Lentamente,
con desgana, Rego abrió los ojos. Entre que aún estaba medio dormido y que la
habitación estaba casi completamente a oscuras, tardo unos segundos en darse
cuenta de que no se encontraba en su habitación del palacio de Aquaviva, sino
en un pequeño cuarto, con vigas de madera que cruzaban el techo de pared a
pared y una vieja cama que crujía con cada uno de sus movimientos. Y aún tardó
unos segundos más, mientras sus pensamientos se reagrupaban y se ponían en
orden, en recordar que estaba en las regiones del sur en una loca aventura con
el heredero de Nagareth. Pero cuando finalmente lo hizo se despertó de golpe.
Se
puso en pie de un salto y con pasos rápidos y ligeros llegó hasta la ventana de
su habitación, cubierta por unas espesas cortinas de tela blanca que tapaban
los rayos del Sol pero que dejaban pasar el aire fresco de las primeras horas
de la mañana. Se tapó los ojos con una mano para no cegarse con el súbito
resplandor y entonces descorrió las cortinas de golpe, dejando entrar una
cascada de luz a la pequeña habitación. Parpadeó un par de veces y, cuando sus
ojos se habituaron, se asomó por la ventana con una sonrisa de oreja a oreja.
Hasta
donde la vista alcanzaba, el horizonte estaba cubierto de viñedos. Cientos,
millares de viñedos que crecían en los campos y que producían algunos de los
mejores vinos del mundo; exquisitos, dulces, fuertes, suaves… Todos ellos
distintos pero todos de una calidad excelente que el heredero de Aquaviva podía
garantizar personalmente, pues los había probado durante abundantes noches de
fiesta de su ducado.
Pero
nunca hasta ahora había podido ver los campos donde los cultivaban. Nunca se
había imaginado un paisaje como éste, con la tierra cobriza y agreste cubierta
por hileras e hileras de un vivo esmeralda.
Cogió
una larga bocanada de aire, casi saboreándolo. Aquí el aire no olía a mar y a
pescado como en su ciudad natal, sino que era mucho más seco y cálido. Era, a
falta de una palabra mejor para definirlo, diferente. Y le encantaba.
Poco
a poco fue bajando la vista, observando como los campos de viñedos daban paso a
las casas bajas y de color blanco propias de las regiones del sur, construidas
así para combatir el asfixiante calor. A estas horas tan tempranas había poca
gente en el pueblo: un campesino madrugador que caminaba por las anchas calles,
el panadero, un par de soldados que hablaban con éste último... Rego alzó una
ceja, intrigado; juraría que conocía a esos hombres de algo. Sin embargo sus
uniformes eran del ejército de las regiones del sur, y él no tenía a ningún
conocido entre sus filas. Entonces uno de los soldados giró el rostro en su
dirección y Rego soltó un respingo al reconocerlo: era uno de los guardias
personales de su padre.
Con
el corazón a cien por hora se escondió agachándose debajo de la ventana, no
fuese que por un capricho del destino los guardias levantasen la vista y le
viesen. ¿Qué estaban haciendo aquí, lejos de Aquaviva? ¿Estarían buscándole?
Eso era lo más posible, aunque ojala se equivocase. Rezo en silencio a los
dioses para que estuviesen en alguna misión que no tuviese nada que ver con su
persona.
Cuando
se calmó un poco se asomó discretamente por la ventana, observando cómo se
detenían a hablar ante otro campesino. Rego se mordió los labios mientras los
veía intercambiando frases, aparentemente cordiales, hasta que el campesino
señaló en dirección a la posada donde tanto él como el heredero de Nagareth
estaban hospedados.
—
Mierda, mierda —dijo en voz baja.
Se
apartó con precaución de la ventana y empezó a vestirse a toda prisa, como alma
perseguida por el diablo. Recogió el saco donde llevaba sus pertenencias,
sujetándolo con los dientes, y salió de la habitación dando saltitos a pata
coja mientras se ponía los zapatos. Con muchas dificultades y tras estar a
punto de caerse un par de veces consiguió llegar hasta la habitación donde
dormía su compañero de viaje.
—
¡Vamos, vamos, despierta! —gritó mientras golpeaba la puerta con el puño—. ¡Levántate, eh… —¿cómo le había dicho
que se llamaba? Era un nombre raro y que tenía todas las pintas de ser falso…
¡Ah, sí, ya lo recordaba! —. ¡Levanta, Bant! ¡Vamos, dormilón!Tenemos
problemas.
No
escuchó ninguna respuesta, así que como cada vez tenían menos tiempo decidió
llevar a cabo una acción drástica -y que siempre había querido hacer-:
retrocedió un poco, se preparó, y embistió la puerta con todas sus fuerzas para
echarla abajo.
Consiguió
dos cosas: hacerse daño en el hombro y armar tanto escándalo que llamó la
atención de la hija del posadero, que desde el piso de abajo le preguntó a
gritos qué pasaba. La puerta, por su parte, apenas se tambaleó un poco, como
riéndose de sus esfuerzos.
