martes, 26 de mayo de 2015

Que los bardos cuenten mi historía

            Con mi muerte me convertiré en un héroe. Yo, el paria, el traidor, conseguiré con mi sacrificio lo que jamás hubiese conseguido con mi vida: un hueco en las historias de mi pueblo.




            Sonreiría si pudiese, pues sólo yo aprecio la ironía de este hecho. Las historias de mi pueblo son de sangre y fuego y yo soy todo menos eso. Soy comedia, soy amor, soy drama. Soy el chiste malo que te arranca una carcajada, el amor sucio e imperfecto que te deleita en secreto, el tesoro que aguarda en la guarida del monstruo. Soy… soy una mentira, ¿pero no es una mentira hermosa preferible a una decepcionante verdad?
            Da igual. Soy muchas cosas, pero todas ellas acaban hoy.
            Ya puedo olerles. El aceite de sus máquinas, el frío acero con el que encierran a los espíritus de mis hermanos caídos. Están cerca, muy cerca. Suelto un rugido y estiro mis alas en toda su envergadura, preparándome para la batalla. No espero ganar, pero sí conseguir tiempo para que los míos huyan con los heridos y las crías.
            Me lanzo a la batalla, mis garras afiladas contra su metal, su entrenamiento contra mi salvaje instinto. Derribo a uno de los gólems contra el suelo, pero dos más me rodean al instante. Me hieren, rompiendo mis escamas y hendiendo mi carne con sus armas. Pronto le sigue otro ataque, y luego otro más, y la sangre brota, caliente y espesa.
            Esta es la historia de un viejo y tonto dragón
            En medio de la lucha no hay dolor, sólo cansancio, agotador y devastador cansancio. Sería tan fácil rendirme, tumbarme y esperar a que todo acabe… Pero  ese recuerdo, esa estúpida cancioncilla de antes de la guerra que resuena en mi cabeza me mantiene despierto.
            que ama a los sueños y vive de ilusión.
            Cojo aire y suelto mi aliento de fuego, haciéndoles retroceder y ponerse a cubierto. He ganado espacio y tiempo para recuperarme, tiempo para mis hermanos.
            Pobre, pobre, tonto dragón,
            Huyo y golpeo en un desesperado juego del gato y del ratón, cada vez más débil, cada vez más cansado. Tengo un golpe de suerte cuando uno de mis zarpazos destroza la pierna de uno de los gólems, pero ya es demasiado tarde. Mis viejos y gastados ojos, incapaces de leer ni una sola línea más, no reparan en mi otro oponente.
Apenas siento un cosquilleo cuando su espada perfora mi corazón.
            que no naciste soñador.

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