lunes, 27 de octubre de 2014

Capítulo 10 (Parte 2) - Secretos

De noche Magrata era la ciudad más triste y solitaria que Rego había visto jamás. No había ni un alma que recorriese los pasadizos, ni se escuchaba ningún otro sonido en las enormes cavernas que no fuese el batir de las alas de algún murciélago. No había vida, y por supuesto ni rastro de la alegría que tenían las noches de su ciudad natal, sólo las piedras de fuego que iluminaban el camino con su pálido y tétrico resplandor.


Así que Rego se había perdido. Sin nadie a quien preguntar, y demasiado decidido -borracho- para pararse a pensar lo qué estaba haciendo, había tomado cruces y caminos, bajado por escaleras y ascensores con el mismo sentido que un perro que ha estado encerrado mucho tiempo sale corriendo nada más dejarlo en libertad: el simple placer de sentir qué estás haciendo algo, tomando una acción. Aunque ese algo no tenga mucho sentido.
Ahora mismo se había detenido frente a una bifurcación en el camino; examinando las indicaciones sin tener la más remota idea de por dónde ir. La euforia le estaba abandonando lenta pero irrevocablemente y ya sentía los primeros coletazos de la siguiente fase de la borrachera: una depresión de caballo.
La parte buena de todo esto es que si de verdad alguien le estaba siguiendo, Rego estaba seguro que le había despistado con sus idas y venidas. Demonios, durante un momento se había despistado tanto que no sabía si estaba bajado por unas escaleras… o subiendo. ¿Cómo iba nadie a seguirle en estas circunstancias?
— ¿Dónde… dónde está la casa del alcalde? —preguntó en voz alta, acercándose a las indicaciones para examinarlas de más cerca como si eso fuese a ayudarle a saber dónde se encontraba. “Plaza de Jade” y “Ruta 32” eran las dos opciones que tenía, y ninguna de las dos le sonaba ni remotamente—. ¿Por qué no hay ninguna señal que diga “casa del alcalde”? Cuando sea duque de Aquaviva, lo primero que haré es obligar a que en todos los cruces de caminos haya una señal al palacio y…
—  Hola, Rego.
—  ¡Ahhh!
Rego se dio un saltito asustado al escuchar la voz que venía de su espalda, donde no debería haber nadie. Pegado a la pared, se dio la vuelta esperando encontrarse con los guardias de su padre, con unos ladrones, o incluso en el peor de los casos con un hábil y mortal asesino. Lo que no esperaba encontrarse es con un cuervo, que apoyado en una barandilla que daba a una escalera lo miraba con la cabeza ladeada.
—  Bah, sólo es un cuervo.
—  ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó el cuervo, en lo que era un tono bastante burlón para venir de un pájaro.
—  ¿Cómo?
—  ¿Ves un cuervo en un pasadizo en el interior de una montaña, a vete tú a saber cuántos cientos de metros de profundidad, y todo lo que dices es: “Bah, sólo es un cuervo”? — El pájaro se cubrió la cara con un ala, como si estuviese avergonzado—. No eres demasiado avispado, Rego de Aquaviva. Y eso que eras un bebé de lo más curioso, que no paraba de toquetearlo todo con sus manos diminutas.
Rego abrió los ojos como platos.
—  ¿Qué… quién eres?
—  Me llamo Elisee, y soy la maga que te bendijo a ti y al resto de herederos, Rego. Te hablo a través de este cuervo mediante un hechizo.
Oh. Vaya.
Rego se dejó caer hasta que sus posaderas tocaron el suelo. A continuación se llevó una mano a la mejilla, y haciendo pinza con los dedos se la pellizcó hasta que empezaron a aparecer lágrimas en sus ojos. No, no estoy soñando.
—  Dioses, debo de estar peor de lo que pensaba. ¿Un cuervo que habla y que resulta ser nada menos que la gran maga? No me pensaría que me sentaría tan mal el vino de la posada. Sí, no estaba muy bueno, ¿pero esta locura? ¿Qué clase de veneno me han dado?
 — Oh, por amor de… — El cuervo soltó un graznido que sonó a pura indignación—. Déjate de tonterías y sígueme. Quiero verte en persona.
