lunes, 10 de agosto de 2015

Capítulo 23 (Parte 1) - Bant

Para Rego toda la escena sucedió como si el tiempo se hubiese ralentizado. Vio el camino hacerse pedazos debajo suyo, las piedras cayendo hacía las profundidades del abismo, mientras su caballo intentaba inútilmente hacer pie en medio del desastre. Se vio a si mismo alargar el brazo mientras caía, agarrándose por puro instinto a un débil saliente, entre los relinchos de desesperación de su caballo que se precipitaba hacia el vacío. Soltó un quejido de dolor cuando los músculos de su brazo se tensaron para soportar su peso.




—¡Dame la mano, rápido!
Bant estaba sobre él, estirada al borde del destrozado camino de una manera extraña, como de costado, al tiempo que alargaba su mano para intentar agarrar su brazo suelto. La miró sorprendido de la velocidad con la que debía de haberse movido, pero entonces reparó en que ya llevaba un rato colgado del saliente. Se notaba confuso, aturdido por el repentino accidente; no medía bien el paso del tiempo.
—¡Vamos, Rego!
La urgencia en la voz de la enmascarada le despertó de su confusión. Tenía que moverse, alzar el brazo hacía Bant antes de que el saliente al que se agarraba cediese. Tenía que hacerlo, rápido o… ¿O qué? ¿O moriría, dando fin a toda una vida en la que no había hecho otra cosa que manipular a los demás para su propio bien? Quien sabe como serían ahora las personas que le habían tratado si no hubiesen estado bajo la influencia de su bendición que las cambiaba sin remedio.0 Quizás sería mejor si simplemente se dejase caer.
—Rego, por favor. Dame la mano.
Alzó la cabeza, sorprendido. Había notado el miedo en las palabras de Bant, miedo por él, y al final fue eso lo que le hizo decidirse. Se agarró con fuerza a su mano, y con su ayuda consiguió regresar al camino, quedándose sentados el uno al lado del otro respirando con fuerza.
—Idiota —exclamó Bant, dándole un puñetazo que le hizo girar la cara, más por la sorpresa que por la fuerza que había usado—. ¿Por qué no cogías mi mano?
—Yo… lo siento, Bant.
Se llevó la mano a la mejilla dolorida, sin saber qué decir.
—Podías haber muerto, Rego. ¿En qué demonios estabas pensando? —le preguntó con tanta furia que Rego miro hacia otro lado, arrepentido—. No he pasado por todo esto, por tantos sacrificios y sufrimientos, para ver como pierdo a otra persona a la que quiero.
Arrojó la máscara a un lado para limpiarse las lágrimas que empezaban a brotar de sus ojos. Rego se le acercó con cautela, y lentamente la rodeó con sus brazos para consolarla.
—Lo siento, Bant.
Esto es lo que significa no ser feliz , pensó Rego, tener viejas heridas que nunca acaben de cerrarse.
Continuaron su viaje en el caballo de Bant, sin decir palabra alguna de lo que acababa de suceder, cabalgando con los ojos atentos en el camino de montaña para evitar los trozos en más mal estado. Al cabo de un par de horas llegaron a un pequeño asentamiento de nombre Olvus; poco más que cuatro casas a las afueras del hogar del clan del Wyvern pero que estaba en constante crecimiento debido a su proximidad a la Reina de Invierno.
Obreros y albañiles se movían de un lado a otro, así como carpinteros y mozos de carga transportando sacos de material para la construcción de nuevos edificios. Grupos de jóvenes paseaban, sin más propósito aparente que pasar el rato charlando con los amigos y saludar a los trabajadores; y grande era el alboroto que salía de la única posada del pueblo. Para ser tan pequeño, era mucha la vida que se respiraba en Olvus.
Ante tanta gente a su alrededor, todos tan activos como las avispas de un panal en pleno verano, Rego se animó un poco. Aún se sentía culpable por su bendición y por todo lo que ésta había hecho para que él siempre se sintiese feliz, pero en medio de la multitud de personas se sentía uno más, una persona corriente como ellos.
Pero entonces, mirando de más cerca, vio las sombras de preocupación bajo los ojos, las sonrisas amargas y los rostros serios y sin alegría de los niños. Esta gente…
—Bant, todas estas personas son refugiados de guerra, ¿verdad?
—Eso parece. El conflicto que enfrentaba a los clanes contra Leyre ha durado muchos años, arrasando pueblos y ciudades a su paso. Los caminos se dejaron sin mantenimiento, se abandonaron los campos y la gente huía de sus propios hogares en un intento de salvarse de la guerra. Supongo que con el paso del tiempo y al ritmo que aumentaban las victorias del clan del Wyvern era normal que los refugiados se reunieran en sus tierras, donde creían estar más seguros.
—Y todo esto —indicó Rego, mirando a la multitud de personas desplazadas de sus hogares, supervivientes de un horror del que no tenían ninguna culpa—, por que unos nobles en los sillones de sus castillos tuvieron miedo de una niña.
—Sí —fue todo cuanto dijo la enmascarada.
Rego no dijo nada más, contemplando en un silencio avergonzado a una mujer a la que le faltaba una pierna y caminaba con la ayuda de un bastón. Cuando era un niño se imaginaba las guerras como algo glorioso, un combate épico en que los buenos siempre ganaban a los malos y traían la paz y la esperanza a la gente. Ahora, tras viajar por el Norte y ver los efectos de tan largo conflicto, entendía que no había ni buenos ni malos, que las guerras sólo respondían a los oscuros motivos de aquellos en el poder y que las pobres gente sólo querían que les dejasen vivir sus vidas en paz.
—Vamos —dijo Bant, poniendo la mano sobre su hombro y señalando a una posada—.  Hemos tenido un viaje muy duro y nos conviene descansar, sobre todo a ti, Rego. Mañana continuaremos hacia Fenris.

Asintió con la cabeza, dando la razón a la enmascarada. Había sido un día muy largo y necesitaba descansar.

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