La
primavera había llegado a los siete ducados. El sol brillaba fuerte en el cielo
y la brisa del mar era fresca y agradable, una suave caricia con un leve aroma
a sal. Rego, heredero del ducado de Aquaviva, era feliz. Sonreía mientras sostenía
en la mano unas cartas de póquer y miraba de reojo, con experto disimulo, el
trasero de las preciosidades que pasaban por su lado.
Estaba
sentado en la terraza de la posada La Rana Cantante, disfrutando del
buen tiempo mientras tomaba una cerveza y jugaba a cartas con sus dos mejores amigos:
Ahrlen, un hombretón de La Tierra de las Espadas tan leal como bromista, y
Narses, un comerciante de atractivas facciones y pico de oro.
— Ahora
hacía un tiempo que no quedábamos los tres solos, ¿no? —preguntó Rego
con aire distraído.
— Pues
sí —se
limitó a responder Narses, acariciándose su incipiente perilla con la punta de
los dedos. Tras unos instantes de reflexión pareció llegar a una decisión y
dejo una de sus cartas sobre la mesa, reemplazándola con otra de la baraja que
examinó con atención. Una expresión de fastidio se asomó a su rostro por unos
breves instantes, pero suficientes para
que Rego se diese cuenta.
— Es
que últimamente siempre traes contigo a Missa —dijo Ahrlen dando un golpecito con los
nudillos en la mesa, dando a indicar así que se plantaba—. No
me puedo creer lo que te está durando esta chica, la verdad. No pareces tú.
— Estoy
de acuerdo —coincidió
Rego. Dio un sorbo a su jarra de cerveza mientras pensaba en todas las mujeres
que habían pasado por la vida de su amigo: Clara, con su larga melena que le
llegaba hasta la cintura. Elisa, con una voz tan aguada y lánguida que te
dormías escuchándola. Isabella, exótica y sensual marinera con un rostro
angelical pero que era incapaz de decir tres palabras sin soltar una maldición.
Así seguía una larga, larga lista, ya que si bien Narses era muy bueno
seduciendo a mujeres, era todo un desastre en mantener la llama del amor más
allá de la primera semana. Él decía que perdía el interés en cuanto las conocía
un poco.
En
opinión de Rego, su amigo perdía el interés en una mujer en el mismo instante
en que se despertaba a su lado. O al menos, así había sido hasta que conoció a
Missa.
—Pues
precisamente de eso quería hablar con vosotros —dijo Narses, alzando una ceja como
siempre hacía cuando pretendía ser misterioso—. He tomado una decisión, una importante
decisión que cambiará mi vida, y quiero que vosotros, fieles amigos míos, seáis
los primeros en saberlo.
— ¿Es
que te vas a hacer monje y predicarás las virtudes de la castidad y la
honradez? —preguntó Rego
con una sonrisa burlona—.
Eso
desde luego te cambiaría la vida.
— A
mejor, según muchas de tus ex —apuntó
Ahrlen, con una sonrisa si cabe aún más pícara que la de Rego.
— ¡Oh!
—exclamó
Nero lanzando un silbido de admiración—. Ahí le has dado bien —añadió entre
risas mientras chocaba su jarra contra la de su amigo en un improvisado brindis.
— Vamos,
chicos, por favor —les
pidió Narses, alzando una mano para pedirles que se calmasen. Se giró hacía las
mesas vecinas, inclinando la cabeza en señal de disculpa por el escándalo—. Estoy
hablando en serio.
— Vale,
está bien, lo siento —dijo
el heredero—. Cuéntanos
esa gran decisión que has tomado.
— Todavía
no. Primero me gustaría ganarte algo de dinero, ¿sabes? —dijo Narses
poniendo una gran cantidad de monedas sobre la mesa—. Sería
una manera de empezar con buen pie mi nueva vida... Si es que tienes el valor
-y la estupidez- de seguir jugando. Yo te lo agradecería.
Los
dos amigos se miraron fijamente a los ojos, retándose con la mirada con
movimientos de cejas y expresiones desafiantes. Ahrlen, fuera de la partida,
les observaba divertido mientras daba pequeños sorbos a su cerveza.
— Pues
lo siento por ti y tu buena vida… —dijo finalmente Rego igualando la
apuesta de su amigo, moneda a moneda para disfrutar más el momento—, pero creo que
esta partida la voy a ganar yo.
Mostraron
las cartas a la vez, y el heredero sonrió victorioso, pues, como se esperaba
desde el mismo momento en que su rostro le traicionó al coger la carta, Narses
no había hecho otra cosa que tirarse un farol.
— ¡Mierda!
—exclamó
Narses con rabia, dando un largo trago a su jarra para desahogarse—. No
hay manera de ganarte, Rego... He probado de todo: he jugado de forma prudente,
agresiva, tirándome faroles y sin ellos, pero nada. Al final siempre acabas
ganándome. ¿Cómo lo haces?
—Es
un misterio —respondió
Rego, encogiéndose de hombros y adoptando una expresión inocente, como un niño
que nunca ha roto un plato—.
Supongo
que la suerte favorece a los justos y a los puros de corazón.
— Y
a los tramposos más que a ninguno —añadió Ahrlen con tono de sorna.
