Miraba el techo sobre su cabeza, a pesar de que en la penumbra de la
habitación apenas podía distinguir nada. Una vez más, sufría de insomnio. Cada
vez le parecían más lejanos los comentarios de su madre sobre su habilidad para
dormir en cualquier ocasión.
—¿Estás despierto, Rego? —le preguntó Bant en voz baja, en la cama de al
lado.
Había sido casi un milagro encontrar una habitación libre con tanta gente
en el pueblo, y desde luego Rego se alegraba de poder dormir en una cama blanda
que no entre la paja de algún establo. Pero se alegraría bastante más si no
tuviese la certeza de que este “milagro” se debía a su bendición, que actuaba
cumpliendo sus deseos.
—Sí, no consigo dormir.
—A mí me pasa lo mismo. Estoy realmente agotada, y creía que sería
tumbarme en la cama y caer dormida, pero no ha sido así. Supongo que estoy
demasiado nerviosa.
Rego se giró para mirarla, aunque en medio de la oscuridad apenas podía
distinguir sus formas y su rostro, girado hacía el suyo.
—¿Estás nerviosa porque mañana desafiaras a Leyre?
—En gran parte, sí. Pero también porque nuestro viaje está a punto de
acabar, Rego. Esta loca aventura que empezó aquel lejano día cuando partimos de
tu ciudad va a llegar a su fin, y estoy tan sólo a dos pasos de conseguir lo
que me proponía. Tengo tiempo de lograrlo.
Tiempo, pensó Rego sintiendo
una punzada de dolor en el pecho.
La condición que sufre Bant, esa
condición que se agrava con el paso del tiempo y cuyos efectos no podía ocultar
ni siquiera con su máscara. En los últimos días la había visto más débil, más
propensa al agotamiento y a los mareos. Hoy mismo, cuando le ofreció su mano
para salvarle de su caída, se había estirado de una manera extraña, forzada. Y
su fuerza no era ni por asomo la que había tenido en el enfrentamiento contra
Grim. Era evidente que algo le sucedía, pero también era evidente que Bant no
quería hablar de ello.
—¿Crees que lo conseguiré, Rego?
—Claro que sí. Sea lo que sea eso que quieres lograr, ya sea el bienestar
de la gente de tu ducado, la paz en el Norte o la restauración del reino, yo sé
que tú puedes hacerlo. ¡Eres el heredero de Nagareth, la persona que derrota a
las bendiciones sin problemas, capaz de ganar un torneo de póquer cuando una
semana antes no tenía ni idea de cómo se jugaba! Si me dices que quieres
capturar el Sol, yo iría comprando linternas.
Su amiga se echó a reír, una risa suave y liberadora.
—No, puedes estar tranquilo, no es ese mi propósito—dijo una vez más
calmada—. Ni siquiera yo estoy tan loca, ¿sabes?
—Eso es lo que tú dices —replicó Rego con una sonrisa—. Yo, desde el
primer momento que te vi, con esa ropa tan extraña y esa mascara siniestra,
proponiéndome una aventura y asegurándome que podías hacer lo imposible, ya
supe que estabas como una cabra. Sólo te he acompañado para ver cuando perdías
el último tornillo.
Bant volvió a reír, esta vez con fuertes carcajadas. Al principio Rego se
limitó a escucharla, maravillado del sonido de su risa sin ninguna máscara que
le agravase el tono. Luego, contagiado por su buen humor, no pudo evitar reír
con ella.
—Sabes de sobra que no soy perfecta, Rego —dijo Bant, medio risa medio en
serio. Sin embargo, tras una breve pausa, pronunció unas palabras tras las que
se adivinaba un profundo dolor: —He cometido errores, y el peor de todos ellos
es no haber encontrado un modo de evitar que Grim muriese.
—Podría decirte que no fue culpa tuya, pero eso no te ayudaría,
¿verdad? —preguntó Rego. Sin
esperar respuesta, continuó hablando. —Hazlo mejor. La próxima vez que te enfrentes
a una situación parecida, esfuérzate más, piensa diferente o para variar, pide
ayuda a tus amigos, y lo harás mejor. Si eres tú, estoy seguro que lo
conseguirás.
Rego se sintió un tanto incómodo, incluso avergonzado, tras soltar ese
sermón a Bant. No era propio de dar él dar consejos -estaba mucho más
acostumbrado a estar en el lado que los recibe-, pero, por esta vez, sentía que
era lo adecuado.
Además, Bant no parecía enfadada, así que no debía haber dicho más
tonterías de lo normal. O quizás había dicho tantas que se había quedado sin
palabras, muda, y ahora estaba…
—Gracias, Rego —dijo Bant, interrumpiendo su cadena de pensamientos—. Por
todo. Buenas noches.
Calló un momento y Rego pensó que iba a añadir algo más, pero entonces se
dio la vuelta para dormir.
—Buenas noches, Bant.
Sí, ya va siendo hora de dormir o
mañana estaré hecho polvo, pensó Rego lanzando un bostezo. Empezaba a notar
un agradable calor recorriendo su cuerpo, por lo que no creía que esta vez le
costase conciliar el sueño. Sólo faltaría
que me quedase dormido cuando Bant desafié a Leyre.
Sin embargo se quedó un rato más con los ojos abiertos, en la oscuridad,
observando el contorno de la figura de Bant y pensando por primera vez que,
quizás, ser su amigo no era todo lo que él quería.
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