lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 1 (Parte 1) - Una vida feliz

La primavera había llegado a los siete ducados. El sol brillaba fuerte en el cielo y la brisa del mar era fresca y agradable, una suave caricia con un leve aroma a sal. Rego, heredero del ducado de Aquaviva, era feliz. Sonreía mientras sostenía en la mano unas cartas de póquer y miraba de reojo, con experto disimulo, el trasero de las preciosidades que pasaban por su lado.


Estaba sentado en la terraza de la posada La Rana Cantante, disfrutando del buen tiempo mientras tomaba una cerveza y jugaba a cartas con sus dos mejores amigos: Ahrlen, un hombretón de La Tierra de las Espadas tan leal como bromista, y Narses, un comerciante de atractivas facciones y pico de oro.
Ahora hacía un tiempo que no quedábamos los tres solos, ¿no? preguntó Rego con aire distraído.
Pues sí se limitó a responder Narses, acariciándose su incipiente perilla con la punta de los dedos. Tras unos instantes de reflexión pareció llegar a una decisión y dejo una de sus cartas sobre la mesa, reemplazándola con otra de la baraja que examinó con atención. Una expresión de fastidio se asomó a su rostro por unos breves instantes,  pero suficientes para que Rego se diese cuenta.
Es que últimamente siempre traes contigo a Missa dijo Ahrlen dando un golpecito con los nudillos en la mesa, dando a indicar así que se plantaba—. No me puedo creer lo que te está durando esta chica, la verdad. No pareces tú.
Estoy de acuerdo coincidió Rego. Dio un sorbo a su jarra de cerveza mientras pensaba en todas las mujeres que habían pasado por la vida de su amigo: Clara, con su larga melena que le llegaba hasta la cintura. Elisa, con una voz tan aguada y lánguida que te dormías escuchándola. Isabella, exótica y sensual marinera con un rostro angelical pero que era incapaz de decir tres palabras sin soltar una maldición. Así seguía una larga, larga lista, ya que si bien Narses era muy bueno seduciendo a mujeres, era todo un desastre en mantener la llama del amor más allá de la primera semana. Él decía que perdía el interés en cuanto las conocía un poco.
En opinión de Rego, su amigo perdía el interés en una mujer en el mismo instante en que se despertaba a su lado. O al menos, así había sido hasta que conoció a Missa.
Pues precisamente de eso quería hablar con vosotros dijo Narses, alzando una ceja como siempre hacía cuando pretendía ser misterioso—. He tomado una decisión, una importante decisión que cambiará mi vida, y quiero que vosotros, fieles amigos míos, seáis los primeros en saberlo.
¿Es que te vas a hacer monje y predicarás las virtudes de la castidad y la honradez?   preguntó Rego con una sonrisa burlona—. Eso desde luego te cambiaría la vida.
A mejor, según muchas de tus ex apuntó Ahrlen, con una sonrisa si cabe aún más pícara que la de Rego.
¡Oh! exclamó Nero lanzando un silbido de admiración—. Ahí le has dado bien añadió entre risas mientras chocaba su jarra contra la de su amigo en un improvisado brindis.
Vamos, chicos, por favor les pidió Narses, alzando una mano para pedirles que se calmasen. Se giró hacía las mesas vecinas, inclinando la cabeza en señal de disculpa por el escándalo—. Estoy hablando en serio.
Vale, está bien, lo siento dijo el heredero—. Cuéntanos esa gran decisión que has tomado.
Todavía no. Primero me gustaría ganarte algo de dinero, ¿sabes?dijo Narses poniendo una gran cantidad de monedas sobre la mesa—. Sería una manera de empezar con buen pie mi nueva vida... Si es que tienes el valor -y la estupidez- de seguir jugando. Yo te lo agradecería.
Los dos amigos se miraron fijamente a los ojos, retándose con la mirada con movimientos de cejas y expresiones desafiantes. Ahrlen, fuera de la partida, les observaba divertido mientras daba pequeños sorbos a su cerveza.
Pues lo siento por ti y tu buena vida… dijo finalmente Rego igualando la apuesta de su amigo, moneda a moneda para disfrutar más el momento, pero creo que esta partida la voy a ganar yo.
Mostraron las cartas a la vez, y el heredero sonrió victorioso, pues, como se esperaba desde el mismo momento en que su rostro le traicionó al coger la carta, Narses no había hecho otra cosa que tirarse un farol.
— ¡Mierda! exclamó Narses con rabia, dando un largo trago a su jarra para desahogarse—. No hay manera de ganarte, Rego... He probado de todo: he jugado de forma prudente, agresiva, tirándome faroles y sin ellos, pero nada. Al final siempre acabas ganándome. ¿Cómo lo haces?
Es un misterio respondió Rego, encogiéndose de hombros y adoptando una expresión inocente, como un niño que nunca ha roto un plato—. Supongo que la suerte favorece a los justos y a los puros de corazón.
Y a los tramposos más que a ninguno añadió Ahrlen con tono de sorna.
