viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo 1 (Parte 3) - Una vida feliz

La noche nunca era silenciosa en la taberna La Rana Cantante. Unos músicos de las regiones del sur tocaban en una esquina, vestidos con unos ropajes frescos y livianos que mostraban mucho más de lo que ocultaban. La clientela hablaba en una docena de lenguas distintas que sonaban cada una más extraña que la anterior, pero las camareras siempre se las apañaban para atenderles y llenar las jarras de cerveza y las copas de vino o aguamiel. Era una noche de primavera en Aquaviva, y tanto los marineros tatuados de los mares del Este como los estibadores del puerto querían pasar un buen rato y refrescar el gaznate.


Rego, no obstante, no estaba para fiestas. Las palabras del enmascarado heredero de Nagareth se repetían en su cabeza una y otra vez, como un puzle imposible de resolver. ¿Estaría mintiendo?, se preguntó a sí mismo por enésima vez. ¿Por qué iba a querer yo deshacerme de mi bendición?
Tan perdido estaba en sus pensamientos que no pudo disfrutar con la cena de cumpleaños de Missa. Apenas dio un par de bocados a la comida y no participó en la conversación, llegando al extremo de sólo mostrar una leve sonrisa por obligación cuando sus amigos reían a mandíbula abierta de algún chiste o comentario gracioso. Incluso, llegado el momento de dejar solo a Narses con Missa para que su amigo pudiera pedirle la mano, se quedó quieto como un pasmarote y tuvo que ser Ahrlen quien le recordará de un codazo en el costado que “tenían que salir un momento a tomar el aire”.
— ¿Qué te pasa, Rego? —le preguntó el hombretón una vez salieron fuera de la posada—. Llevas un buen rato en las nubes. ¿Te arrepientes de no haber aprovechado la oportunidad con Missa?
— No, la verdad es que no —respondió Rego un tanto sorprendido ante la pregunta. Hace bastante tiempo Missa parecía estar interesada en él, pero Rego se hizo el despistado y al final acabó con Narses. Sin embargo, eso era historia pasada y el heredero jamás se había arrepentido de su decisión. No porque Missa no fuese una mujer única, con su mágico cabello rojo como el fuego ardiente y su peculiar carácter, a veces despreocupado y alegre como el de una niña pequeña y otras cínico y severo como el de un anciano que ha vivido demasiado. No, no era por nada de eso, sino porque tenía un defecto insuperable a ojos del heredero de Aquaviva: era plana como una tabla.
— Eso pasó hace mucho tiempo, seguro que Missa ya ni se acuerda —dijo Rego mientras se encogía de hombros, quitándole importancia—. Lo que pasa es que últimamente estoy muy ocupado con cosas del ducado. Asuntos de herederos y demás.
— Ah, ya —respondió secamente Ahrlen.
No dijo nada más, y Rego prefirió no dar más explicaciones. Dentro de la posada el sonido de las voces y la música era ensordecedor, pero aquí fuera, en la calle, se podía disfrutar de un agradable silencio. La brisa que venía desde el puerto traía consigo el aroma salado y húmedo del mar, un olor que para Rego era tan familiar como el respirar. Cerró los ojos y se dejó abrazar por el ambiente que le rodeaba, y durante unos instantes, unos mágicos instantes, no pensó en las preocupaciones del ducado, ni en el futuro de su amigo, ni tan siquiera en el misterioso enmascarado y sus propósitos. ¿Cómo debe ser?, pensó. ¿Cómo debe ser el resto del mundo? ¿Qué otros aromas, otras maravillas y sensaciones tan normales y cotidianas para la gente que vive junto a ellos como lo es para mí la brisa del mar me estoy perdiendo?
— Me marcho, Rego —anunció de repente Ahrlen, acabando con el mágico momento—. He pasado unos buenos años aquí en Aquaviva aprendiendo de maestros de la espada de todo el mundo, divirtiéndome con vosotros y haciendo locuras, pero ya es suficiente. Narses seguirá el negocio de su padre y tú heredarás el ducado, ya va siendo hora de que yo me labre mi propio camino — dijo mientras apretaba con fuerza la empuñadura de su espada. —Sí. Tengo que demostrar mi honor y mi valía como soldado. Es mi deber.
—  Yo... —Rego se mordió el labio inferior, pensando en encontrar algo con lo que pudiese convencer a su amigo de se quedase—. ¿Estás seguro de lo que dices? Hay muchas oportunidades para un joven como tú en este ducado. Podrías tener una buena vida en Aquaviva.
— ¿Cómo, Rego? ¿Trabajando como guardia de un gordo mercader, ahorrando mi miserable sueldo para pedir la mano a una joven y formar una familia?—. Soltó un bufido despectivo y escupió al suelo—. No, gracias. Yo no quiero una buena vida, yo quiero una vida de honor, llena de batallas y gloria. Y no la conseguiré quedándome aquí.
Para la gente de La Tierra de las Espadas el honor lo es todo, por encima de la amistad, el amor o cualquier otra consideración. Rego lo sabía, de la misma manera que había sabido desde el primer día que hablo con Arhlen que algún día éste acabaría su aprendizaje y se marcharía. Por eso no discutió más con su amigo.