—Au
—se quejó el heredero llevándose la mano a su dolorido hombro—. En las
historias de héroes esto parece
muchísimo más fácil.
Alzó
el puño para golpear de nuevo la puerta cuando finalmente ésta se abrió,
mostrando a Bant con las ropas de minero que llevaba siempre. Si no había
dormido con la ropa puesta -cosa que Rego no descartaba del todo dado. Tras
varios días viajando juntos aún no le había visto sin ella-, tenía que haberse
levantado hace un rato, porque en caso contrario no hubiese tenido tiempo de
ponerse la máscara y todo lo demás. Así qué, ¿por qué no le había dicho nada?
Le hubiese ahorrado unas cuantas preocupaciones y un golpe en el hombro.
—
¿Qué sucede, Rego? —le preguntó el enmascarado.
—
Tenemos que marcharnos. Recoge tus cosas, ¡rápido!
—
¿Qué? ¿Por qué...?
— ¡No
hay tiempo de dar explicaciones! ¡Vamos, vamos!
Sin
esperar al enmascarado, salió corriendo por el pasillo en dirección a las escaleras
que daban a la primera planta. Por el camino se topó con la hija del posadero,
una joven de rostro regordete que le fulminó con la mirada mientras le
preguntaba que qué demonios había sido ese ruido.
—
Señorita, no tengo ni la más remota idea de qué está hablando —respondió, con
la barbilla alzada y la espalda tan recta como la del más estirado de los
nobles.
Con
esta excusa y un ágil regate la dejó atrás, con cara de pasmada. Llegó a las
escaleras y estaba bajándolas de dos en dos cuando la puerta de la posada se
abrió y entraron los guardias. Rápidamente se pegó a la pared, quedándose
escondido por un giro que hacía la escalera. Con el corazón a cien por hora,
rezó en silencio a todos los dioses que conocía porque no le hubiesen visto
mientras bajaba a toda prisa las escaleras.
—
¡Posadero! ¡Posadero!
—
Ya voy, ya voy, señores. ¿En qué puedo ayudarles?
Rego
se llevó las manos a la boca para ahogar el suspiro de alivio que estuvo a
punto de soltar. No le habían visto, estaba a salvo. Al menos de momento.
Discretamente, se asomó para ver qué estaban haciendo.
—
Estamos buscando a un hombre —dijo uno de los guardias. Hablaba con el acento
de los sureños, y su actitud era segura y autoritaria. Nadie hubiese dicho que
no era un soldado de las regiones del sur—. Un criminal peligroso que creemos
ha pasado la noche en tu posada.
El
posadero soltó un grito de espanto.
—
Éste es su aspecto—. Hizo un gesto a su compañero, que mostró un pergamino con
el rostro de Rego dibujado con gran realismo—. ¿Le has visto?
No
necesitaba escuchar nada más. Subió por la escalera sigilosamente, caminando de
puntillas y con mucho cuidado para no hacer ruido. ¿Qué podía hacer? El
posadero les confirmaría a los guardias qué había dormido en la posada y que no
se había marchado, y a partir de entonces sólo era cuestión de tiempo –un
tiempo muy corto- que le encontrasen y lo llevasen de vuelta a Aquaviva. Se
mordió los labios, frustrado; si le atrapaban no sólo se acabaría su aventura
antes de empezar sino que tendría que aguantar
la reprimenda de su madre... No sabía que era peor.
Cuando
llegó al piso de arriba Bant estaba fuera de su habitación, discutiendo con la
hija del posadero. El enmascarado le había hecho caso y llevaba colgando del
hombro la mochila donde guardaba sus pertenencias.
—
¿Qué estás haciendo aquí parado? —dijo abalanzándose sobre él. La hija del
posadero abrió la boca para hablar, pero Rego la silenció colocando un dedo
sobre sus labios—. Más tarde, guapa, ahora tenemos prisa—. La chica abrió los
ojos como platos, pero el heredero la ignoró mientras recorría con la mirada el
techo del pasillo—. Están en la planta baja —continuó dirigiéndose a Bant—, así
que tendremos que encontrar algún otro modo de salir de aquí. Busca a ver si
hay una buhardilla, un pasadizo secreto o algo por el estilo. No podemos dejar
que nos atrapen.
—
¿Quieres hacer el favor de decirme qué demonios está pasando?
— ¿Es
necesario? Tenemos muy poco tiempo.
El
enmascarado se cruzó de brazos.
—
Explícate deprisa.
—
Está bien —dijo Rego soltando un suspiro. Por la actitud de Bant parecía que no
pensaba moverse hasta que se lo explicase, así que más le valía ser rápido. Se
pasó la mano por el pelo pensando cómo podría soltar la bomba—. ¿Recuerdas que
te dije que había hablado con mis padres, y qué había conseguido, con gran
astucia y diplomacia, convencerlos de que me dejasen marchar de viaje contigo?
—Sí,
claro que lo recuerdo.
—
Pues era mentira —dijo Rego encogiéndose de hombros y poniendo ojos de cordero
degollado—. Cómo sabía que ni locos me dejarían marchar, me escapé.
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