Excusas de mal perdedor dijo Rego negando con una mano mientras con la otra recogía rápidamente las monedas que acababa de ganar y se las guardaba en la cartera. No es que le faltase dinero siendo heredero, pero sus principios de jugador le impulsaban a recoger las ganancias rápidamente—.  Lo que importa ahora es que Narses nos va a contar, al fin, su gran noticia.
Adelantó su silla, pegándola a la mesa y se inclinó hacia adelante con expectación, unos gestos que al momento imitó Ahrlen. Vamos, somos todo oídos.
Está bien. Narsés miro hacía a los lados, como queriendo asegurarse de que nadie les estaba escuchando. Luego cogió aire, se inclinó hacía sus amigos y les dijo en una voz que era poco más que un susurro: Voy a pedirle a Missa que se case conmigo.
Rego abrió la boca pero fue incapaz de decir nada, completamente embargado por la sorpresa. ¿Narses quiere casarse? pensó, más que incrédulo. ¿Narses? Antes hubiese creído que los cerdos volaban que creer que su amigo quisiera sentar la cabeza. No supo cómo reaccionar y se quedó congelado como una estatua con cara de tonto.
¿Pero es que te has vuelto loco? exclamó Ahrlen poniéndose de pie y haciendo aspaviento con los brazos. La espada que siempre llevaba colgando en la cintura se balanceó rápidamente hacía un lado y a punto estuvo de hacer tropezar a una camarera—. ¿Quieres casarte? ¿Tú? preguntó en voz tan alta que llamó la atención de toda la gente que les rodeaba—. Siempre decías que nunca lo harías, que lo tuyo era probar todo el menú y no quedarte con sólo un plato—.  Se acercó a Narses y le puso una mano sobre su hombro, con expresión preocupada—. ¿Te encuentras bien? ¿Tienes fiebre o algo?
Me encuentro perfectamente respondió Narses un tanto de mala gana, sacándose de encima a Ahrlen—. Ni estoy loco, ni me han drogado, ni nada de nada. ¿Qué pasa, tanto os sorprende que quiera casarme con la mujer que amo? preguntó indignado mirando los rostros de sus amigos.
La mujer que amo, pensó Rego levantando una ceja. Así que resulta que después de todo, Narses, un mentiroso seductor que había jugado con las mujeres como si fueran títeres en sus manos y les había jurado falso amor miles de veces, se había acabado enamorado de veras. Y estaba dispuesto a casarse.
Qué cosas tiene la vida.
Perdónanos, Narses dijo el heredero lanzando un suspiro mientras se rascaba la cabeza—. Es que… es para sorprenderse. Se nos ha caído un mito añadió medio en broma medio en serio—. Pero vamos, que me alegro por ti. Y estoy seguro que Ahrlen también se alegra, ¿verdad?
El hombretón lanzó un bufido y movió la cabeza de un lado a otro, pero acabó asintiendo.
Eso quiere decir que sí continuó Rego, ignorando los gestos de Ahrlen—.  ¿Cuándo se lo pedirás?
Mañana respondió Narses—. Tenía pensado que mañana por la noche, como es su cumpleaños, podríamos cenar todos juntos -por cierto, me ha pedido que os invite- y cuando acabemos vosotros os retiráis y yo me declaro. ¿Qué os parece?
Me parece dijo Rego poniéndose de pie, alzando su jarra y lanzando una mirada cómplice a Ahrlen que tenemos que brindar por este momento. Hizo una pausa mientras sus dos amigos le  imitaban y levantaban sus jarras. ¡Padres de Aquaviva, ya podéis descansar tranquilos por las noches, vuestras hermosas hijas están a salvo! anunció en voz alta, provocando las risas de las mesas vecinas de la posada y un considerable enrojecimiento de las orejas de Narses.
Estoy de acuerdo dijo Ahrlen brindando con fuerza al tiempo que cogía del hombro al enamorado—. ¡Por el fin de la soltería, la persecución de faldas y el acostarse cada semana con una mujer distinta!
Rego estalló en carcajadas, al igual que muchos clientes de la posada y varias camareras que les conocían desde hacía tiempo y habían visto el desfile de novias de su amigo. Y sus carcajadas se hicieron aún más fuertes al escuchar los comentarios subidos de tono que lanzaron algunos conocidos del local, así como al ver la cara cada vez más roja que se le ponía a Narses.
Ay, qué bueno dijo Rego, secándose con el dorso de la mano las lágrimas que le caían de tanto reírse. ¿Acaso podía pedir algo más? Tenía buenos amigos, dinero de sobras y vivía en un país lleno de hermosas y exóticas mujeres. ¿Qué más le podía pedir a la vida?
Claro que, si Narses se casaba, todo cambiaría. Nada sería lo mismo.
Amigos dijo entonces Narses, interrumpiendo sus pensamientos, y todos los de la posada que se han enterado: gracias por vuestras amables y cariñosas palabras, no me las merezco. Cabrones añadió, provocando más carcajadas. Y ahora, brindemos:
Alzó su copa y la chocó con las de sus amigos.

Por el futuro.

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