lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 1 (Parte 2) - Una vida feliz

Con los pies apoyados sobre una mesa repleta de papeles, una mano sobre la frente y los ojos cerrados, Rego permanecía a solas y a oscuras en su despacho -las cortinas corridas- sufriendo los efectos de la resaca y la falta de sueño. La fiesta con sus amigos la noche anterior se había alargado tanto que ya era de día cuando regresó a palacio, y ahora, de buena mañana y con mucho trabajo por delante, pagaba las consecuencias.


Se oyeron unos leves golpes en la puerta de la habitación que sonaron como martillazos para el resacoso heredero.
— ¿Quién es?
— Soy yo, señor —respondió una voz masculina en un tono servil y educado. Sin esperar a que lo invitasen su anciano secretario entró a la habitación, descorriendo las cortinas y abriendo las ventanas de par en par—. Tiene que realizar sus tareas, señor.
Rego soltó un quejido de protesta ante la luz –cruel, despiadada y sobre todo brillante luz- y la avalancha de sonidos que se abatieron sobre él.
— ¿Dolor de cabeza, señor? —preguntó preocupado el secretario—. ¿Quiere una infusión de hierbas? Conozco una de flor de cerdo, extracto de salamandra y estiércol molido que lo cura al instante.
— No, gracias. Sobreviviré —respondió Rego con un gruñido sacando los pies de la mesa. — No es la primera vez que vez que me levanto con resaca. Y desde luego no será la última —añadió resignado mientras se frotaba la sien con los dedos—. Bueno, ¿qué hay hoy en la agenda?
— Esta mañana tiene que recibir a varios nobles que han solicitado audiencia —dijo el secretario leyendo de una libreta—. Después tiene una reunión en el puerto con el jefe de astilleros. Debe felicitarle por la producción de los nuevos navíos, saludar a los trabajadores y marinos de la zona y hacerles saber lo mucho que el ducado aprecia su trabajo y dedicación diarios.
Rego suspiró resignado; ya estaba más que acostumbrado a esta clase de “obligaciones”. Aparecía por el lugar, sonreía, apretaba unas cuantas manos, decía cuatro chorradas y volvía a casa con la sensación de ser un esplendido muñeco decorativo. Todo muy útil. Al menos hoy se podía consolar sabiendo que esta noche se divertiría en el cumpleaños de Missa. Indicó con la mano a su secretario que continuase.
— Ha quedado a las cinco de la tarde para tomar un té con su madre, la duquesa, en el jardín del palacio. Debe ir bien vestido y preparado para la ocasión; otros nobles también estarán presentes.
— Ya, claro.
Otra reunión social. Rego quería a su madre, pero no había tardado mucho en temer  estas aparentemente inocentes reuniones entre madre e hijo que en realidad no eran más que una excusa para dar a conocer al heredero del ducado a todos los jóvenes nobles de alrededor... y especialmente a las jóvenes damas. Su madre no escondía sus planes de casarlo cuanto antes mejor, una idea a la que Rego se enfrentaba con la misma mentalidad con la que una liebre lo hacía contra un lobo: corría tanto como podía y sin mirar atrás.
Más tarde ya se inventaría alguna excusa para explicar su ausencia.
— ¿Eso es todo?
— Eso era todo lo previsto señor, pero ha surgido algo más —dijo el secretario con algo de inquietud—. El heredero de Nagareth ha solicitado una audiencia con vos.
— ¿Qué? ¿El heredero de Nagareth está aquí, en el palacio?
— Sí, señor. Y quiere hablar con usted.
¡El heredero de Nagareth! El último de los herederos y el más misterioso de todos ellos. Desde el día en que nació y recibió la bendición de la gran maga sólo la gente de Nagareth lo había visto, y ellos no soltaban ni prenda sobre él. Nadie fuera de su ducado conocía ni siquiera su aspecto, y mucho menos la bendición que la maga le dio en absoluto secreto. ¡Y aquí estaba, en su palacio! Y lo más increíble, había venido a hablar con él.
— Dile que pase.
— Pero señor, ahora tiene una reunión con Lord Essel.
— ¡Que le den a Lord Essel! —exclamó Rego. ¿Cómo podía compararse un viejo noble gruñón con el último de los herederos? —. Que espere un poco, que no le hará ningún daño.
— Está bien, señor —respondió el secretario haciendo una pequeña reverencia—. En seguida le aviso.
Rego se dispuso a ordenar a toda prisa el caos de papeles burocráticos que había sobre la mesa de su despacho, organizándolos en lo que esperaba fuesen unos montones de aspecto pulcro y ordenado. Puede que fuese un poco infantil, pero quería causar buena impresión a un visitante tan importante.
Una tos seca le avisó de que su secretario aún no se había marchado.
— ¿Algo más?
— Sólo una cosa, señor. El aspecto del heredero de Nagareth es… peculiar. Intentad no mostrar demasiada sorpresa.
— Ya, ya, no te preocupes —dijo Rego haciendo gestos con la mano para quitarle importancia—. Ahora hazme el favor de ir a buscarlo en vez de quedarte mirando como hago el ridículo intentando ordenar esto.
Por los dioses, qué cosas tenía su secretario. Como si fuese a quedarse mirando al heredero de Nagareth con la boca abierto como un paleto de pueblo, él, que a lo largo de su vida había visto viajeros de todos los rincones del mundo por las calles de su ciudad. Guerreros enormes y salvajes, cubiertos con la piel de las bestias que habían matado con sus propias manos. Marineros con la piel negra como la noche y de ojos claros como el mar al amanecer. Ricos mercaderes vestidos con esplendidas telas y con más oro en los dedos del que tenían muchos reinos.
Todo esto y mucho más había visto, así que no esperaba para nada que le sorprendiese el aspecto del heredero de Nagareth. ¿Cómo iba a ser más “peculiar”, como había dicho su secretario, que toda la gente extraña y maravillosa que había contemplado? Bobadas.
 Sin embargo, cuando finalmente tuvo al misterioso heredero ante sí, no pudo hacer menos que darle la razón.
Encapuchado, cubierto con unas amplias y oscuras ropas que ocultaban sus formas y portando la máscara de los mineros de su tierra, el heredero de Nagareth no tenía ni un solo centímetro de su piel al descubierto. Ni siquiera mostraba sus manos, protegidas tras unos resistentes guantes de grueso cuero.
¿Por qué demonios viste así?, pensó Rego. Incluso ahora, cuando por fin ha salido de su ducado, sigue sin mostrarse. ¿Qué es lo que quiere ocultar?
— Bienvenido a Aquaviva, la Puerta del Océano de los siete ducados —le saludó Rego, disimulando tan bien como pudo su sorpresa por su apariencia—.  ¿Qué puedo hacer por ti, heredero de Nagareth?
No era una pregunta de cortesía, realmente quería saber porque había venido a verle. Si el enmascarado quería tratar asuntos políticos o comerciales lo natural hubiese sido tratar con el duque y no con él, que sólo realizaba funciones diplomáticas de poca importancia y era conocido públicamente por su falta de responsabilidad.
— He venido a proponerte una aventura y un trato.
Rego levantó una ceja, sorprendido ante la extraña voz del enmascarado. La máscara que llevaba no sólo no dejaba ver su rostro sino que además distorsionaba su voz, haciéndola mucho más grave de lo que en realidad debía ser.
— Continúa —le pidió Rego lleno de curiosidad.
— La aventura es la siguiente: Me propongo desafiar al resto de los herederos, derrotarlos en su propio juego. Quiero que me acompañes en mis viajes por los ducados y seas mi testigo cuando les derrote.
— ¿Derrotarlos en su propio juego? No te entiendo.
— Les venceré en aquello que no pueden perder.
Rego se lo quedó observando durante unos instantes, sin tener ni la más remota idea de a qué se refería. Que él supiese los herederos podían perder en cualquier cosa, como cualquier hijo de vecino. De hecho, lo único especial que tenían y que los diferenciaba del resto de seres humanos eran sus bendiciones, las bendiciones que la maga les había dado a cada uno de ellos. Y éstas eran infalibles y jamás habían sido superadas.
Una exclamación de sorpresa salió de sus labios cuando se le ocurrió qué, quizás, era a esto precisamente a lo que el enmascarado se refería.
— Quieres decir… —empezó a preguntar, un tanto temeroso de decirlo en voz alta por no parecer un estúpido—, ¿vencer su bendición?
El enmascarado asintió, confirmando sus sospechas. Rego no pudo evitar estallar en carcajadas ante la locura de la idea.
— ¡Pero algo así es imposible! ¿Pretendes vencer con la espada a Grim? ¿O ser más rápido cabalgando que el señor de Jötum, que incluso deja atrás al viento con su caballo? Hazañas así son imposibles.
