lunes, 19 de mayo de 2014

Capítulo 3 (Parte 1) - Amanece en el sur

Lentamente, con desgana, Rego abrió los ojos. Entre que aún estaba medio dormido y que la habitación estaba casi completamente a oscuras, tardo unos segundos en darse cuenta de que no se encontraba en su habitación del palacio de Aquaviva, sino en un pequeño cuarto, con vigas de madera que cruzaban el techo de pared a pared y una vieja cama que crujía con cada uno de sus movimientos. Y aún tardó unos segundos más, mientras sus pensamientos se reagrupaban y se ponían en orden, en recordar que estaba en las regiones del sur en una loca aventura con el heredero de Nagareth. Pero cuando finalmente lo hizo se despertó de golpe.


Se puso en pie de un salto y con pasos rápidos y ligeros llegó hasta la ventana de su habitación, cubierta por unas espesas cortinas de tela blanca que tapaban los rayos del Sol pero que dejaban pasar el aire fresco de las primeras horas de la mañana. Se tapó los ojos con una mano para no cegarse con el súbito resplandor y entonces descorrió las cortinas de golpe, dejando entrar una cascada de luz a la pequeña habitación. Parpadeó un par de veces y, cuando sus ojos se habituaron, se asomó por la ventana con una sonrisa de oreja a oreja.
Hasta donde la vista alcanzaba, el horizonte estaba cubierto de viñedos. Cientos, millares de viñedos que crecían en los campos y que producían algunos de los mejores vinos del mundo; exquisitos, dulces, fuertes, suaves… Todos ellos distintos pero todos de una calidad excelente que el heredero de Aquaviva podía garantizar personalmente, pues los había probado durante abundantes noches de fiesta de su ducado.
Pero nunca hasta ahora había podido ver los campos donde los cultivaban. Nunca se había imaginado un paisaje como éste, con la tierra cobriza y agreste cubierta por hileras e hileras de un vivo esmeralda.
Cogió una larga bocanada de aire, casi saboreándolo. Aquí el aire no olía a mar y a pescado como en su ciudad natal, sino que era mucho más seco y cálido. Era, a falta de una palabra mejor para definirlo, diferente. Y le encantaba.
Poco a poco fue bajando la vista, observando como los campos de viñedos daban paso a las casas bajas y de color blanco propias de las regiones del sur, construidas así para combatir el asfixiante calor. A estas horas tan tempranas había poca gente en el pueblo: un campesino madrugador que caminaba por las anchas calles, el panadero, un par de soldados que hablaban con éste último... Rego alzó una ceja, intrigado; juraría que conocía a esos hombres de algo. Sin embargo sus uniformes eran del ejército de las regiones del sur, y él no tenía a ningún conocido entre sus filas. Entonces uno de los soldados giró el rostro en su dirección y Rego soltó un respingo al reconocerlo: era uno de los guardias personales de su padre.
Con el corazón a cien por hora se escondió agachándose debajo de la ventana, no fuese que por un capricho del destino los guardias levantasen la vista y le viesen. ¿Qué estaban haciendo aquí, lejos de Aquaviva? ¿Estarían buscándole? Eso era lo más posible, aunque ojala se equivocase. Rezo en silencio a los dioses para que estuviesen en alguna misión que no tuviese nada que ver con su persona.
Cuando se calmó un poco se asomó discretamente por la ventana, observando cómo se detenían a hablar ante otro campesino. Rego se mordió los labios mientras los veía intercambiando frases, aparentemente cordiales, hasta que el campesino señaló en dirección a la posada donde tanto él como el heredero de Nagareth estaban hospedados.
— Mierda, mierda —dijo en voz baja.
Se apartó con precaución de la ventana y empezó a vestirse a toda prisa, como alma perseguida por el diablo. Recogió el saco donde llevaba sus pertenencias, sujetándolo con los dientes, y salió de la habitación dando saltitos a pata coja mientras se ponía los zapatos. Con muchas dificultades y tras estar a punto de caerse un par de veces consiguió llegar hasta la habitación donde dormía su compañero de viaje.
— ¡Vamos, vamos, despierta! —gritó mientras golpeaba la puerta con el  puño—. ¡Levántate, eh… —¿cómo le había dicho que se llamaba? Era un nombre raro y que tenía todas las pintas de ser falso… ¡Ah, sí, ya lo recordaba! —. ¡Levanta, Bant! ¡Vamos, dormilón!Tenemos problemas.
No escuchó ninguna respuesta, así que como cada vez tenían menos tiempo decidió llevar a cabo una acción drástica -y que siempre había querido hacer-: retrocedió un poco, se preparó, y embistió la puerta con todas sus fuerzas para echarla abajo.
Consiguió dos cosas: hacerse daño en el hombro y armar tanto escándalo que llamó la atención de la hija del posadero, que desde el piso de abajo le preguntó a gritos qué pasaba. La puerta, por su parte, apenas se tambaleó un poco, como riéndose de sus esfuerzos.