— Me temo que no será posible —replicó Rego, levantándose despacio y sacudiéndose la tierra del pantalón. Intento erguirse y poner la espalda derecha para adoptar una apariencia regia, pero se tambaleó mareado y no tuvo más remedio que apoyarse contra la pared para no caerse mientras luchaba por contener el vómito. Estuvo así durante unos cuantos segundos, balanceándose en el borde del abismo, hasta que su estómago se sereno lo suficiente como para no amenazarle con un desastre inminente. Soltó un suspiro de alivio, e incluso se permitió adoptar una sonrisa triunfal cuando logró conseguir una postura más o menos digna.
Mientras tanto, el cuervo no dejaba de observarlo con sus ojos negros. Parecía estar pasándoselo bien, o al menos tan bien como se lo puede pasar un pájaro.
— En cualquier otra noche seguiría encantado a un cuervo parlante — continuo Rego como si no hubiese sucedido nada—, aunque sólo fuese producto de mi imaginación, pero esta noche es distinta. Esta noche tengo una misión y por los Dioses que no cejaré en mi propósito hasta averiguar qué demonios está pasando con mi compañero.
— Ni el alcalde ni nadie que sepa la verdad sobre Bant te dirá nada, Rego. Puedes insistirles y llorarles todo lo que quieres, que lo único que conseguirás será perder el tiempo. Estas personas son leales al heredero de Nagareth y respetarán sus decisiones aunque piensen que éstas, dado su estado, son una locura.
—  “¿Su estado?” ¿Qué quieres decir?
Una vez más, el cuervo ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.
—  Sígueme.
Sin más el pájaro batió las alas y salió volando por el pasillo de la izquierda, perdiéndose de la vista al cruzar un recodo. Tras unos segundos Rego pudo escuchar su graznido pidiéndole que se pusiera en marcha.
— ¡Ya voy! —exclamó, para luego añadir, en voz baja y masticando las palabras: — Maldito cuervo haciéndose el interesante. Más te vale que no me estés tomando el pelo, o mañana cambiaré la dieta de lagarto habitual de estos días por una carne con plumas.
Muy bien, Rego. Como amenaza no está del todo mal. La próxima vez díselo a la cara y no donde no te pueda oír.
El heredero se dio a sí mismo una fuerte bofetada, esperando que el dolor le ayudase a despejarse la cabeza. Debía centrarse y sacar en claro qué demonios estaba pasando, ya que aunque no se creía nada de esa historia de la gran maga –¿qué pintaba alguien tan importante como ella en esta ciudad perdida en el fin del mundo?-, era evidente que esto era cosa de hechicería.
Y si algo había aprendido de numerosas leyendas, charlas de borrachos y cuentos para niños, es que los hechiceros sabían de los misterios y secretos del mundo. Que era justo lo que estaba buscando.
Así que tras un primer paso tambaleante, dio otro y luego otro más, siguiendo el camino que le indicaba el cuervo. Sus graznidos le llevaron a través de antiguos y sinuosos pasadizos que daban vueltas y revueltas adentrándose cada vez más en el corazón de la montaña, donde apenas habían piedras de fuego que combatiesen la oscuridad. Tenía que avanzar despacio, con una mano pegada a la pared y tanteando cuidadosamente con los pies para no lastimarse contra las piedras o caer por un agujero, y aun así se dio un golpetazo en la rodilla contra una estalagmita que le hizo soltar unas cuantas maldiciones y cojear un rato. Finalmente, y tras cruzar un estrecho puente que se cernía sobre un abismo sin fondo con la única ayuda de una tambaleante barandilla de cobre, llego a lo que debía ser su destino.
Una puerta de madera, pintada de un rojo brillante y bajo la luz de un farol de aceite, que destacaba en la pared rocosa de la montaña como una dama de alta alcurnia en una fiesta de los barrios bajos. Rego se la quedó mirando, perplejo; era la primera vez desde que estaba en Nagareth que veía una puerta de madera, por no hablar de una pintada de un color tan llamativo.
Incitado por un nuevo graznido del cuervo, que descansaba apoyado en la barandilla y le hacía gestos con el ala para que pasase, Rego se acercó a la extraña puerta y tras un momento de duda, la abrió.

    Hola Rego. Bienvenido.

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