— Pero yo las haré.
Con tanta seguridad dijo esta frase que Rego no tuvo ninguna duda de que el heredero de Nagareth creía que podría hacerlo. ¿Estaba loco? ¿O era un simple fanfarrón, un inconsciente presuntuoso? Debía de ser una de estas dos cosas. Pero, ¿y si, por  increíble que pareciese, lo lograba? ¿Y si conseguía lo imposible?
Se le pusieron los pelos de punta sólo de imaginarlo.
— ¿Y cómo piensas hacerlo? En toda la historia de los ducados una bendición jamás ha sido derrotada; ni siquiera sucedió en la Guerra de los Magos, cuando los dragones volaban por el cielo y los juramentos no valían nada. No ha pasado nunca.
El heredero de Nagareth no respondió al momento, sino que se quedó quieto, de pie en un mutismo total. ¿Y bien? pensó Rego tras un rato, dando golpecitos impacientes con los dedos sobre su mesa. ¿Va a responder a mi preguntar o va a quedarse ahí callado haciéndose el interesante?
— Eso —dijo al fin el enmascarado, levantando un dedo a la altura de dónde debían estar sus labios escondidos tras la máscara—, es un secreto.
— Venga, va, no puedes...
— Ven conmigo, y lo sabrás —le interrumpió el enmascarado—. Y en lo referente al trato, cuando mi viaje acabe, una vez haya derrotado al resto de herederos y a cambio de tu ayuda como testigo, yo me comprometo a liberarte de tu bendición.
— ¿Mi bendición? — preguntó Rego, sorprendido ante el brusco cambio de tema—. ¿Por qué iba yo a querer librarme de mi bendición?
— ¿Por qué iba nadie a querer romper su bendición, heredero de Aquaviva? Sin embargo, a lo largo de los tiempos, son muchos los herederos que lo han deseado. Quizás deberías preguntarte porque.
Por segunda vez en la misma conversación Rego no tuvo ni idea de qué quería decir el enmascarado. Pero esta vez no se le ocurrió nada que pudiese explicarlo, ninguna posibilidad disparatada que diese sentido a sus palabras. Y es que, por muchas vueltas que le daba, “ser feliz y vivir un millar de aventuras” no le parecía tener ninguna pega.
— ¿Así que, cuál es tu respuesta? –continuó el misterioso heredero. — Te estoy ofreciendo la oportunidad de vivir una aventura única en los siete ducados; de ser uno de los protagonistas de un relato que los trovadores contarán durante siglos. Ganaré al resto de herederos, uno a uno, aunque parezca imposible. Y tú podrás verlo más de cerca que nadie.
Rego se mordió el labio, frustrado. Se consideraba bastante bueno adivinando las intenciones de los demás, pero era incapaz de saber si el heredero de Nagareth decía la verdad. Su máscara y sus ropas ocultaban tanto sus expresiones como transformaban su voz; no había manera de saber qué pensaba en realidad.
Pero lo que proponía era una locura. Una locura que podía ser muy divertida si por un milagro el enmascarado acababa logrando sus propósitos, sí, pero una locura al fin y al cabo, que supondría tener que abandonar durante meses a sus padres, sus amigos y a su ducado -en resumen, todo lo que había conocido durante su vida- y en la que le podía pasar cualquier cosa.
— Lo lamento, pero no puedo aceptar —acabó respondiendo Rego tras unos instantes de silencio—. Tengo un deber como heredero; no puedo simplemente marcharme de un día para otro y romper con todas mis obligaciones. Espero que lo entiendas.
El heredero de Nagareth se limitó a asentir en la cabeza, sin discutir ni rebatir los argumentos que le había puesto Rego.
— Por si cambias de idea estaré siete días más en la ciudad —se dio la vuelta para marcharse, pero antes de traspasar el umbral de la puerta volvió a hablar de nuevo con su extraña voz—. Piénsate bien qué quieres hacer, heredero de Aquaviva. No volverás a tener una oportunidad como ésta.
Tras su partida Rego se cruzó de brazos, confundido. No sabía cómo sentirse, ¿satisfecho como un comprador que ha evitado ser estafado por un mercader sin escrúpulos, o frustrado como un adolescente al que se le ha escapado la ocasión de bailar con la chica más guapa del baile?

            Sólo los dioses lo sabían.

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