Para Rego aquella estaba resultando ser una de las noches más difíciles
de su vida. En la misma habitación, separada de él por tan sólo una fina
cortina que dividía el dormitorio en dos, se encontraba la mujer más bella del
mundo. Su presencia era como un martilleo constante sobre su cerebro que
repetía una vez y otra el mismo nombre: Helena, Helena, Helena. Se llevó las
manos a la cabeza en un intento de controlarse, los dedos crispados, los
dientes apretados con fuerza. Sus emociones debían ser suyas, no podía dejar
que nada, ni siquiera la bendición de la gran maga, las controlase.
Si me llegan a decir que lo pasaría
así de mal en la habitación de una mujer no me lo hubiese creído, pensó
haciendo una mueca de dolor. Si no fuese porque estaba obligado como testigo
del desafío, saldría corriendo sin dudar ni un segundo.
No podía ni imaginarse la presión que debía estar soportando Bant, a
solas con la heredera al otro lado de la cortina. Sólo unas pocas velas
iluminaban el dormitorio, pero era suficiente con ver la figura de Helena, una
mera silueta contra la cortina, para volverle casi loco. Los largos cabellos
que se moriría por acariciar, sus sensuales curvas que el provocador vestido
que llevaba no hacía sino resaltar más, el aroma de su cuerpo a frescor y
primavera, tan embriagador que le estaba volviendo loco… Había una infinidad de
detalles que se podían adivinar en las sombras con un poco de imaginación, y en
esos momentos su imaginación volaba.
Aun así Rego sabía que esta no era una de esas situaciones en las que la
mente embellece la realidad, sino al contrario. Allí estaba la mujer cuya
belleza ningún hombre podía resistir, una belleza que superaba de mucho todo lo
que su mente pudiese imaginar. Tenía que hacer servir toda su fuerza de
voluntad tan sólo para mantenerse dueño de sus emociones, para seguir siendo él
mismo.
— ¿Sabes una cosa, enmascarado? —preguntó Helena mientras se quitaba el
vestido para quedarse en ropa interior, desvistiéndose con una calma e
inocencia que pondría a prueba los nervios de cualquier hombre—. He conocido a
gente como tú anteriormente, hombres con una fuerza de voluntad de hierro y que
nunca exteriorizaban sus emociones. Estaban convencidos de que podían resistir
mis encantos; creían poder vencer el poder de la bendición que me protege.
— Pero
no era así, ¿verdad? —preguntó el enmascarado.
— No, no era así —respondió la
heredera con un suave susurro—. Ningún hombre se ha resistido nunca a mis
encantos. Con trece años mi propio tío me declaro su amor incondicional, un
hombre que me conocía desde niña y para el cual yo siempre había sido como una
hija. Pero un día no pudo resistirlo más y cayó preso de mi belleza, sus
antiguos sentimientos suprimidos, destruidos por el fuego de la pasión. ¿Y
sabes qué es lo más divertido de todo?
— No
tengo ni idea.
— ¡A mi tío ni siquiera le gustaban las mujeres! —añadió entre risas, un
sonido delicioso que le hizo cosquillas en el oído a Rego—. Y eso que por aquel
entonces no era más que una sombra de lo soy ahora.
— Ya veo —dijo el enmascarado—. Pero, ¿por qué, Helena?
— No te entiendo —respondió desconcertada—. ¿Qué quieres decir?
— ¿Por qué juegas así con los sentimientos de la gente? ¿Cómo has llegado
a este punto en qué las personas no son más que juguetes en tus manos?
La encantada y deliciosa risa de la heredera sonó de nuevo por toda la
habitación.
— No sé qué decirte, heredero de Nagareth. Puede que hace años, cuando yo
no era más que una adolescente, ya me diese cuenta de que nadie veía en mí más
allá de mi belleza, que con un rostro como el mío y mi bendición todos me ven,
pero nadie me escucha. Puede que me diese cuenta de eso y me rindiese ante el
hecho de que nunca seré nada más que la mujer más hermosa del mundo. O —continuó,
acercándose al enmascarado— puede que simplemente me divierta tener a todo el
mundo adorándome. ¿Qué respuesta prefieres tú?
De un suave pero inesperado empujón tiró a Bant sobre la cama, para a
continuación sentarse a horcajadas sobre él.
— Puedes escoger entre la chica
desgraciada e inocente, condenada por su propia bendición, o la heredera egoísta
a la que sólo le importa ella misma. ¿Cuál te gusta más? En el fondo las dos
son la misma persona—. Acercó su rostro al del enmascarado heredero, despacio,
hasta que sólo unos escasos centímetros los separaron. — ¿Qué quieres que haga, heredero de Nagareth?