—Au —se quejó el heredero llevándose la mano a su dolorido hombro—. En las historias de héroes esto  parece muchísimo más fácil.
Alzó el puño para golpear de nuevo la puerta cuando finalmente ésta se abrió, mostrando a Bant con las ropas de minero que llevaba siempre. Si no había dormido con la ropa puesta -cosa que Rego no descartaba del todo dado. Tras varios días viajando juntos aún no le había visto sin ella-, tenía que haberse levantado hace un rato, porque en caso contrario no hubiese tenido tiempo de ponerse la máscara y todo lo demás. Así qué, ¿por qué no le había dicho nada? Le hubiese ahorrado unas cuantas preocupaciones y un golpe en el hombro.
— ¿Qué sucede, Rego? —le preguntó el enmascarado.
— Tenemos que marcharnos. Recoge tus cosas, ¡rápido!
— ¿Qué? ¿Por qué...?
    ¡No hay tiempo de dar explicaciones! ¡Vamos, vamos!
Sin esperar al enmascarado, salió corriendo por el pasillo en dirección a las escaleras que daban a la primera planta. Por el camino se topó con la hija del posadero, una joven de rostro regordete que le fulminó con la mirada mientras le preguntaba que qué demonios había sido ese ruido.
— Señorita, no tengo ni la más remota idea de qué está hablando —respondió, con la barbilla alzada y la espalda tan recta como la del más estirado de los nobles.
Con esta excusa y un ágil regate la dejó atrás, con cara de pasmada. Llegó a las escaleras y estaba bajándolas de dos en dos cuando la puerta de la posada se abrió y entraron los guardias. Rápidamente se pegó a la pared, quedándose escondido por un giro que hacía la escalera. Con el corazón a cien por hora, rezó en silencio a todos los dioses que conocía porque no le hubiesen visto mientras bajaba a toda prisa las escaleras.
—  ¡Posadero! ¡Posadero!
— Ya voy, ya voy, señores. ¿En qué puedo ayudarles?
Rego se llevó las manos a la boca para ahogar el suspiro de alivio que estuvo a punto de soltar. No le habían visto, estaba a salvo. Al menos de momento. Discretamente, se asomó para ver qué estaban haciendo.
— Estamos buscando a un hombre —dijo uno de los guardias. Hablaba con el acento de los sureños, y su actitud era segura y autoritaria. Nadie hubiese dicho que no era un soldado de las regiones del sur—. Un criminal peligroso que creemos ha pasado la noche en tu posada.
El posadero soltó un grito de espanto.
— Éste es su aspecto—. Hizo un gesto a su compañero, que mostró un pergamino con el rostro de Rego dibujado con gran realismo—. ¿Le has visto?
No necesitaba escuchar nada más. Subió por la escalera sigilosamente, caminando de puntillas y con mucho cuidado para no hacer ruido. ¿Qué podía hacer? El posadero les confirmaría a los guardias qué había dormido en la posada y que no se había marchado, y a partir de entonces sólo era cuestión de tiempo –un tiempo muy corto- que le encontrasen y lo llevasen de vuelta a Aquaviva. Se mordió los labios, frustrado; si le atrapaban no sólo se acabaría su aventura antes de empezar sino que tendría que aguantar  la reprimenda de su madre... No sabía que era peor.
Cuando llegó al piso de arriba Bant estaba fuera de su habitación, discutiendo con la hija del posadero. El enmascarado le había hecho caso y llevaba colgando del hombro la mochila donde guardaba sus pertenencias.
— ¿Qué estás haciendo aquí parado? —dijo abalanzándose sobre él. La hija del posadero abrió la boca para hablar, pero Rego la silenció colocando un dedo sobre sus labios—. Más tarde, guapa, ahora tenemos prisa—. La chica abrió los ojos como platos, pero el heredero la ignoró mientras recorría con la mirada el techo del pasillo—. Están en la planta baja —continuó dirigiéndose a Bant—, así que tendremos que encontrar algún otro modo de salir de aquí. Busca a ver si hay una buhardilla, un pasadizo secreto o algo por el estilo. No podemos dejar que nos atrapen.
— ¿Quieres hacer el favor de decirme qué demonios está pasando?
    ¿Es necesario? Tenemos muy poco tiempo.
El enmascarado se cruzó de brazos.
— Explícate deprisa.
— Está bien —dijo Rego soltando un suspiro. Por la actitud de Bant parecía que no pensaba moverse hasta que se lo explicase, así que más le valía ser rápido. Se pasó la mano por el pelo pensando cómo podría soltar la bomba—. ¿Recuerdas que te dije que había hablado con mis padres, y qué había conseguido, con gran astucia y diplomacia, convencerlos de que me dejasen marchar de viaje contigo?
—Sí, claro que lo recuerdo.

— Pues era mentira —dijo Rego encogiéndose de hombros y poniendo ojos de cordero degollado—. Cómo sabía que ni locos me dejarían marchar, me escapé.

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