— Excusas
de mal perdedor — dijo
Rego negando con una mano mientras con la otra recogía rápidamente las monedas
que acababa de ganar y se las guardaba en la cartera. No es que le faltase dinero
siendo heredero, pero sus principios de jugador le impulsaban a recoger las
ganancias rápidamente—.
Lo que importa ahora es
que Narses nos va a contar, al fin, su gran noticia.
Adelantó
su silla, pegándola a la mesa y se inclinó hacia adelante con expectación, unos
gestos que al momento imitó Ahrlen. — Vamos, somos todo oídos.
— Está
bien—.
Narsés miro hacía a los lados, como queriendo asegurarse de que nadie les estaba
escuchando. Luego cogió aire, se inclinó hacía sus amigos y les dijo en una voz
que era poco más que un susurro: —Voy
a pedirle a Missa que se case conmigo.
Rego
abrió la boca pero fue incapaz de decir nada, completamente embargado por la
sorpresa. ¿Narses quiere casarse? pensó, más que incrédulo. ¿Narses?
Antes hubiese creído que los cerdos volaban que creer que su amigo quisiera
sentar la cabeza. No supo cómo reaccionar y se quedó congelado como una estatua
con cara de tonto.
— ¿Pero
es que te has vuelto loco? —exclamó
Ahrlen poniéndose de pie y haciendo aspaviento con los brazos. La espada que
siempre llevaba colgando en la cintura se balanceó rápidamente hacía un lado y
a punto estuvo de hacer tropezar a una camarera—. ¿Quieres casarte? ¿Tú? —preguntó en voz
tan alta que llamó la atención de toda la gente que les rodeaba—. Siempre
decías que nunca lo harías, que lo tuyo era probar todo el menú y no quedarte
con sólo un plato—.
Se acercó a Narses y le puso una mano sobre su
hombro, con expresión preocupada—.
¿Te
encuentras bien? ¿Tienes fiebre o algo?
— Me
encuentro perfectamente —respondió
Narses un tanto de mala gana, sacándose de encima a Ahrlen—. Ni
estoy loco, ni me han drogado, ni nada de nada. ¿Qué pasa, tanto os sorprende
que quiera casarme con la mujer que amo? —preguntó indignado mirando los rostros
de sus amigos.
La
mujer que amo, pensó Rego levantando una ceja. Así que
resulta que después de todo, Narses, un mentiroso seductor que había jugado con
las mujeres como si fueran títeres en sus manos y les había jurado falso amor
miles de veces, se había acabado enamorado de veras. Y estaba dispuesto a
casarse.
Qué
cosas tiene la vida.
— Perdónanos,
Narses —dijo
el heredero lanzando un suspiro mientras se rascaba la cabeza—. Es
que… es para sorprenderse. Se nos ha caído un mito —añadió medio en
broma medio en serio—.
Pero
vamos, que me alegro por ti. Y estoy seguro que Ahrlen también se alegra,
¿verdad?
El
hombretón lanzó un bufido y movió la cabeza de un lado a otro, pero acabó
asintiendo.
— Eso
quiere decir que sí —continuó
Rego, ignorando los gestos de Ahrlen—. ¿Cuándo
se lo pedirás?
— Mañana
—respondió
Narses—. Tenía
pensado que mañana por la noche, como es su cumpleaños, podríamos cenar todos
juntos -por cierto, me ha pedido que os invite- y cuando acabemos vosotros os
retiráis y yo me declaro. ¿Qué os parece?
— Me
parece —dijo
Rego poniéndose de pie, alzando su jarra y lanzando una mirada cómplice a
Ahrlen—
que tenemos que brindar por este momento—. Hizo una pausa mientras sus dos amigos
le imitaban y levantaban sus jarras. — ¡Padres de
Aquaviva, ya podéis descansar tranquilos por las noches, vuestras hermosas
hijas están a salvo! —anunció
en voz alta, provocando las risas de las mesas vecinas de la posada y un
considerable enrojecimiento de las orejas de Narses.
— Estoy
de acuerdo —dijo
Ahrlen brindando con fuerza al tiempo que cogía del hombro al enamorado—. ¡Por
el fin de la soltería, la persecución de faldas y el acostarse cada semana con
una mujer distinta!
Rego
estalló en carcajadas, al igual que muchos clientes de la posada y varias
camareras que les conocían desde hacía tiempo y habían visto el desfile de
novias de su amigo. Y sus carcajadas se hicieron aún más fuertes al escuchar
los comentarios subidos de tono que lanzaron algunos conocidos del local, así
como al ver la cara cada vez más roja que se le ponía a Narses.
— Ay,
qué bueno —dijo
Rego, secándose con el dorso de la mano las lágrimas que le caían de tanto
reírse. ¿Acaso podía pedir algo más? Tenía buenos amigos, dinero de sobras y
vivía en un país lleno de hermosas y exóticas mujeres. ¿Qué más le podía pedir
a la vida?
Claro
que, si Narses se casaba, todo cambiaría. Nada sería lo mismo.
— Amigos
—dijo
entonces Narses, interrumpiendo sus pensamientos—, y todos los de la posada que se han
enterado: gracias por vuestras amables y cariñosas palabras, no me las merezco.
Cabrones —añadió,
provocando más carcajadas. —
Y
ahora, brindemos:
Alzó
su copa y la chocó con las de sus amigos.
— Por
el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario