De noche Magrata era la ciudad más triste y solitaria que Rego había
visto jamás. No había ni un alma que recorriese los pasadizos, ni se escuchaba
ningún otro sonido en las enormes cavernas que no fuese el batir de las alas de
algún murciélago. No había vida, y por supuesto ni rastro de la alegría que
tenían las noches de su ciudad natal, sólo las piedras de fuego que iluminaban
el camino con su pálido y tétrico resplandor.
Así que Rego se había perdido. Sin nadie a quien preguntar, y demasiado
decidido -borracho- para pararse a pensar lo qué estaba haciendo, había tomado
cruces y caminos, bajado por escaleras y ascensores con el mismo sentido que un
perro que ha estado encerrado mucho tiempo sale corriendo nada más dejarlo en
libertad: el simple placer de sentir qué estás haciendo algo, tomando una
acción. Aunque ese algo no tenga mucho sentido.
Ahora mismo se había detenido frente a una bifurcación en el camino;
examinando las indicaciones sin tener la más remota idea de por dónde ir. La
euforia le estaba abandonando lenta pero irrevocablemente y ya sentía los
primeros coletazos de la siguiente fase de la borrachera: una depresión de
caballo.
La parte buena de todo esto es que si de verdad alguien le estaba
siguiendo, Rego estaba seguro que le había despistado con sus idas y venidas.
Demonios, durante un momento se había despistado tanto que no sabía si estaba
bajado por unas escaleras… o subiendo. ¿Cómo iba nadie a seguirle en estas
circunstancias?
— ¿Dónde… dónde está la casa del alcalde? —preguntó en voz alta,
acercándose a las indicaciones para examinarlas de más cerca como si eso fuese
a ayudarle a saber dónde se encontraba. “Plaza de Jade” y “Ruta 32” eran las
dos opciones que tenía, y ninguna de las dos le sonaba ni remotamente—. ¿Por
qué no hay ninguna señal que diga “casa del alcalde”? Cuando sea duque de
Aquaviva, lo primero que haré es obligar a que en todos los cruces de caminos
haya una señal al palacio y…
— Hola, Rego.
— ¡Ahhh!
Rego se dio un saltito asustado al escuchar la voz que venía de su
espalda, donde no debería haber nadie.
Pegado a la pared, se dio la vuelta esperando encontrarse con los guardias de
su padre, con unos ladrones, o incluso en el peor de los casos con un hábil y
mortal asesino. Lo que no esperaba encontrarse es con un cuervo, que apoyado en
una barandilla que daba a una escalera lo miraba con la cabeza ladeada.
— Bah, sólo es un cuervo.
— ¿Eso es todo lo que tienes que
decir? —preguntó el cuervo, en lo que era un tono bastante burlón para venir de
un pájaro.
— ¿Cómo?
— ¿Ves un cuervo en un pasadizo en
el interior de una montaña, a vete tú a saber cuántos cientos de metros de
profundidad, y todo lo que dices es: “Bah, sólo es un cuervo”? — El pájaro se cubrió
la cara con un ala, como si estuviese avergonzado—. No eres demasiado avispado,
Rego de Aquaviva. Y eso que eras un bebé de lo más curioso, que no paraba de
toquetearlo todo con sus manos diminutas.
Rego abrió los ojos como platos.
— ¿Qué… quién eres?
— Me llamo Elisee, y soy la maga
que te bendijo a ti y al resto de herederos, Rego. Te hablo a través de este
cuervo mediante un hechizo.
Oh. Vaya.
Rego se dejó caer hasta que sus posaderas tocaron el suelo. A
continuación se llevó una mano a la mejilla, y haciendo pinza con los dedos se
la pellizcó hasta que empezaron a aparecer lágrimas en sus ojos. No, no estoy soñando.
— Dioses, debo de estar peor de lo
que pensaba. ¿Un cuervo que habla y que resulta ser nada menos que la gran
maga? No me pensaría que me sentaría tan mal el vino de la posada. Sí, no
estaba muy bueno, ¿pero esta locura? ¿Qué clase de veneno me han dado?
— Oh, por amor de… — El cuervo
soltó un graznido que sonó a pura indignación—. Déjate de tonterías y sígueme.
Quiero verte en persona.
— Me temo que no será posible —replicó Rego, levantándose despacio y
sacudiéndose la tierra del pantalón. Intento erguirse y poner la espalda
derecha para adoptar una apariencia regia, pero se tambaleó mareado y no tuvo
más remedio que apoyarse contra la pared para no caerse mientras luchaba por
contener el vómito. Estuvo así durante unos cuantos segundos, balanceándose en
el borde del abismo, hasta que su estómago se sereno lo suficiente como para no
amenazarle con un desastre inminente. Soltó un suspiro de alivio, e incluso se
permitió adoptar una sonrisa triunfal cuando logró conseguir una postura más o
menos digna.
Mientras tanto, el cuervo no dejaba de observarlo con sus ojos negros. Parecía
estar pasándoselo bien, o al menos tan bien como se lo puede pasar un pájaro.
— En cualquier otra noche seguiría encantado a un cuervo parlante —
continuo Rego como si no hubiese sucedido nada—, aunque sólo fuese producto de
mi imaginación, pero esta noche es distinta. Esta noche tengo una misión y por
los Dioses que no cejaré en mi propósito hasta averiguar qué demonios está
pasando con mi compañero.
— Ni el alcalde ni nadie que sepa la verdad sobre Bant te dirá nada,
Rego. Puedes insistirles y llorarles todo lo que quieres, que lo único que
conseguirás será perder el tiempo. Estas personas son leales al heredero de
Nagareth y respetarán sus decisiones aunque piensen que éstas, dado su estado, son
una locura.
— “¿Su estado?” ¿Qué quieres
decir?
Una vez más, el cuervo ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.
— Sígueme.
Sin más el pájaro batió las alas y salió volando por el pasillo de la
izquierda, perdiéndose de la vista al cruzar un recodo. Tras unos segundos Rego
pudo escuchar su graznido pidiéndole que se pusiera en marcha.
— ¡Ya voy! —exclamó, para luego añadir, en voz baja y masticando las
palabras: — Maldito cuervo haciéndose el interesante. Más te vale que no me
estés tomando el pelo, o mañana cambiaré la dieta de lagarto habitual de estos
días por una carne con plumas.
Muy bien, Rego. Como amenaza no
está del todo mal. La próxima vez díselo a la cara y no donde no te pueda oír.
El heredero se dio a sí mismo una fuerte bofetada, esperando que el dolor
le ayudase a despejarse la cabeza. Debía centrarse y sacar en claro qué
demonios estaba pasando, ya que aunque no se creía nada de esa historia de la
gran maga –¿qué pintaba alguien tan importante como ella en esta ciudad perdida
en el fin del mundo?-, era evidente que esto era cosa de hechicería.
Y si algo había aprendido de numerosas leyendas, charlas de borrachos y
cuentos para niños, es que los hechiceros sabían de los misterios y secretos
del mundo. Que era justo lo que estaba buscando.
Así que tras un primer paso tambaleante, dio otro y luego otro más, siguiendo
el camino que le indicaba el cuervo. Sus graznidos le llevaron a través de antiguos
y sinuosos pasadizos que daban vueltas y revueltas adentrándose cada vez más en
el corazón de la montaña, donde apenas habían piedras de fuego que combatiesen
la oscuridad. Tenía que avanzar despacio, con una mano pegada a la pared y
tanteando cuidadosamente con los pies para no lastimarse contra las piedras o
caer por un agujero, y aun así se dio un golpetazo en la rodilla contra una
estalagmita que le hizo soltar unas cuantas maldiciones y cojear un rato. Finalmente,
y tras cruzar un estrecho puente que se cernía sobre un abismo sin fondo con la
única ayuda de una tambaleante barandilla de cobre, llego a lo que debía ser su
destino.
Una puerta de madera, pintada de un rojo brillante y bajo la luz de un
farol de aceite, que destacaba en la pared rocosa de la montaña como una dama
de alta alcurnia en una fiesta de los barrios bajos. Rego se la quedó mirando,
perplejo; era la primera vez desde que estaba en Nagareth que veía una puerta
de madera, por no hablar de una pintada de un color tan llamativo.
Incitado por un nuevo graznido del cuervo, que descansaba apoyado en la
barandilla y le hacía gestos con el ala para que pasase, Rego se acercó a la
extraña puerta y tras un momento de duda, la abrió.
— Hola
Rego. Bienvenido.
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