Rego apretó con fuerza las manos contra su cabeza; podía sentir como la
bendición, respondiendo a los deseos de Helena, tiraba de sus emociones con más
intensidad que nunca. Deseo, amor, adoración, lealtad… Los sentimientos le
golpeaban uno tras otro, sembrando el caos en su interior, amenazando con
convertirle en uno más de los devotos seguidores de la heredera de La Costa
Verde.
No… No lo permitiré. Nadie me
arrebatará mi libertad. Nadie.
Lo más horrible de todo, lo más terrorífico, es que este poder ni
siquiera iba dirigido contra él, sino contra Bant. Él sólo tenía la mala suerte
de estar en la misma habitación.
Podía ver como el enmascarado se
revolvía debajo de Helena intentando escapar de su presa, pero era inútil.
¿Dónde estaba la fuerza y la decisión que había mostrado en los otros desafíos?
Le habían abandonado, cómo estaba a punto de fallarle su determinación a Rego.
¿Qué esperaba? No se podía luchar contra una bendición. Su poder era absoluto. No puedo más…
Y sin embargo, podía. Mil tambores
parecían golpear su cabeza, su corazón latía desbocado y respiraba sin control,
pero seguía siendo él mismo. Sus pensamientos eran suyos. Estaba seguro.
— Basta.
Una única palabra, pero que sonó como un martillazo. Helena retrocedió y
cayó de la cama soltando un quejido de dolor. El heredero de Nagareth se puso
de pie y le dio la mano para ayudarle a levantarse.
— No
puedes seducirme, Helena. He vencido a tu bendición.
Rego no podía creérselo. Y por la actitud de Helena, que contemplaba sin
moverse la mano del enmascarado, ella tampoco.
— ¡Es imposible que te resistas! —gritó
con un deje de desesperación en su voz, una nota de histeria que,
sorprendentemente en ella, resultó todo lo contrario a encantador—. Todos los
hombres caen ante mi belleza, es así. Es un hecho, tan cierto como que el Sol
sale todos los días. ¿Resistes por tu propia bendición, la bendición secreta
que te dio la maga? Eso podría explicarlo.
Apoyándose en el brazo de Bant se puso en pie, pero no soltó al heredero.
— Claro
que puede ser simplemente que esa máscara que llevas no te deje ver.
En un instante y sin que el heredero de Nagareth se resistiera, Helena le
arrebató su máscara. Su rostro estaba al descubierto por primera vez desde que
empezaron su aventura, pero Rego no podía verlo debido a la oscuridad y a la
cortina que se interponía.
— Pero qué…—, exclamó la heredera de La Costa Verde antes de estallar en
unas sorprendentes carcajadas que duraron varios minutos. Rego no tenía ni idea
de qué estaba sucediendo, y seguía sin tenerla cuando Heleana finalmente se
calmó y con las manos aun temblorosas por la risa le devolvió la máscara a Bant.
— Eres una persona astuta y tramposa, heredero de Bant. Cuánto te debes
de haber reído con todo esto, oh sí. Me has pillado, a mí y a todo el mundo —dijo
admirada—. Desde luego has resultado ser el más interesante de mis invitados.
Bant se puso su máscara antes de responder.
— Puede ser, Helena. ¿Pero he ganado el desafío, verdad?
— Sí, y tanto que sí. La Costa Verde es tuya.
— ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó un tanto incrédulo Bant—.
Hasta ahora he derrotado a dos herederos, y ninguno de ellos renunció a su
ducado con tanta calma como lo has hecho tú. Casi parece que no te importe,
Helena.
La heredera se estiró sobre la cama y lanzó un bostezo de cansancio.
— Y es que no me importa, Bant. Llevar un ducado es un trabajo muy
pesado, responsabilidades por todas partes, quejas, aburridas negociaciones
diplomáticas… es todo tan cansado —bostezó
de nuevo, como si sólo con pensar en los deberes de un duque ya le entrase
sueño—. Seguro que tú lo harás mucho mejor de lo que yo podría. Por mi parte,
gracias a mi bendición puedo aspirar a un futuro mejor y mucho más cómodo; por
eso organicé esta cena, para librarme de esta carga. Además —añadió con la
mirada perdida en el techo de la habitación—, ya hace tiempo que nadie esperaba
gran cosa de mí. No soy como tú o la Reina de Invierno, yo no soy fuerte. Sólo
soy una mujer hermosa.
Una pequeña pausa, un silencio que se alargó durante un latido de
corazón.
— La
mujer más hermosa del mundo.
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