Con
los pies apoyados sobre una mesa repleta de papeles, una mano sobre la frente y
los ojos cerrados, Rego permanecía a solas y a oscuras en su despacho -las
cortinas corridas- sufriendo los efectos de la resaca y la falta de sueño. La
fiesta con sus amigos la noche anterior se había alargado tanto que ya era de
día cuando regresó a palacio, y ahora, de buena mañana y con mucho trabajo por
delante, pagaba las consecuencias.
Se
oyeron unos leves golpes en la puerta de la habitación que sonaron como
martillazos para el resacoso heredero.
—
¿Quién es?
—
Soy yo, señor —respondió una voz masculina en un tono servil y educado. Sin
esperar a que lo invitasen su anciano secretario entró a la habitación,
descorriendo las cortinas y abriendo las ventanas de par en par—. Tiene que
realizar sus tareas, señor.
Rego
soltó un quejido de protesta ante la luz –cruel, despiadada y sobre todo
brillante luz- y la avalancha de sonidos que se abatieron sobre él.
—
¿Dolor de cabeza, señor? —preguntó preocupado el secretario—. ¿Quiere una
infusión de hierbas? Conozco una de flor de cerdo, extracto de salamandra y
estiércol molido que lo cura al instante.
—
No, gracias. Sobreviviré —respondió Rego con un gruñido sacando los pies de la
mesa. — No es la primera vez que vez que me levanto con resaca. Y desde luego
no será la última —añadió resignado mientras se frotaba la sien con los dedos—.
Bueno, ¿qué hay hoy en la agenda?
—
Esta mañana tiene que recibir a varios nobles que han solicitado audiencia —dijo
el secretario leyendo de una libreta—. Después tiene una reunión en el puerto
con el jefe de astilleros. Debe felicitarle por la producción de los nuevos
navíos, saludar a los trabajadores y marinos de la zona y hacerles saber lo
mucho que el ducado aprecia su trabajo y dedicación diarios.
Rego
suspiró resignado; ya estaba más que acostumbrado a esta clase de
“obligaciones”. Aparecía por el lugar, sonreía, apretaba unas cuantas manos,
decía cuatro chorradas y volvía a casa con la sensación de ser un esplendido
muñeco decorativo. Todo muy útil. Al menos hoy se podía consolar sabiendo que
esta noche se divertiría en el cumpleaños de Missa. Indicó con la mano a su
secretario que continuase.
—
Ha quedado a las cinco de la tarde para tomar un té con su madre, la duquesa,
en el jardín del palacio. Debe ir bien vestido y preparado para la ocasión;
otros nobles también estarán presentes.
—
Ya, claro.
Otra
reunión social. Rego quería a su madre, pero no había tardado mucho en
temer estas aparentemente inocentes
reuniones entre madre e hijo que en realidad no eran más que una excusa para
dar a conocer al heredero del ducado a todos los jóvenes nobles de alrededor...
y especialmente a las jóvenes damas. Su madre no escondía sus planes de casarlo
cuanto antes mejor, una idea a la que Rego se enfrentaba con la misma
mentalidad con la que una liebre lo hacía contra un lobo: corría tanto como
podía y sin mirar atrás.
Más
tarde ya se inventaría alguna excusa para explicar su ausencia.
—
¿Eso es todo?
—
Eso era todo lo previsto señor, pero ha surgido algo más —dijo el secretario
con algo de inquietud—. El heredero de Nagareth ha solicitado una audiencia con
vos.
—
¿Qué? ¿El heredero de Nagareth está aquí, en el palacio?
—
Sí, señor. Y quiere hablar con usted.
¡El
heredero de Nagareth! El último de los herederos y el más misterioso de todos
ellos. Desde el día en que nació y recibió la bendición de la gran maga sólo la
gente de Nagareth lo había visto, y ellos no soltaban ni prenda sobre él. Nadie
fuera de su ducado conocía ni siquiera su aspecto, y mucho menos la bendición
que la maga le dio en absoluto secreto. ¡Y aquí estaba, en su palacio! Y lo más
increíble, había venido a hablar con él.
—
Dile que pase.
—
Pero señor, ahora tiene una reunión con Lord Essel.
—
¡Que le den a Lord Essel! —exclamó Rego. ¿Cómo podía compararse un viejo noble
gruñón con el último de los herederos? —. Que espere un poco, que no le hará
ningún daño.
—
Está bien, señor —respondió el secretario haciendo una pequeña reverencia—. En
seguida le aviso.