Pero el joven heredero descubría ahora que no es lo mismo saber que algo va a pasar en el futuro, qué que pase ahora. Y ese sentimiento no le gustaba nada.
De repente, captó un movimiento fugaz por el rabillo del ojo. Una figura salió a toda prisa de la posada, una mujer con el cabello rojo. Iluminada únicamente por las luces de la posada a su espalda, a Rego le pareció que por un instante miró en su dirección, con los ojos brillándose por las lágrimas, antes de salir corriendo calle abajo.
— No puede ser...
— ¿Qué pasa? — preguntó Ahrlen.
— Sígueme —respondió Rego antes de entrar de nuevo a la posada. Con el corazón latiendo a cien por hora por lo que sospechaba había sucedido, el heredero se abrió paso entre las mesas y la multitud a base de codazos y disculpas hasta llegar donde se encontraba Narses.
El joven mercader era la viva imagen de la desolación. Su sonrisa chulesca y su actitud confiada habían desaparecido, siendo reemplazadas por un rictus sombrío y amargo que espantaba tanto a los clientes que le rodeaban como a las camareras. Hundido en el asiento y con la mirada perdida, sostenía en una mano una botella de vino vacía, mientras que la otra colgaba a un lado, sin fuerzas. Estaba solo.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Rego a Narses, aunque la respuesta parecía evidente.
— Me ha dicho que no — se limitó a responder éste. Permaneció unos segundos en silencio con la mirada perdida en la botella de vino, aparentemente ajeno al mundo que le rodeaba—. No ha querido casarse conmigo. Se ha... se ha marchado. Me ha dejado —concluyó con una sombra de voz.
Regó y Ahrlen se cruzaron una mirada silenciosa pero cargada de significado. ¿Por qué le ha rechazado?, pensó Rego. Hubiese jurado que Missa le correspondería. Es decir, parecían estar hechos el uno para el otro y Narses era un buen partido.
Pero ahora no era momento de pensar eso. Tenía que animar a su amigo.
— Lo siento mucho —dijo Rego poniendo la mano sobre el hombro de Narses para darle su apoyo. —Sé que estas sufriendo mucho, pero tienes que ser fuerte y seguir adelante. La vida sigue. Te entiendo, yo…
    ¿Dices que me entiendes? ¿Qué sabes lo que estoy sufriendo?
Narses apartó el brazo de Rego en un súbito estallido de furia que sorprendió al heredero, tanto por lo inesperado como por la repentina fuerza que ahora mostraba su desgraciado amigo.
— ¡No me vengas con frases hechas, Rego! ¡Tú qué vas a entender! — exclamó Narses dando un fuerte puñetazo sobre la mesa que acabó de raíz con las conversaciones de las mesas vecinas—.  ¿Sabes lo que es sufrir por otra persona? ¿Sabes lo que es sentir que tu corazón está hecho pedazos y saber que por mucho tiempo que pase nunca podrá recuperarse del todo?
Rego iba a replicarle, enfurecido ante las duras palabras de su amigo, cuando se dio cuenta de que no podía hacerlo. Narses tenía razón. Aunque joven, había conocido el amor, pero no había sufrido por su perdida. Disfrutaba de la fama, pero nunca había sentido las envidias que la acompañan. Y así le había sucedido siempre, disfrutada de los placeres de la vida pero no de sus pesares. Era feliz, siempre lo había sido.
— Te conozco desde hace tiempo —continuó Narses, poniéndose de pie y acercándose tanto a Rego que éste pudo oler su aliento apestando a alcohol—. Y nunca te he visto sufrir. Nunca —repitió mientras apretaba con fuerza los dientes—. La hechicera te bendijo con la felicidad, así que no finjas que me entiendas, no intentes hacerme creer que conoces lo que es la tristeza, noble heredero. Porque el resto del mundo no somos tan afortunados como tú, no, la mayoría sólo podemos soñar con ser felices.
Le miró a los ojos y Rego retrocedió ante ellos. Envida, odio, celos, furia; todos esos sentimientos se veían reflejados con gran fuerza en la mirada de Narses. Pero hubo una emoción que le hizo apartar el rostro, una emoción que no pudo reconocer. ¿Sería tristeza, la tristeza que su amigo sentía y que él jamás podría conocer?
— Vete de aquí, Rego, por favor —dijo Narses dándole la espalda—. Vete.
Ahrlen hizo un amago de intervenir en su defensa, pero Rego le detuvo con un gesto de la mano.  Se quedó en silencio, quieto, observando la espalda de un abatido Narses que apenas parecía tener fuerzas para mantenerse de pie. Finalmente se dio la vuelta y se marchó.
No culpaba a su amigo por sus duras palabras, estaba claro que no era él quien hablaba sino el dolor y la pena que lo embargaban. Sin embargo, habían sido unas palabras inesperadas, en cierta manera incluso crueles. Pero también reveladoras.
No, Rego no se sentía mal por lo que había sucedido esta noche. En realidad, conforme caminaba por la calles de regresó a su palacio, una sonrisa emocionada fue apareciendo poco a poco en su rostro.

Ahora entendía lo que quería decir el heredero de Nagareth.

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