tú aquí?
— ¿Yo? Pues esconderme de esos guardias, claro.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Bueno, ¿esos guardias deben ser peligrosos, no? —preguntó a la defensiva—. Tipos rudos y amenazadores, buscando una excusa para desatar su lado más salvaje y castigar a una pobre chica inocente que se ha visto metida en este follón por casualidad.
— ¿Cómo? —Alzó una ceja, impresionado ante la superlativa imaginación de la joven—. No te harán nada. Es más —añadió con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora—, seguramente te recompensarían y todo si les dijeses dónde estoy.
La joven parpadeó un par de veces, pensó en esas palabras y luego sonrió con malicia, provocando que Rego se diese cuenta entonces de su error. Dio un rápido paso hacia adelante y extendió el brazo, justo a tiempo de taparle la boca cuando estaba a punto de gritar.
    ¡Ni se te ocurra! Quédate calladita y todo… ¡Ay!
Apartó la mano -en la cual ahora eran visibles las marcas de unos dientes- haciendo gestos de dolor, pero por suerte Bant tomó el relevo y la inmovilizó de espaldas contra la pared, la punta de un cuchillo que parecía haber salido de la nada contra el cuello de la joven y su brazo retorcido dolorosamente.
— Escúchame, chica —le ordenó Bant con un tono cargado de autoridad, propio de quienes están acostumbrados a mandar y a ser obedecidos. Un tono tan parecido al de su padre cuando daba órdenes que a Rego que se le pusieron los pelos de punta—. Te dejaré hablar, pero será mejor por tu propio bien que no nos delates, ¿entiendes? —La joven asintió con la cabeza, sus ojos llorosos por el miedo.  Rego se compadeció de ella, aunque sólo un poco, que el mordisco que le había soltado en la mano aún le dolía horrores. — ¿Cómo te llamas?
— Sansha, señor —respondió ésta con un hilo de voz.
— Muy bien, Sansha. Si haces lo que te digo te doy mi palabra que no te pasará nada. No sólo eso, si no que además podrás ganar un poco de oro. ¿Te interesa? —La joven asintió, con una chispa de interés brillando en su mirada. Rego no dijo nada, esperando a ver a dónde quería ir a parar Bant—. Muy bien.
Se oyó un estruendo afuera: los guardias debían de haber tirado abajo la puerta atrancada. Miró alarmado a Bant, haciéndole gestos con las manos para que, fuese lo que fuese que estuviese intentando hacer, se diese prisa.
— Todo lo que tienes que hacer —continuo Bant enseñándole una reluciente monedad dorada que había sustituido al cuchillo que blandía apenas unos segundos antes—, es ponerte a dar saltos sobre la cama. Con energía pero sin pasarte, no sea que la rompas. Y además quiero que gimas y sueltes gritos de placer, como si te estuvieses acostando con un hombre y nunca te lo hubieses pasado mejor, ¿entiendes?
Rego abrió los ojos como platos al escuchar estas palabras. ¿Qué demonios pretendía el heredero de Nagareth, montar un espectáculo? La hija del posadero también parecía confundida, aunque sus ojos no dejaban de seguir la moneda de oro como una polilla atraída por la llama de una vela. Seguro que una chica imaginativa como ella podía hacer muchas cosas con tanto dinero.
— Buena chica—. El enmascarado le entregó la moneda, que la joven examinó con aire crítico antes de guardársela en el escote. ¡Vamos, vamos! —dijo, apremiándola al oír como los guardias golpeaban la puerta de la habitación de al lado.
La joven se puso enseguida manos a la obra, con muchas ganas por lo que parecía. Rego no se consideraba para nada un mojigato, pero ante tamaño escándalo no pudo evitar ruborizarse. Sansha se estaba ganando la moneda de oro.
Y entonces, entre tanto gemido y grito de placer fingido, se le ocurrió qué pretendía Bant con todo esto. Conocía a los guardias que le buscaban, y aunque eran muy competentes y profesionales jamás se les pasaría por la cabeza interrumpir a sus señores cuando estaban, por así decirlo, entretenidos dándole a la varita.  Ningún siervo lo haría si quería mantener el trabajo.
— Bien pensado –le dijo a Bant—. ¿Pero qué hacemos ahora? Los guardias siguen estando en el pasillo y nos verán si bajamos por las escaleras.
El heredero de Nagareth abrió la ventana de par en par, y le enseñó una cuerda de aspecto muy resistente que guardaba en su mochila.
— No bajaremos por las escaleras.
A Rego se le escapó un silbido de admiración, que por suerte no escucharon los guardias con tantos gritos y gemidos que soltaba Sansha. Tenía que reconocerle al enmascarado que era bueno pensando rápido.
Lugares nuevos, emociones y una huida que involucraba a una mujer fingiendo que tenía sexo. No estaba mal para empezar la aventura.
Esto promete.

Cinco minutos más tarde cabalgaban alejándose del pueblo. Nadie les aseguraba que no había más guardias en su búsqueda, o que los que habían dejado atrás en la posada no les perseguirían, pero de momento todo iba sobre ruedas. Hasta que Bant se acercó con su caballo y le preguntó:
— Hay algo que no entiendo, ¿por qué no me dijiste desde un principio que te habías escapado del palacio? Hubiese tomado más precauciones de haberlo sabido.
— Bueno, es que... — Rego calló, pensando qué podría decir. Podía darle largas, o engañarle, pero creía que después de lo sucedido en la posada Bant se merecía saber la verdad. Por dolorosa, triste y patética que fuese.
— Me daba vergüenza —confesó al fin con la cabeza baja.
    ¿Cómo?
— Me… me daba vergüenza que supieses que mis padres no me dejaban marchar.
Apretó los dientes, aguardando con resignación las burlas que sin duda vendrían a continuación. “Niño de mamá”, “mimado”, “bebé”... O quizás no se burlase, sino que le soltaría un sermón sobre la madurez y la responsabilidad. Si, el enmascarado tenía toda la pinta de ser de los que sueltan discursos. ¿Qué es lo que le diría? ¿Burla o sermón? Esperó, expectante, pero al no oír nada se volvió en dirección a Bant y lo vio con una mano en la máscara, temblando levemente y soltando unos extraños ruidos. Tardó unos segundos en darse cuenta qué estaba haciendo.

El heredero de Nagareth estaba riendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario