martes, 21 de julio de 2015

Capítulo 22 (Parte 1) - La mano que mueve los hilos

Aún con los abrigos, bufandas y gorros que se habían comprado en un pueblo por el camino, Rego podía sentir como el frío calaba en sus huesos. En el resto de los siete ducados ya era verano, pero en el Norte no había lugar para el calor, sólo para el gélido viento que cortaba la piel, las tormentas de nieve y las largas noches de oscuridad. Así que mientras que en el vecino ducado de La Tierra de las Espadas los hombres sudaban bajo el ardiente Sol, en el Norte el mismo suelo parecía helarse bajo sus pies.




—¿Falta mucho?
—Un par de horas más, creo.
Rego torció la cara en un gesto de fastidio y enterró la cabeza aun más en el cuello de su abrigo. Tenía frío, estaba cansado, le goteaban mocos de la nariz y estaba aburrido del paisaje. Nieve por aquí, nieve por allá, y para rematarlo copos de nieve que caían continuamente. Hacía horas que no veía ningún animal, por no hablar de un árbol como los dioses mandan, sano y con todas sus hojas verdes rebosando vida. Aquí sólo había arbustos, secos y todo espinas, y unos árboles horribles que parecían un esqueleto de ramas y hojas parduzcas.
El Norte resultaba un lugar deprimente. Rego estaba seguro que entre el clima y las vistas acabaría enfermando, un resfriado o algo peor. Justo en ese momento estornudó tan fuerte que su caballo giro la cabeza para mirarle, sorprendido.
Gracias, cuerpo mío, pensó con sarcasmo, por confirmar mis temores.
—Lo que no entiendo es que se nos ha perdido en ese monasterio, Bant —dijo mientras se sonaba la nariz, para luego limpiarse la mano en un costado del caballo—. ¿Por qué no vamos directamente a ver a Leyre en vez de estar dando vueltas con este tiempo?
—Porque quiero averiguar algo.
—¿Qué?
La enmascarada no respondió al momento, y Rego comprendió que estaba decidiendo si explicarle o no sus motivos. Antes de su parada en la posada de La Bota Sedienta seguramente se hubiese callado o le hubiese dado largas, pero ahora su relación había cambiado y Bant confiaba más en él. Rego contaba con que la cantidad de secretos entre ambos bajasen a lo normal entre dos amigos.
—El monasterio al cual nos dirigimos contiene la biblioteca más grande de los siete ducados —explicó Bant—. Hay miles de libros y pergaminos que se remontan hasta la era del reino, y en alguno de ellos espero encontrar la información que no estaba en mi ducado. Desgraciadamente durante la Guerra de los Magos muchos libros  de la biblioteca se perdieron, aunque lo que queda sigue siendo una fuente valiosísima de conocimiento.
—Ajá —respondió Rego.
Rego sabía por sus clases de historia que en la antigüedad Nagareth no era el páramo yermo y estéril que era ahora. En aquellos lejanos tiempos había una comunidad de magos que vivían en el ducado, y como era natural tenían interés en mantener una biblioteca adecuada para sus estudios. Por desgracia, luego llegó la Guerra de los Magos y, por lo que Rego sabía, la biblioteca había resultado casi destruida por completo.
            —¿Qué es lo que quieres averiguar?
—Quiero saber que sucede cuando dos bendiciones se enfrentan la una contra la otra—. Al ver la mueca de desconcierto de Rego continuó explicando. —Las bendiciones siempre ofrecen máximos: el jinete más rápido, la mujer más bella, etc. ¿Pero qué pasa si dos bendiciones con efectos contrarios se enfrentan entre sí, cuál de ellas ganaría?
La enmascarada se lo quedó mirando como si esperase una respuesta, pero Rego no se encontraba en las mejores condiciones físicas como para pensar con claridad. Además, ahora mismo estaba usando toda su concentración en imaginarse en un sitio calentito, a resguardo del viento y a poder ser con una buena cerveza. Caliente también.
—Te pondré un ejemplo para que lo entiendas. Imagínate que un heredero recibe la bendición de ser capaz de detener cualquier golpe, por fuerte que sea. Y otro es bendito con que sus golpes siempre darán en el blanco. ¿Qué pasa cuando esos dos se enfrentan?
—Ah, ya veo por donde vas —dijo Rego, iluminando su rostro ante el descubrimiento—. Es como ese acertijo antiguo: “¿Qué sucede cuando el martillo imparable golpea el escudo indestructible?”
—Sí, exacto. Tengo una teoría de lo que pasaría, pero necesito confirmarla antes de enfrentarme a la Reina de Invierno.
Era una pregunta interesante, y Rego sentía curiosidad por saber la respuesta. Además, que Bant quisiera saberla implicaba que en esta ocasión esperaba enfrentarse a un desafío mayor que en sus anteriores retos a los herederos, uno ante el cual tuviese que hacer servir todos los poderes de esa misteriosa y secreta bendición que le protegía.
Incluso sufriendo el viento gélido y la fría y húmeda nieve sobre sus hombros, Rego sonrió con expectación ante la aventura que se avecinaba.

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