Rego
se dispuso a ordenar a toda prisa el caos de papeles burocráticos que había
sobre la mesa de su despacho, organizándolos en lo que esperaba fuesen unos
montones de aspecto pulcro y ordenado. Puede que fuese un poco infantil, pero
quería causar buena impresión a un visitante tan importante.
Una
tos seca le avisó de que su secretario aún no se había marchado.
—
¿Algo más?
—
Sólo una cosa, señor. El aspecto del heredero de Nagareth es… peculiar.
Intentad no mostrar demasiada sorpresa.
—
Ya, ya, no te preocupes —dijo Rego haciendo gestos con la mano para quitarle
importancia—. Ahora hazme el favor de ir a buscarlo en vez de quedarte mirando
como hago el ridículo intentando ordenar esto.
Por
los dioses, qué cosas tenía su secretario. Como si fuese a quedarse mirando al
heredero de Nagareth con la boca abierto como un paleto de pueblo, él, que a lo
largo de su vida había visto viajeros de todos los rincones del mundo por las
calles de su ciudad. Guerreros enormes y salvajes, cubiertos con la piel de las
bestias que habían matado con sus propias manos. Marineros con la piel negra
como la noche y de ojos claros como el mar al amanecer. Ricos mercaderes
vestidos con esplendidas telas y con más oro en los dedos del que tenían muchos
reinos.
Todo
esto y mucho más había visto, así que no esperaba para nada que le sorprendiese
el aspecto del heredero de Nagareth. ¿Cómo iba a ser más “peculiar”, como había
dicho su secretario, que toda la gente extraña y maravillosa que había
contemplado? Bobadas.
Sin embargo, cuando finalmente tuvo al
misterioso heredero ante sí, no pudo hacer menos que darle la razón.
Encapuchado,
cubierto con unas amplias y oscuras ropas que ocultaban sus formas y portando
la máscara de los mineros de su tierra, el heredero de Nagareth no tenía ni un
solo centímetro de su piel al descubierto. Ni siquiera mostraba sus manos, protegidas
tras unos resistentes guantes de grueso cuero.
¿Por
qué demonios viste así?, pensó Rego. Incluso ahora,
cuando por fin ha salido de su ducado, sigue sin mostrarse. ¿Qué es lo que quiere
ocultar?
—
Bienvenido a Aquaviva, la Puerta del Océano de los siete ducados —le saludó
Rego, disimulando tan bien como pudo su sorpresa por su apariencia—. ¿Qué puedo hacer por ti, heredero de Nagareth?
No
era una pregunta de cortesía, realmente quería saber porque había venido a
verle. Si el enmascarado quería tratar asuntos políticos o comerciales lo
natural hubiese sido tratar con el duque y no con él, que sólo realizaba
funciones diplomáticas de poca importancia y era conocido públicamente por su
falta de responsabilidad.
—
He venido a proponerte una aventura y un trato.
Rego
levantó una ceja, sorprendido ante la extraña voz del enmascarado. La máscara
que llevaba no sólo no dejaba ver su rostro sino que además distorsionaba su
voz, haciéndola mucho más grave de lo que en realidad debía ser.
—
Continúa —le pidió Rego lleno de curiosidad.
—
La aventura es la siguiente: Me propongo desafiar al resto de los herederos,
derrotarlos en su propio juego. Quiero que me acompañes en mis viajes por los
ducados y seas mi testigo cuando les derrote.
—
¿Derrotarlos en su propio juego? No te entiendo.
—
Les venceré en aquello que no pueden perder.
Rego
se lo quedó observando durante unos instantes, sin tener ni la más remota idea
de a qué se refería. Que él supiese los herederos podían perder en cualquier
cosa, como cualquier hijo de vecino. De hecho, lo único especial que tenían y
que los diferenciaba del resto de seres humanos eran sus bendiciones, las
bendiciones que la maga les había dado a cada uno de ellos. Y éstas eran
infalibles y jamás habían sido superadas.
Una
exclamación de sorpresa salió de sus labios cuando se le ocurrió qué, quizás,
era a esto precisamente a lo que el enmascarado se refería.
—
Quieres decir… —empezó a preguntar, un tanto temeroso de decirlo en voz alta
por no parecer un estúpido—, ¿vencer su bendición?
El
enmascarado asintió, confirmando sus sospechas. Rego no pudo evitar estallar en
carcajadas ante la locura de la idea.
—
¡Pero algo así es imposible! ¿Pretendes vencer con la espada a Grim? ¿O ser más
rápido cabalgando que el señor de Jötum, que incluso deja atrás al viento con
su caballo? Hazañas así son imposibles.
