Estirado en la cama de su habitación, Rego repasaba mentalmente las
consecuencias de su decisión. Aliándose con Leyre había conseguido que le
sacasen de esa oscura celda, y ahora tenía una enorme habitación en el castillo
de la reina sólo para él. Una cama cómoda, comida caliente y un enorme ventanal
que le proporcionaba unas hermosas vistas de la ciudad. Eso era un punto a
favor de su decisión de unirse a la Reina de Invierno. El segundo era que ya no
habría más mentiras ni secretos, y el tercero que podría hacer servir su
bendición para salvar muchas vidas. En total, tres puntos.
Que su habitación estuviese vigilada en todo momento por dos guardias y
que no le dejasen salir, era un punto en contra. La sensación de culpa que
arrastraba desde que había traicionado a la enmascarada, aunque intentase
justificarse a si mismo diciéndose que ella sólo le había utilizado, era otro.
Y que no pudiese volver a ver nunca más a Bant ni a escucharla reír sumaban dos
más, lo que hacían un total de cuatro puntos.
Es decir, tres puntos a favor contra cuatro en contra. Claro que la
mayoría de puntos en contra de la decisión que había tomado se basaban en
motivos puramente sentimentales, con los que resultaba difícil razonar. La
verdad es que había confiado de verdad en Bant, mucho más que en Missa, a pesar
de que a ella la había conocido durante mucho más tiempo. Su engaño por tanto
le resultaba mucho más doloroso, tanto que su corazón se resistía a creérselo.
—¿Así que yo era tu amigo, no, Bant? —dijo para sí mismo, poniendo voz a
sus pensamientos—. Me pregunto si te costó mucho fingir tu amistad, si cuando
me sonreías en realidad me despreciabas o simplemente lo hacías porque era
necesario para lograr tus fines. O si, después de todo, decías la verdad.
Lanzó un profundo suspiro. Puede que el dolor al sentirse utilizado
también le hubiese cegado de otra manera, ya que había aceptado sin pensárselo
dos veces la oferta de Leyre, ¿pero realmente podía confiar en la Reina de
Invierno, una mujer más fría que el hielo y que inspiraba temor con uno sólo de
sus gestos? ¿De veras su ayuda serviría para disminuir el número de muertes de
la próxima guerra, o eso no era más que otra mentira? Era una pieza más en el
juego de las conquistas de los poderosos, un juego en el que, a pesar de su
posición como heredero, ni quería ni sabía cómo jugar. No sabía qué demonios
hacer. Ojalá tuviese a Bant a su lado.
Vaya, cada vez me parezco más Narses
cuando se enamoró de Missa.
Unos golpes en la puerta le apartaron de esos deprimentes pensamientos.
—Señor, vamos a entrar —dijo alguien al otro lado de la puerta.
Rego le respondió con un escueto “Adelante”, después de todo no podía
hacer nada para impedirlo. Se puso de pie y se arregló un poco la arrugada ropa
para tener un aspecto presentable de cara a esta imprevista visita.
Tres hombres pasaron a su habitación, los dos guardias y otro más que se
colocó delante de ellos. Con una capa de escamas que lo distinguía como uno de
los líderes de clan, este último individuo era tan delgado que parecía que
pudiese romperse con un fuerte viento, pero se movía con confianza y autoridad.
Sonreía amablemente, pero en sus ojos había un destello de malicia.
—Saludos, heredero de Aquaviva —dijo haciendo una pequeña reverencia—. Mi
nombre es Bayou, y soy el líder del clan del Kraken. Es un placer conocerte.
—Lo mismo digo, Bayou. ¿Qué quieres de mí?
—Verás, es que ahora que te has aliado con nuestra querida Reina, hay una
cuestión que me gustaría consultar contigo. ¿Qué crees que deberíamos hacer con
la espía?
Enarcó una ceja, sorprendido y un poco inquieto. El tono con el que
hablaba Bayou era tan zalamero y a la vez siniestro que le estaba poniendo los
pelos de punta.
—¿Qué espía?
—La mujer que trabajaba para el heredero de Nagareth. Missa se llamaba,
si no tengo mala memoria. Normalmente, en el Norte, a los espías les damos
treinta azotes, y después los dejamos colgando de unas jaulas en las murallas
con las heridas abiertas y sangrando, hasta que mueren de sed. Por supuesto, no
enterramos sus asquerosos cadáveres hasta que los cuervos sólo han dejado los
huesos. Eso es lo que hacemos normalmente —remarcó con naturalidad, indiferente
ante la expresión de horror que mostraba Rego—, pero dado que ahora eres
nuestro aliado y que tú eres el perjudicado con su crimen, creo que sería justo
que fueses tú quien decidiese su castigo. ¿Qué opinas?
Tragó saliva. Sí, Missa era una espía y había trabajado pasando
información sobre él, pero en absoluto estaba dispuesto a que le hiciesen esas
atrocidades. Aunque sólo fuese en honor de los buenos momentos que habían
pasado juntos, no podía consentirlo.
—No le pondréis un dedo encima a Missa. Por supuesto será juzgada —añadió
al ver la sorpresa en el rostro de Bayou—, pero en Aquaviva, mi propio ducado.
Es lo más justo.
El líder del clan Kraken asintió, comprensivo.
—Como quieras, estás en todo tu derecho —dijo con gran cortesía—. Y
estaremos encantados de entregártela, pero a cambio queremos una cosa, algo sin
importancia, no te preocupes. Estoy seguro de que no te supondrá ningún
problema.
—¿Qué queréis, Bayou?
—Tu vida —dijo el líder del clan Kraken, con la misma naturalidad que si
le hubiese pedido unas monedas para tomar una copa. -Muere y no le haremos nada
a Missa.
—¿Qué..? Tiene que ser una broma. Fue ayer mismo cuando Leyre dijo que
necesitaba mi ayuda, ¿y ahora me sales con esto?
Pero nadie reía en la habitación. Bayou sonreía, pero su sonrisa era la
misma que tienen los gatos cuando juegan con el ratón antes de comérselo, fría
y cruel. Y los guardias lo contemplaban impasibles, con la punta de sus largas
y afiladas lanzas brillando amenazadoramente.
—No sé cuáles eran las intenciones de mi reina, quizás haya cambiado de
idea o puede que la ayuda que tenías que ofrecer no era otra que entregar tu
vida. Porque lo cierto es que vas a morir aquí, Rego. La Reina de Invierno lo
quiere así —anunció Bayou, tan tranquilo como si estuviese diciendo la hora y
no declarando una sentencia de muerte—. Tú eliges cómo, puedes hacerlo fácil y
no resistirte, con lo cual será rápido, poco doloroso, y además liberaremos a
tu amiga, o puedes optar por el camino difícil y resistirte. Acabarás muriendo
igual, pero sufrirás más y Missa recibirá el castigo que se merece.
Lo decía en serio, terriblemente en serio. Rego se quedó congelado,
demasiado impresionado para decir nada; no acababa de creerse lo que estaba
pasando. No podía ser, pensó, no puede estar hablando de asesinarme así,
como si sólo fuese una tarea más en su agenda. Su rostro palideció y su
frente se cubrió con un sudor frío al mirar a los guardias armados, quienes no
dudarían ni un segundo si les ordenaban asesinarle.
Apretó los puños con fuerza. No, no moriría, no podía morir, no sin ver
antes a Bant para hablar con ella y pedirle que, por una vez, le dijese la
verdad. La verdad sobre su amistad, la verdad de lo que sentía por él. Se
concentró, respirando hondo para tranquilizarse. Podía hacerlo. Tenía su
bendición que le protegía, utilizaría su poder para salir vivo de esta
situación. La magia que le protegía se ocuparía de que él fuese feliz.
—Sólo una cosa más —dijo Bayou, sacando una carta de su chaqueta y
tirándosela a Rego, quien la atrapó al vuelo por puro instinto—. Ése es un
mensaje de la Reina de Invierno en persona, ¿serías tan amable de leerlo?
Extrañado ante lo insólito de la petición tras haberle condenado a
muerte, Rego se quedó mirando la carta, un tanto reticente a abrirla. Pero sólo
era una carta, ¿qué peligro podía suponerle? Y así ganaría tiempo para
concentrarse.
La abrió, y recogió la nota de su interior, para leerla para sí
lentamente. Su mano temblaba mientras lo hacía, y cuando acabó de hacerlo cayó
de rodillas al suelo, con lágrimas en los ojos y sin fuerzas para levantarse.
Bajó la cabeza y con la voz de un condenado dijo:
—Matadme, por favor.
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