lunes, 22 de junio de 2015

Capítulo 20 (Parte 2) - La espada decide

Incluso para alguien con tan poca experiencia en duelos como Rego resultaba evidente que no era un combate igualado. Bant era un excelente espadachín, con una destreza que parecía rivalizar con las tropas de élite de su padre, el duque de Aquaviva. Dominaba las bases de la esgrima, sabía cómo mover los pies e incluso con sus ropas holgadas y la máscara que le dificultaba la visión era tan ágil como una mangosta plantando cara a una víbora.






            Pero a pesar de toda su habilidad, Grim era muy superior. Más fuerte, más rápido, más diestro. Sus ataques se sucedían a un ritmo frenético, encadenados con una fluidez y una maestría tan grande que cuando acababa una maniobra la otra ya estaba empezando, sin pausa, sin respiro. Certeras estocadas, poderosos mandobles, engañosas fintas seguidas por golpes tan veloces que Rego apenas podía verlos. Ante una exhibición de destreza tan majestuosa, tan hermosa, el heredero de Aquaviva sólo pudo tragar saliva, tan impresionado que durante unos segundos incluso se olvidó de respirar.
            Creía que Grim se iba a dejar ganar, pensó Rego, estremeciéndose involuntariamente cuando un poderoso mandoble mandó a Bant trastabillando hacia atrás un par de metros, aun habiendo bloqueado correctamente el golpe. Está claro que me equivoqué.
            Sin embargo el enmascarado resistía, mostrando una determinación y resistencia que no desmerecían a la de su oponente. El sonido de las espadas entrechocando entre sí resonó con fuerza en el jardín durante unos minutos.
            Un fugaz revés de Grim logró al fin atravesar las defensas del enmascarado, causándole un corte en la pierna derecha y provocando una exclamación de temor de Rego. Bant se llevó la mano a la herida, manchándose el guante con su sangre, para comprobar su gravedad. Por suerte no era más que un rasguño, pero parecía que el enmascarado ni lo había visto venir.
Mala señal, pensó Rego, mala señal.
El combate se reanudó con un torbellino de violentos ataques de Grim, ante los cuales Bant no pudo hacer otra cosa que retroceder mientras se defendía tan bien como podía. Pero por más desesperada que fuese su defensa, por más rápido que se moviese para apartarse de su rival, Grim le perseguía y le acosaba constantemente sin darle tiempo a descansar. Un quejido de dolor salió de los labios del enmascarado cuando la espada de Grim le rozó en el hombro, y otro más le siguió cuando recibió una fuerte patada en las costillas que le hizo retroceder hasta el límite del círculo.
Cansado y con la respiración agitada, el heredero de Nagareth se llevó una mano a su dolorido costado, mientras que con la otra sostenía la espada ante su rival para que no se acercase. Al menos tras este último ataque había conseguido separarse, ganar algo de espacio para recuperar fuerzas por un momento y pensar qué hacer.
—Es inútil —mencionó el maestro de armas, más para si mismo que para Rego. —Nada funcionará contra Grim.
Cogiendo aire, el enmascarado flexionó levemente las rodillas y se colocó de perfil contra su oponente, la punta de su espada apuntando directamente contra el pecho de Grim.  Entonces, cuando su respiración recuperó la cadencia habitual, cargó.
Las estocadas eran tan rápidas que Rego sólo podía ver un borrón plateado golpeando una y otra vez la enorme figura de Grim. Pero el heredero de La Tierra de las Espadas se deslizó entre ellas como si su cuerpo fuese de agua y no de carne y hueso, esquivándolas con una increíble facilidad para contraatacar justo cuando Bant retrocedía, golpeándolo en la cabeza con su puño en vez de con la espada para sorprenderle. El enmascarado fue a parar al suelo.

En su posición como testigo, Rego observaba el duelo con el corazón en un puño. Vio como Grim avanzaba prudentemente hasta su amigo caído, y, tras comprobar que no era ninguna trampa y que el enmascarado se había desmayado de verdad, alzó la espada para ejecutar el golpe que acabaría con su vida.
No, no puedes morir. ¡Levántate, lucha!
—¡Bant! —gritó Rego, un grito que cargaba con toda su desesperación, con todo su deseo de que su amigo sobreviviese a este duelo. Ignorándole, Grim bajó su espada dispuesto a acabar la batalla.
Pero sólo toco tierra. El enmascarado se giró en el último momento y evitó el golpe mortal, rodando por el suelo hasta que estuvo a suficiente distancia del heredero de La Tierra de las Espadas como para ponerse de pie, a salvo.
Rego soltó un suspiro de alivio al ver que su amigo conseguía salir con vida, aunque daba la impresión de que tan sólo había logrado aplazar lo inevitable. Agotado, herido y casi sin fuerzas, el heredero de Nagareth tenía que servirse de una de las espadas clavadas en la periferia del círculo de combate para mantenerse en pie. A unos metros de él, sin ninguna herida y con tan sólo una fina capa de sudor que traicionaba su aspecto descansado, Grim alzó de nuevo su espada.
El mundo pareció detenerse mientras los dos herederos se preparaban para el final del combate. Entonces el espadachín que no podía perder un duelo atacó, una estocada tan rápida como una centella estuvo a punto de atravesar el pecho del enmascarado cuando éste consiguió rechazarla a un lado con un último estallido de fuerzas. Grim se sorprendió tan sólo durante una fracción de segundo ante esta inesperada reacción, pero ése era todo el tiempo que el enmascarado necesitaba para atrapar su arma con su mano izquierda. Ésta era una acción a la desesperada y que a cualquier otro espadachín no le hubiese servido de nada, además de costarle un par de dedos como poco; pero Bant vestía las ropas de los mineros de su tierra y eso incluía sus resistentes guantes de cuero, diseñados para soportar las duras condiciones de las minas. Aún así, no aguantarían durante mucho tiempo el afilado filo de una espada.
Pero si el suficiente.
El arma del heredero de Nagareth atravesó a Grim, acabando el combate de la única manera que podía acabar: con una muerte.
Rego no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa ante el resultado del duelo, aliviado y horrorizado a la vez. Sin poder contenerse salió corriendo para ayudar a su amigo herido mientras el maestro de armas apretaba con fuerza los puños, el brillo de unas lágrimas naciendo en sus ojos.
Rego no tenía ni idea de cómo lo había conseguido pero Bant había vuelto a ganar un desafío. En cualquier caso eso no era lo importante; lo importante es que seguía vivo.
—No te sientas culpable. Así es como debía ser

Estas fueron las últimas palabras que dijo el heredero de La Tierra de las Espadas, rodeado por los brazos del enmascarado. Su vida se escapó mientras su sangre regaba el mismo suelo que había visto morir a su hermano, entre los llantos apagados de Bant.

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