—
Pero yo las haré.
Con
tanta seguridad dijo esta frase que Rego no tuvo ninguna duda de que el
heredero de Nagareth creía que podría hacerlo. ¿Estaba loco? ¿O era un simple
fanfarrón, un inconsciente presuntuoso? Debía de ser una de estas dos cosas.
Pero, ¿y si, por increíble que
pareciese, lo lograba? ¿Y si conseguía lo imposible?
Se
le pusieron los pelos de punta sólo de imaginarlo.
—
¿Y cómo piensas hacerlo? En toda la historia de los ducados una bendición jamás
ha sido derrotada; ni siquiera sucedió en la Guerra de los Magos, cuando los
dragones volaban por el cielo y los juramentos no valían nada. No ha pasado
nunca.
El
heredero de Nagareth no respondió al momento, sino que se quedó quieto, de pie
en un mutismo total. ¿Y bien? pensó Rego tras un rato, dando golpecitos
impacientes con los dedos sobre su mesa. ¿Va a responder a mi preguntar o va
a quedarse ahí callado haciéndose el interesante?
—
Eso —dijo al fin el enmascarado, levantando un dedo a la altura de dónde debían
estar sus labios escondidos tras la máscara—, es un secreto.
—
Venga, va, no puedes...
—
Ven conmigo, y lo sabrás —le interrumpió el enmascarado—. Y en lo referente al trato,
cuando mi viaje acabe, una vez haya derrotado al resto de herederos y a cambio
de tu ayuda como testigo, yo me comprometo a liberarte de tu bendición.
—
¿Mi bendición? — preguntó Rego, sorprendido ante el brusco cambio de tema—. ¿Por
qué iba yo a querer librarme de mi bendición?
—
¿Por qué iba nadie a querer romper su bendición, heredero de Aquaviva? Sin
embargo, a lo largo de los tiempos, son muchos los herederos que lo han
deseado. Quizás deberías preguntarte porque.
Por
segunda vez en la misma conversación Rego no tuvo ni idea de qué quería decir
el enmascarado. Pero esta vez no se le ocurrió nada que pudiese explicarlo,
ninguna posibilidad disparatada que diese sentido a sus palabras. Y es que, por
muchas vueltas que le daba, “ser feliz y vivir un millar de aventuras” no le
parecía tener ninguna pega.
—
¿Así que, cuál es tu respuesta? –continuó el misterioso heredero. — Te estoy
ofreciendo la oportunidad de vivir una aventura única en los siete ducados; de
ser uno de los protagonistas de un relato que los trovadores contarán durante
siglos. Ganaré al resto de herederos, uno a uno, aunque parezca imposible. Y tú
podrás verlo más de cerca que nadie.
Rego
se mordió el labio, frustrado. Se consideraba bastante bueno adivinando las
intenciones de los demás, pero era incapaz de saber si el heredero de Nagareth
decía la verdad. Su máscara y sus ropas ocultaban tanto sus expresiones como
transformaban su voz; no había manera de saber qué pensaba en realidad.
Pero
lo que proponía era una locura. Una locura que podía ser muy divertida si por
un milagro el enmascarado acababa logrando sus propósitos, sí, pero una locura
al fin y al cabo, que supondría tener que abandonar durante meses a sus padres,
sus amigos y a su ducado -en resumen, todo lo que había conocido durante su
vida- y en la que le podía pasar cualquier cosa.
—
Lo lamento, pero no puedo aceptar —acabó respondiendo Rego tras unos instantes
de silencio—. Tengo un deber como heredero; no puedo simplemente marcharme de
un día para otro y romper con todas mis obligaciones. Espero que lo entiendas.
El
heredero de Nagareth se limitó a asentir en la cabeza, sin discutir ni rebatir
los argumentos que le había puesto Rego.
—
Por si cambias de idea estaré siete días más en la ciudad —se dio la vuelta
para marcharse, pero antes de traspasar el umbral de la puerta volvió a hablar
de nuevo con su extraña voz—. Piénsate bien qué quieres hacer, heredero de
Aquaviva. No volverás a tener una oportunidad como ésta.
Tras
su partida Rego se cruzó de brazos, confundido. No sabía cómo sentirse,
¿satisfecho como un comprador que ha evitado ser estafado por un mercader sin
escrúpulos, o frustrado como un adolescente al que se le ha escapado la ocasión
de bailar con la chica más guapa del baile?
Sólo los dioses lo sabían.
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